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José antonio guerrero
Martes, 14 de agosto 2018, 00:48
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Las criaturas nocturnas dicen que muchas de las mejores cosas de la vida suceden de noche. El tiempo, el silencio, el pensamiento, la respiración… fluyen por otras dimensiones en las oscuridades; hasta los besos saben de forma especial. La noche es también un momento perfecto para la fotografía, un lienzo de cielos estrellados, de sombras que iluminan el vacío, de paisajes solitarios que cobran vida a la luz de la cámara. En ese territorio de las tinieblas se mueve con la habilidad de un lince Pedro Javier Alcaraz (Lorca, 37 años), El Niño de las Luces, cazador de instantáneas nocturnas y pionero en España de la técnica del 'light painting' o pintura de luces, como prefiere llamarla.
Armado con sus luminarias y su Canon de dos mil euros, este murciano que trabaja cuando otros duermen ha encontrado su camino profesional en esta disciplina basada en la creación de fotografías a partir de ingeniosas combinaciones de luces en total oscuridad. Dependiendo del tiempo de exposición y del tipo de luces que emplea surgen espectros que parecen sacados de un sueño... o de una pesadilla, según se mire. Acantilados, iglesias en ruinas, aldeas que languidecen, cruces y viejos campanarios, paisajes extremos... se sumergen en mundos oníricos tamizados por ese halo mágico que El Niño de las Luces imprime a sus instantáneas. Ese pequeño y luminoso milagro convierte un bosque de árboles desnudos en una santa compaña de espíritus errantes, o erige sobre un mar de arena el faro humano del fin del mundo. En su página web (elniñodelasluces.es) hay galerías de fotos agrupadas bajo nombres tan sugerentes como 'Los Atrapados', 'Hielo y Fuego', 'El Hada del Torcal' o 'La Bruja de las Cruces'. A veces son imágenes perturbadoras, otras enigmáticas, pero todas lucen un sello especial.
Pedro Javier decidió un día no muy lejano apearse del mundo para cumplir su sueño. Dejó un trabajo con sueldo fijo en la empresa familiar de expendedoras y apostó por convertir una pasión, la fotografía, en su profesión. A aquel primer empleo rellenando máquinas de tabaco le debe su afición a la fotografía nocturna. «Curraba por la mañana y por la tarde, y el único tiempo libre para hacer fotos lo tenía por la noche. Empecé haciendo fotos nocturnas de paisaje. Me iba al mar, a la playa, a la montaña… pero el cuerpo me pedía dar un paso más. Investigué y vi que existía esta técnica del 'light painting' que no estaba nada desarrollada en España. Pensé 'voy a intentar hacer algo que no haga nadie', me llené de ganas y así empecé».
De aquellos tiempos le viene su nombre de guerra. «Salía de casa cargado de linternas, de focos, de lucecitas por todos lados, con una luz en el reloj, otra en la cabeza... algunos en el pueblo se burlaban de mí. 'Parece un niño con luces', me decían, y el nombre me gustó. Aunque a veces me confundan con un torero», bromea entre risas.
En los últimos años El Niño ha ido depurando su técnica «muy compleja, pero también muy interesante» con resultados cada vez más asombrosos. Ha recorrido España a la caza de lugares idóneos para sus creaciones, pero también ha capturado las soledades de desiertos remotos en Marruecos y el hechizo de las auroras boreales al norte de Noruega. «Nuestro país es perfecto para la pintura de luz, hay minas abandonadas, aldeas despobladas, naves industriales y edificios destartalados, y todo muy despejado de vegetación para no entorpecer los efectos lumínicos». Dos de sus escenarios favoritos para captar toda la magia que desprenden esas horas tardías son el paisaje lunar de Gorafe, en la comarca de Guadix, y sobre todo ese inmenso laberinto de piedras de formas caprichosas del Torcal, en Antequera, que le ha robado el corazón. «Estoy enamoradísimo de ese lugar. No hay otro sitio que me haya hecho sentir tanto».
Además de su Canon EOS 5D Mark II, El Niño va cargado con su pintoresco repertorio de bombillas: linternas de luz blanca, de colores, de luz cálida y la clásica lámpara de mecánico, ésa que se pega en el motor para alumbrar sus tripas. «Si moldeas su luz con un poco de papel vegetal para que sea más suave el resultado es fantástico», revela. Y nunca olvida meterse en los bolsillos varios mecheros. «Pinto mucho con ellos porque sus llamaradas son muy atractivas… aunque en realidad cualquier cosa que desprenda luz vale para pintar en la oscuridad». La oscuridad. Esa es la clave del 'light painting'. Por eso la noche es el hábitat natural de estos artesanos de las luces. Por algo la noche proporciona el material del que están hechos los sueños. Sobre este fondo negro los pintores de luces emplean las linternas como si fueran pinceles de colores. Y es ahí donde plasman lo que antes han imaginado entre las paredes del estudio. La expresión corporal, la colocación, el diseño de cada destello... Hay largas horas de producción previas al disparo final. Partiendo de la realidad, la idea es contar una historia a través del movimiento de luces y el tiempo de exposición. «Todo ese movimiento de luces que haces dentro de ese lienzo en negro se puede congelar en una fotografía. Eso es la pintura de luz. A diferencia de la fotografía de día que se captura durante una milésima de segundo, esta imagen se captura durante un minuto, tres minutos, cuarenta… los que necesites. Todo lo que pase por delante del objetivo y brille, lo va a capturar la cámara», explica Pedro Javier con el entusiasmo del niño que lleva dentro. «Aquí eres tú el que das más o menos luz a un árbol, a una persona, a una casa y le das vida. Y además tú te incluyes dentro del escenario, dentro de la oscuridad para poder pintar ese cuadro. El fotógrafo está ahí, pero solo enseña a la cámara lo que le interesa, y si no lleva ninguna luz, no sale».
Sus expediciones nocturnas le han regalado momentos maravillosos. Rara es la noche que no merodean a su alrededor jabalíes, ginetas, zorros... Al fin y al cabo ellos están en su casa y él es el forastero. Una madrugada en una rambla de Lorca tuvo un encuentro amistoso con un zorro. «Se me sentó en el suelo y ahí se quedó esperando que le diera un trozo de bocadillo».– ¿Y no entra en pánico al escuchar algún sonido nocturno?– Noooo. Te habitúas a los sonidos de la noche. Además, me encanta la soledad, huyo de las multitudes.
Sin descuidar su trabajo (hace fotos, ofrece talleres...), Pedro está ahora volcado en otro Pedro, uno de sus dos hijos. Tiene 3 años, una discapacidad y es la verdadera luz que ilumina su vida, la mejor de todas, la más poderosa.
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