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Las tropas de los Tercios de Flandes, con sus largas lanzas, eran las más aguerridas de la época. r. c.
Alatriste se apunta al desfile

Alatriste se apunta al desfile

Unos cincuenta militares marcharán hoy vestidos como los soldados de los Tercios de Flandes. Lo harán para conmemorar el 450 aniversario de la ruta que conectaba por tierra los Países Bajos con el corazón de la monarquía hispánica

ANTONIO PANIAGUA

Jueves, 12 de octubre 2017, 00:17

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En el desfile del Día de la Fiesta Nacional algunos se sorprenderán por un aparente anacronismo. De repente el espectador verá a un grupo de soldados que parecerán sacados de una película histórica. Porque hoy marcharán soldados con lanzas, arcabuces y bolsa para la pólvora. Un grupo de militares del Regimiento de Infantería del Inmemorial del Rey irán ataviados con los pertrechos de los soldados de los Tercios. La razón de esta nota de exotismo es que este año se conmemora el 450 aniversario del Camino Español, una ruta que entre los siglos XVI y XVII mantenía conectados los Países Bajos, entonces bajo dominio español, con el corazón de la monarquía hispánica. La guerra de los Ochenta Años o de Flandes (1568-1648) fue un empeño cruento e interminable. El imperio español derrochó su hacienda y acabó reconociendo la independencia de las siete provincias unidas.

En aquel entonces aventurarse en el mar era una empresa arriesgada. El peligro de ser atacado desde Inglaterra por los piratas era muy serio. A ello se sumaba la amenaza de los hugonotes, cuyos bajeles apoyaron la causa de los protestantes. Con el canal de la Mancha en manos de Francia e Inglaterra enviar tropas y dinero por tierra se convirtió en una necesidad perentoria. A causa de ello nació un corredor militar que partía desde Milán y acababa en Bruselas. La ruta principal comenzaba en el Milanesado, después de cruzar los Alpes por el Ducado de Saboya, y pasaba por el Franco Condado, Lorena, Luxemburgo, Lieja y Flandes. El trazado del Camino Español fue cambiando conforme variaban los apoyos que conseguía el rey para tener comunicados sus territorios. El duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, utilizó por primera vez la ruta en 1567. Las últimas tropas españolas que usaron el corredor lo hicieron en 1622.

Con el ruido de fondo de los vehículos y aviones militares, una cincuenta de soldados se presentarán en el madrileño Paseo de la Castellana con mosquetes, picas y sables. Una escena insólita en tiempos de blindados y cazas. Los trajes de época los ha cedido la firma Sastrerías Cornejo, mientras que el armamento lo procura la empresa Reyes Abades. «Nosotros proporcionamos unos catorce arcabuces y más de veinte lanzas, cada una de las cuales mide cuatro metros y medio. Son reproducciones bastante fieles. Algunas de estas armas aparecen en películas como 'Alatriste', 'El Dorado' y 'Cromwell', dice Reyes Abades, director general de la empresa que lleva el mismo nombre. Además de las armas, la firma ha prestado todo el atrezo, desde los correajes hasta el bolsón donde se guardaban las balas de plomo y otros accesorios de la impedimenta.

Hacia 1641, según cuentan las crónicas, los soldados gastaban una pinta andrajosa y andaban casi descalzos por la nieve. Aun así, estaban decorosamente armados. Cada soldado llevaba espada y muchos de ellos iban provistos de un arcabuz o de una pica. Pocos tenían mosquetes, fusiles que por su mayor peso debían emplearse con una horquilla.

Según el británico Geoffrey Parker, uno de los mayores conocedores de los siglos XVI y XVII en la España de Felipe II, el Camino Español lo utilizaban los banqueros con igual intensidad que sus tropas. Después de 1578 por la ruta circulaban grandes convoyes de metales preciosos (oro en su mayor parte), muy cerca de la frontera francesa. Hacerse con este extraordinario tesoro era muy tentador. En su monumental libro 'El Ejército de Flandes y el Camino Español' (Alianza Editorial), Parker sostiene que el imperio de los Habsburgo se labró su ruina a causa de «una guerra en el exterior que no podía ganar pero que tampoco podía perder».

Pan infame

Los Tercios de Flandes eran consideradas las mejores tropas de la época, una formidable máquina de guerra bien engrasada y apoyada por los recursos del mayor Estado del mundo. Sin embargo, el oro de América no impidió que las tropas pasaran hambre. Los soldados de los Tercios se encontraban en el pan ingredientes tan poco apetecibles como terrones de yeso y harina sin moler. Quienes comieron semejante bazofia murieron de hambre, y los que negaron a hacerlo, también.

El duque de Alba cometió un error garrafal. Quiso infligir un escarmiento ejemplar a los revoltosos. Creó el Tribunal de los Tumultos, que fue tan severo en sus penas que los holandeses no tardaron en llamarlo 'tribunal de la sangre'. Fue peor el remedio que la enfermedad. Los nobles con más predicamento de los Países Bajos, los condes de Egmont y Horn, fueron decapitados y sus cabezas expuestas en la Grand Place de Bruselas para regocijo de la plebe.

Obligados los Tercios a admitir criminales como reclutas, sus soldados se contagiaron con las artimañas de la picaresca, tan en boga en la sociedad española del siglo XVI. Parker enumera sus características de manera prolija. Holgazanería, brutalidad, bravuconería y afición al juego. «La notable difusión del culto al pícaro en la España del siglo XVII se debió en parte, indudablemente, a los desertores y amotinados que volvieron de las guerras en número creciente después de 1590, con los bolsillos repletos de oro y las cabezas llenas de las ideas disolutas de que se habían saturado en el ejército».

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