Ozores en el fin del mundo
ROSA PALO
Viernes, 23 de mayo 2025, 23:34
En mi infinita y arrogante ignorancia juvenil, cada vez que me cruzaba con una película de Ozores lo ponía de casposo para arriba. A él, ... a su obra y a sus espectadores. Yo, que me creía el verbo de 'Cahiers du Cinéma' hecho carne, era incapaz de ver algo más allá del humor chabacano, la caricatura de brocha gorda y las actrices medio en pelotas perseguidas por tíos rijosos. La comedia popular, ese horror. Seguí pensando lo mismo durante mucho tiempo, hasta que, hace veintitantos años, una pareja de amigos fue a Rusia a adoptar a su hijo. Solos en un hotelucho perdido en medio de la nada, contaban los días que les quedaban para recoger al niño y llevárselo a casa. Mientras, combatían el frío de la tardes oscuras a base de té aguado e intentaban aligerar la espera impaciente que les consumía por dentro viendo una televisión que no entendían. De repente, saltando de un canal a otro, se toparon con 'Los bingueros' subtitulada al ruso. «Creo que nunca nos hemos reído tanto como aquella noche», me dijeron al volver. Aquella película fue un escape, un descanso, un trago de isotónico en esa carrera de obstáculos que solo ganan aquellos cuyo deseo de ser padres les da la energía necesaria para afrontarla.
Ahí entendí que alguien que es capaz de hacer que te desternilles en el fin del mundo se merece el reconocimiento de los gafapastas, porque el del público ya lo tuvo en vida. Ahora, todo son loas a su carrera, a su capacidad de trabajo, a su facilidad para empatizar con un país entero, para convertir cualquier coyuntura en una película y para retratar una época mejor que cualquier documental con pretensiones de sesudo estudio sociológico. Que reciba también mis alabanzas, allá donde esté.
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