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Silvia Palacio y Jonás Ordóñez, en la cubierta de un carguero en aguas atlánticas. r. c.
Barcoestopistas

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Compañías que fletan cargueros ofrecen camarotes a viajeros. Y muchos yates y veleros buscan tripulantes para limpiar o hacer compañía. «El viaje también es el barco», asegura una habitual

ANTONIO CORBILLÓN

Domingo, 13 de octubre 2019, 23:59

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Llegar al puerto y enfren- tarse a una pared de acero pintado. Y tener claro que no habrá que pelearse por las tumbonas de cubierta porque no hay ninguna. Históricamente, los capitanes de los barcos de carga fruncían el ceño ante la presencia de polizones. Pero hay una manera de que los profanos viajen en estos mastodontes que surcan el mar transportando montañas de contenedores. No es una fórmula muy habitual, pero las empresas de fletes se han acostumbrado a ofertar algunas plazas sueltas para cubrir costes con el pasaje.

«Viajas en una noria en la que vas bailando. El mar toca la música». En materia de transportes alternativos, el escritor de viajes Javier Reverte lo ha probado todo. Hace una década, tras recorrer Alaska se embarcó en un mercante que le llevó desde Montreal hasta Liverpool. A Reverte el mar le gusta mucho. Pero los cruceros, «poco o nada». Recuerda aquellos ocho días ocupados en charlas con la tripulación filipina y comidas con los oficiales alemanes. «Ves a la gente trabajando y vives la vida a bordo con la gente de mar». Pagó un camarote individual (también puede ser compartido), algo parecido a «un hotel modesto, pero un hotel al fin y al cabo». Hay que estar preparado para las horas muertas, que son muchas. «Te tiene que gustar mucho el mar. Yo pasé gran parte en cubierta o leyendo. Hay que llevarse varios libros», advierte el viajero profesional.

CRUCE SIN CRUCERO

  • El viaje en velero, la opción más factible

Hasta muy avanzado el siglo pasado, volar era de privilegiados y subirse a un trasatlántico de pasajeros, también. Muchos viajeros cruzaban los océanos en cargueros. Hubo un tiempo en que estos desplazamientos se podían hacer gratis (o casi) a cambio de alguna labor a bordo. En el caso de Javier Reverte, le costó «más o menos lo mismo que un billete de avión. Pero me dio para escribir un capítulo para un libro», explica.

Javier Reverte Escritor de viajes «Es para gente a la que le gusta mucho el mar pero nada los cruceros» Albert Sans Barcoestopista «Me dejaron llevar el timón. En el mar el margen de error es mayor que en tierra» Daniel Santue Aventurero «A veces encuentras navegantes a vela que sólo quieren compañía y alguien que ayude a limpiar y fregar» Cristina Senserich Viajera «Pensé que era la única loca, pero el puerto estaba lleno de gente buscando un barco»

En el mundo hay unos 30.000 barcos de carga cruzando los mares de un continente a otro. Pero solo el 1% ha abierto sus cubiertas a personas ajenas a la marinería. Peter Zylmann, capitán mercante durante décadas, fue uno de los pioneros. A mediados de los años ochenta comenzó a convencer a las navieras de que podían sacar algún dinero extra de sus camarotes vacíos. Así nació una de las agencias que abrió las olas a esta fórmula. «En nuestros viajes no tienes que vestirte para la cena, pero tampoco hay multitudes. Podrás disfrutar de las vistas en los puertos de escala a tu medida», anuncia Zylmann en su web.

Ahora hay un ramillete de compañías que cuentan con un gestor en la materia. La australiana Freighter Expeditions (Expediciones en Carguero) es otra de las más veteranas. Su agente, Julie Richards, factura entre 100 y 200 pasajes al año. El coste varía según la ruta, pero no suele bajar de los 120 euros por día. En realidad, es bastante más caro que un crucero convencional por los mares griegos o el Caribe. Este precio suele incluir todas las necesidades básicas de cama y comida a bordo. Pero hay que añadirle un seguro de viaje que es obligatorio.

Llevando el timón

Aunque limitada en las cifras, esta forma de viaje atrae a vagabundos sin prisas que huyen de la etiqueta de 'turista'. Hubo un tiempo en que entraba en el capítulo del 'barcoestop', una práctica que consiste en 'hacer dedo' en los puertos para cruzar mares y continentes. Pero el atentado del 11-S de 2001 en Nueva York ha convertido en tarea casi imposible lograr enrolarse gratis en un barco de carga. Uno de los últimos españoles en conseguirlo fue el aventurero Alberto Sans. Bohemio, músico y ciclista, Sans llegó un día a Cartagena (Murcia) en busca de un velero que le admitiera para cumplir el sueño infantil de navegar por los siete mares.

