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Los siameses Chang y Eng llegaron al mundo en 1811 y siguieron juntos hasta el final. r. c.
La increíble historia de los primeros siameses: se casaron con dos hermanas y tuvieron 21 hijos

La increíble historia de los primeros siameses: se casaron con dos hermanas y tuvieron 21 hijos

Chang y Eng Bunker, unidos a la altura del esternón por 13 centímetros de cartílago, hicieron dinero exhibiéndose y se compraron una mansión con esclavos en el sur de Estados Unidos

ISABEL IBÁÑEZ

Domingo, 10 de marzo 2019, 01:05

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Es seguro que por separado las vidas de Chang y Eng Bunker no hubieran sido tan extraordinarias y productivas. Nacidos en 1811 en Siam (la actual Tailandia) aunque de origen chino, dieron nombre al fenómeno de los gemelos que nacen unidos por alguna parte de su cuerpo, algo que sucede en uno de cada 50.000 nacimientos. Su madre contó que no le costó demasiado parirlos, y los crió sin dar demasiada relevancia al hecho de que estuvieran pegados por una franja de unos 13 centímetros de cartílago a la altura del esternón. Así las cosas, reían y jugaban con otros niños, e incluso nadaban, quién sabe cómo. De hecho, fue así como los descubrió un comerciante británico llamado Robert Hunter, que al verlos de lejos pensó primero que se trataba de un extraño animal. Pronto vislumbró la posibilidad de sacar dinero con aquello y, cuando los chicos tenían 18 años, consiguió llevarlos a Estados Unidos, dicen que medio vendidos por su madre.

Allí, firmaron un contrato por cinco años y fueron presentados en los 'freak shows' de las ferias como 'Los gemelos siameses' y sometidos a estudios de todo tipo para llegar a entender su anatomía -incluso se planteó su separación quirúrgica, descartada por arriesgada-. «Les pedían que se quitasen la ropa para verificar que no había truco, los doctores les examinaban sobre el escenario... Nadie les trataba como si fueran seres humanos», dice Yunte Huang, autor del libro 'Inseparables: los gemelos siameses originales y su encuentro con la historia estadounidense'.

Años después, se independizaron y comenzaron a exhibirse por su cuenta, en espectáculos donde también mostraban su educación y cultura, daban conferencias, dialogaban con los asistentes... «Chang y Eng eran personas muy inteligentes. De ahí viene mi fascinación por ellos -apunta el autor a la BBC-. Siguieron exponiéndose ante un público que les veía como infrahumanos, pero esta vez ellos se quedaron con todos los beneficios. Fueron de escenario a escenario durante siete años e hicieron mucho dinero». Viajaron por todo el país y por Europa. Finalmente, cansados de tanto ajetreo y fama, pues llegaron a ser verdaderas personalidades que animaban el aburrimiento de la sociedad de aquella época, decidieron aparcar la farándula y se afincaron en Carolina del Norte.

Noches de pasión

Arranca en este punto la segunda parte de la historia, la que les dibuja como hombres de éxito: adquirieron una mansión con sus correspondientes esclavos, para no diferenciarse demasiado de unos convecinos que, en virtud de la fortuna de los siameses, no reparaban demasiado en sus rasgos, llegándoles a tratar como si fueran dos de los suyos. Lo explica Huang: «Chang y Eng querían alejarse de la multitud, y cuando se retiraron se convirtieron en sureños en todos los aspectos. En 1832 no había mucha inmigración asiática, así que, en cierta medida, se mezclaron con la población blanca. Los sureños les veían como 'blancos honorarios', ya que eran famosos y tenían dinero». Y así, haciendo suyo el refrán 'donde fueres, haz lo que vieres', compraron esclavos y se casaron con dos blancas, dos hermanas de nombre Sarah (esposa de Eng) y Adelaide Yates (la de Chang), algo que generó bastante revuelo por las leyes antimestizaje del país. Pero aquello se olvidó enseguida. Tuvieron en total 21 hijos, once de ellos de Chang.

Y aquí es donde se sirve el morbo. ¿Cómo eran esas noches de pasión entre los dos hermanos y sus amadas? Huang tiene también información al respecto. «Primero compraron sendas casas para sus chicas y llegaron a un acuerdo; pasarían tres días con cada una de ellas. Utilizaron la misma técnica que las siamesas inglesas Daisy y Violet Hilton, que vivieron en el siglo XX. Una de ellas terminó casándose y, según sus memorias, cuando la hermana casada estaba con su marido, la otra se apartaba mentalmente de la situación: leía un libro o se echaba la siesta. Eso es lo que hicieron ellos».

Pero, como todas las historias, esta también llega a su fin. A Chang le gustaba mucho beber y acabó por sufrir un ictus que le paralizó el lado derecho y le postró en la cama; y con él, Eng, por supuesto. Una mañana, este se encontró con su mitad fría: Chang había fallecido durante la noche. «Los hermanos habían acordado que, cuando Chang muriese, el médico les operaría para que Eng pudiera vivir, pero no consiguió llegar a tiempo. Horas más tarde, Eng también había dejado de respirar -desvela el autor del libro-. Pudo ser que falleciera por el horror de verse atado a un cuerpo sin vida. Pero los médicos, que tras la autopsia descubrieron que sus hígados estaban de alguna manera conectados, especulan con que Eng murió por pérdida de sangre cuando su sistema circulatorio la bombeó a través de los vasos sanguíneos que le unían a su hermano y no recibió sangre a cambio». Hoy en día, sus descendientes siguen manteniendo contacto una vez al año.

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