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En un balcón frente a Santa María la Mayor todavía cuelga una pancarta que dice 'Grazie, Francesco'. No es la única; muchas similares acompañaron el ... recorrido del féretro desde San Pedro hasta aquí, pero ésta revela el lugar donde está enterrado Francisco, como la estrella de Compostela indicó dónde estaban los restos del Apóstol Santiago. El cartelón, mayor que cualquier otro, recibe al peregrino a su llegada a la plaza y dialoga con el difunto que reposa unos metros más allá, en un pequeño espacio de la basílica, inapreciable hasta hace poco, pero imán de todas las miradas desde que una losa en el suelo dice 'Franciscus'. Lo que era un humilde cuarto de los candelabros ha pasado a ser el centro de interés para los visitantes, que se cuentan por miles a juzgar por las largas filas, por el dispositivo de seguridad y por las cifras que manejan los responsables.
El primer día de visitas tras el funeral, hace una semana, unas 70.000 personas pasaron por aquí. Ahora, la fiebre se ha contenido un poco, pero las colas dan la vuelta al templo desde primera hora de la mañana, en parte por la afluencia de fieles y turistas, y, en parte, porque los controles de seguridad ralentizan el paso.
Roma, en estos momentos, es un parque Disney para el peregrino, salvando las distancias y los espíritus. Aunque no tanto los presupuestos. Comparte con aquel el continuo ir de cola en cola esperando el turno para entrar, para acceder o para disfrutar de un lugar óptimo desde donde hacer la foto. Todo son colas, no diré que en las 'atracciones' pero, para algunos, el contexto no es muy diferente. Es lo que tiene el turismo convertido en forma de consumo, que todo lo devora, lo 'instagramea' y lo vuelve goloso, desde un funeral hasta una fumata. Hay que reconocer que la oferta de Roma en vísperas de cónclave no tiene competencia. Ni directa ni indirecta. Es un producto único.
Así pues, aun a riesgo de parecer una turista caza-imágenes pintorescas, me sumerjo en ese torrente de gente, porque un cónclave debe empezar como debe empezar. Venir a Roma para recibir a un nuevo Papa y no honrar al anterior no está bien. En la Iglesia no se exclama 'el Papa ha muerto, viva el Papa', como si empezara una nueva era dando carpetazo a la anterior. Aquí hay una continuidad que exige un periodo de sede vacante sin prisas ni entronizaciones precipitadas. Prueba de ello es que los cardenales, pudiendo adelantar el cónclave, decidieron dejarlo para hoy. A partir de esta tarde, las miradas se fijarán en otros rostros. Pero, hasta entonces, comenzaremos los 'ritos' propios del cónclave en las colas para visitar Santa María la Mayor, plagadas, como las demás, de voluntarios del Jubileo, personal de Protección Civil y, al final, los 'carabinieri' revisando bolsos y mochilas para evitar sustos mayores. Los arcos de seguridad son esas modernas puertas santas en las que ganar otra dispensa más mundana que la jubilar, pero mucho más comprensible para descreídos e indiferentes. Yo no me pierdo ninguna. Sea santa o profana. Por lo que pueda pasar.
La entrada a la basílica no deja margen de duda. Hay un recorrido diferenciado con vallas y personal de seguridad que indica por dónde caminar. Puesto que la puerta santa da a la nave lateral donde se encuentra ahora la tumba de Francisco, el visitante se topa con ella al poco entrar en el templo. De todos modos, no hay quien se resista. El curioso, por estar en uno de los puntos más 'in' del momento; el fiel, por acercarse, siquiera por un segundo, al lugar donde rezar y recordar al Papa difunto. Ha de ser de memoria exprés, ciertamente, porque el personal de la Gendarmeríavaticana no permite recrearse en el momento. 'Non fermarsi', repiten sin cesar, ante cualquier intento de rezar un Avemaría. Lo dejamos en jaculatoria. Unas fansde Bergoglio, a mi espalda, optan por un Rosario completo, eso sí, sentadas en la nave central o en los reclinatorios que han puesto entre columnas, mirando hacia la tumba, para los más 'groupies'.
Mientras, me dirijo a una capilla próxima a la tumba de Francisco donde están celebrando misa. 'La' capilla, diría. Es el lugar donde se venera la imagen de la Virgen más querida por los romanos, la 'Salus Populi Romani', ésa ante la que el Papa rezaba cada vez que iniciaba o acababa un viaje; la que le acompañó en la desapacible noche de 2020 en San Pedro, a solas, en un intento por conjurar la pandemia que estaba asolando el mundo. A la entrada, un buzón con sobres en blanco anima a escribir peticiones que serán leídas durante las misas. También para eso hay cola. Y aguardo, que falta hace. Menos mal que para rezarle solo hay que cerrar los ojos en cualquier rincón. La gente sigue entrando a borbotones y los gendarmes se afanan en pedir agilidad. La misma escena que se veía en las grutas vaticanas allá por 2005, cuando murió Juan Pablo II, y que tanto enervaba a la purista que llevo dentro. Pensaba entonces que la tumba de San Pedro -la que dio origen a todo esto- solo era foco de atención para monjas y seminaristas mientras que la de Wojtyla era el lugar preferido de los turistas, incluso sin devoción. Y la historia se repite. Hasta la fama de papa difunto es efímera. En unos días, la mirada se volverá hacia la Sixtina y Francisco quedará en la memoria de todos y en los mosaicos de San Pablo Extramuros. Que Bergoglio nos perdone.
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