Pero la temporada de los balandros había pasado. Tirando de contactos y pateándose el puerto se hizo hueco en el 'Dalmatia', un viejo carguero en escala hacia Canarias. Albert recuerda buenos ratos compartiendo la «exótica cocina con platos rusos y polacos», o noches en el puente de mando «tocando la guitarra junto al joven capitán». Un tipo tan inusualmente confiado que le dejó agarrar el timón. «Por suerte, en mitad del Atlántico el margen de error es mucho mayor que en una carretera. Con los nervios, algún estribor lo convertí en babor».

Se trata de un caso excepcional. Los marinos mercantes ya son bastante reacios a admitir viajeros de pago como para aceptarlos gratis. Las normas prohíben llevarlos a cambio de trabajo, como sucedía antes. Hoy solo aceptan a los que han firmado el contrato turístico con sus armadores.

Casi todos los viajeros que lo han probado cuentan experiencias como la de Silvia Palacio y Jonás Ordóñez, que cruzaron el Atlántico desde Cartagena de Indias (Colombia). «Veinte días sin 'wifi' ni lujos. Viajando lento. Un 'impasse' a mitad del camino para descansar y coger fuerza». Al igual que otros, también recomiendan que «lleves todo el ocio que puedas». La movilidad a bordo solo está restringida en las zonas de carga. Pero siempre hay opción de conocer la verdadera dimensión de estos gigantes del océano. «Es recomendable preguntar por teléfono a los oficiales del puente de mando si es posible subir un rato. Allí están las mejores vistas», comentan.

Encallado en Tahití

La mejor alternativa que les queda a los autoestopistas del mar son los veleros. Aquí las posibilidades se multiplican. «Se practica desde hace décadas. Gracias a internet se ha popularizado de tal forma que cualquiera puede navegar en velero o yate, independientemente del dinero que tenga», avanza Pablo Strubell, autor de 'Barcoestop. El manual para navegar por el mundo por poco dinero'.

Dinero no hace falta. Pero paciencia, infinita. «Pensé que sería la única loca y me encontré en el puerto a un montón de gente buscando barco como yo». Cristina Senserich se presentó en Las Palmas y estuvo tres semanas recorriendo los pantalanes doce horas diarias, en busca de un capitán deseoso de tener compañía en la singladura del Atlántico.

Ella logró convencer a un navegante francés para compartir la travesía en un velero de 11 metros. «Parecía un papelillo a merced de las olas. Lo pienso y me da miedo todavía», recuerda Cristina, viajera vocacional hoy atada a su reciente maternidad.

Fueron 40 días a bordo. El único libro que llevaba lo leyó tres veces. Su trabajo básico consistía en limpiar y cocinar, pero, sobre todo, vigilar el horizonte y «mirar por la borda por si veía algo raro» mientras el capitán dormía. Desde la distancia, Senserich recomienda la experiencia a «gente con tiempo y sin ataduras». Personas que tengan claro que «el viaje también es el barco, no solo llegar».

Con la misma filosofía se pronuncia Daniel Santue. Su licencia de capitán no le dio ventajas para cumplir su sueño: circunnavegar el Globo sin subir a un avión. Tuvo que desplegar similares dotes de convicción que Cristina para subir a bordo. «Hay que estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Tener paciencia y mucha disposición». Y no mirar el calendario para no sufrir cuando te quedas atrapado en una isla. Así se pasó él mes y pico en Tahití.

Pero, si se conserva un poco del espíritu de Robinson Crusoe, la recompensa llega con creces. Este informático, hoy en tierra por elección, recuerda el viaje desde Patagonia hasta las islas Marquesas. Aquellas 5.000 millas náuticas que fueron «como meterse en un pequeño apartamento con desconocidos». También momentos muy tensos, de temporales que volteaban las velas cuando «gobernar el barco se convertía en una pelea». Todo lo da por bien empleado cuando «viajar es el camino y todo es ilusionante».

Unos 30.000 buques cruzan de forma constante mares y océanos. Pero apenas uno de cada cien admite a pasajeros que no sean tripulantes. Viajar sin pagar por el mar solo es posible hoy haciendo 'barcoestop'. Consiste en ir a los puertos y convencer a alguno de los dueños de yates y veleros amarrados que admitan compañía para labores de limpieza o hacer guardia cuando el capitán duerme. Es un buen reto para viajeros sin plazos.

euros por persona y día cuesta viajar en un carguero. Las principales rutas enlazan Europa con las dos Américas (tanto norte como sur). En ese precio se incluye un camarote (si es individual, puede ser aún más caro) y las comidas. No siempre figura el seguro obligatorio que garantizará la evacuación en caso de problemas en la ruta.

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