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Etiqueta de brandy Fabuloso.

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Etiqueta de brandy Fabuloso. Todocolección

El extraño caso de las marcas de brandy

Gastrohistorias ·

La historia de esta bebida está llena de nombres rimbombantes asociados con una añeja virilidad

Ana Vega Pérez de Arlucea

Madrid

Jueves, 1 de enero 1970

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¿Se acuerdan ustedes de cuando Soberano era «cosa de hombres»? Las nuevas generaciones se echan las manos a la cabeza cuando ven la publicidad viejuna y sus numerosos ramalazos machistas, pero es cierto que en aquella época (los años 60) el brandy era cosa de hombres. No estaba bien visto que las mujeres bebieran licores de alta graduación, de modo que la publicidad de los espirituosos fuertes estaba dirigida casi exclusivamente al cliente masculino. En especial en el caso del brandy, un aguardiente de vino con como mínimo un 36% de volumen de alcohol y cuya imagen estaba muy vinculada a la tradición vinícola de Jerez.

Resulta curioso ver cómo esa especial relación entre el brandy y sus fieles consumidores se construyó gracias al márketing y a unas estrategias de imagen de marca ideadas para atraer a un tipo de público muy concreto: hombre, de mediana edad y con veleidosas aspiraciones. Sólo así se puede entender la manía de poner nombres llenos de ínfulas y testosterona a los brandys patrios. Las etiquetas de mediados del siglo XX llevaban títulos grandilocuentes que, en teoría, debían resultar atractivas aun comprador deseoso de sentirse como un gran señor. Como si de una interminable presentación de esas entusiastas de José Luis Moreno se tratara, encontramos brandy Magno, Fundador, Veterano, Espléndido, Creador, Fabuloso, Voluntario, Respetable, Insuperable, Venerable, Señorial, Virtuoso, Magistral, Primordial, Poderoso, Escogido, Bravo, Formidable, Ilustre, Milenario o Inmortal.

Para los amantes de la historia militar y las glorias pasadas de España estaban los brandys con reminiscencias bélicas o patrióticas: Vencedor, Don Pelayo, Gran Capitán, Lepanto, Conquistador, El Dorado, Vergara, Comandante, Reconquista, Numancia, Centurión, Gladiador, Comodoro, Brigadier, San Quintín, Independencia («vestigio de hispanas epopeyas, era su eslogan), Ibérico, Hispano, Raza, Imperio… Y para los aficionados a la heráldica había marcas de regusto aristocrático como Abolengo, Rango, Feudal, Solariego, Blasón, Hidalgo, Gran Señor, Mayorazgo, Cortesano, Baronet, Grande de España, Infante, Príncipe, Majestad, Realeza, Virrey, Emperador, El Zar, Faraón, Corona y Rey de Castilla.

Por supuesto triunfaban los brandys con delirios de grandeza dedicados a figuras claves de la historia, todas supuestamente muy recias y viriles. Desde Trajano hasta Alfonso XIII, pasando por El César, Fernando de Castilla, Alfonso X el Sabio, Carlos I, Felipe II, Don Juan de Austria, Carlos III, Fernando V o Amadeo I, quien casi no reinó pero tuvo tiempo para bautizar un brandy de solera. El Gran Duque de Alba, Napoleón o el Rey Sol convivían en los ultramarinos con el Marqués de Domecq y el Cardenal Cisneros, dejando hueco a marcas apostólicas como Dogma, Santuario, Eminencia, Monseñor, Pontífice y Pío XII, que también tenían su nicho de mercado.

No podían faltar los nombres vinculados a profesiones masculinas de cierto caché. Ahí anduvieron Financiero, Anticuario, Catedrático, Presidente, Capataz Gallardo (¡!), Decano, Procurador, Institución, Consistorial… Por no mentar las marcas más simpáticas: Rocinante, Gourmet, Bisabuelo, 3 Cosacos y mi preferida por siempre jamás, Béisbol (aquí se les fue algo la mano). Algo rancias para nuestros cánones actuales, quizás, pero al fin y al cabo no hacían más que seguir las leyes del mercado y el brandy entonces definitivamente cosa de hombres.

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