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Los mejores de la Facultad Invisible

Los mejores de la Facultad Invisible

«Mi padre está enfermo, mi madre es limpiadora y lo que gana va a la hipoteca. En mi casa no hay dinero para estudiar». A alumnos brillantes como Diego les apadrina un grupo de licenciados que busca fondos para que puedan proseguir sus carreras

SUSANA ZAMORA

Domingo, 26 de febrero 2017, 20:11

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Ha crecido buscando una explicación a tanto despropósito, pero de sus palabras no se desprende resentimiento. Sólo dolor, algo de rabia y cierta inquietud. Quiere que se haga justicia cuando la vida no sea justa, «cuando las leyes sean un resquicio para la impunidad». La sociedad mira para otro lado con demasiada frecuencia y hace una década lo hizo con Nerea Cruz. Hoy es una alumna brillante de la Universidad de Murcia, donde estudia tercer curso de Derecho para ser fiscal. Lo tiene claro como el agua. No desea venganza, sólo un bálsamo a tanta impiedad y cree que en el oficio lo encontrará.

Nerea quiere saber, necesita saber, por qué un joven de 13 años es menor para que se le castigue con la ley y no lo es para cometer atrocidades como las que ella sufrió cuando tenía 9 años. Fue atada primero por los pies, luego por las manos, hasta que con la soga al cuello -literal- se revolvió y logró zafarse. «Pude morir. Gracias a que soy corpulenta me salvé. Si cogen a otra compañera con menos peso, la matan», recuerda Nerea. Ocurrió durante el recreo del colegio, «mientras el profesor leía el periódico». No lo vio nadie. Nadie la escuchó. ¿Su 'delito'? No marcharse del sitio donde veía un partido cuando otro alumno de más edad se lo ordenó. Aquello pasó, y pasó de largo sin que su familia ni el colegio denunciasen el terrible episodio. Eran otros tiempos. La palabra 'bullying' no se conocía, aunque sus efectos quedaron grabados a fuego en la memoria de Nerea. Aquellos maltratadores se fueron de rositas y eso fue «muy injusto», se lamenta. Por eso estudia Derecho.

Ahora, el enemigo es otro: la falta de recursos para pagarse la carrera. Este es el motivo por el que participa en el programa 'Apadrina un becario' de la Facultad Invisible, una asociación sin ánimo de lucro y «sin vinculaciones políticas», impulsada por un centenar de galardonados con el Premio Nacional Fin de Carrera. Su objetivo es detectar los problemas que lastran el sistema universitario y buscar soluciones «realistas», explica su presidente, Juan Margalef. Para este Premio Nacional en Matemáticas, investigador predoctoral y profesor en la Universidad Carlos III, la solución no está en decir que se ha aumentado el presupuesto de becas, sino en gastarlo en su totalidad y que llegue a tiempo.

Además de Nerea, hay otros ocho universitarios españoles que esperan recibir 1.500 euros para poder proseguir sus estudios. Todos arrastran complicadas situaciones económicas y personales, algunas tan angustiosas como la de la futura fiscal. La Facultad Invisible ha abierto una campaña de micromecenazgo para reunir esos 14.000 euros que logren evitar que tanto talento quede arrumbado en la cuneta. El 'crowdfunding' solidario lo han montado a través de la plataforma www.kukumiko.com. Solo faltan dos días para que se cierre el plazo y ya superan los 12.000 euros, el 85% del objetivo. «No sabíamos cómo iba a reaccionar la gente, pero en una sola semana logramos quintuplicar la recaudación gracias a que nos van conociendo cada vez más», apunta el coordinador Nicolás Valiente, Premio Nacional Fin de Carrera de Ingeniería Forestal. Hasta ahora han recibido 325 donaciones, la mayoría de 20 euros, pero ha habido una de 1.000, la más generosa, que ha dado un empujón al saldo.

Desde la Facultad Invisible confían en alcanzar la meta. «Si no, se devolverá el dinero a quienes lo deseen. En caso de que prefieran donarlo igualmente, la cantidad que se recaude se repartirá a partes iguales», detalla Valiente.

De sobresalientes

La mayoría de los estudiantes pueden presumir de brillantes expedientes académicos, con medias cercanas al sobresaliente. De hecho han contado con becas del Ministerio de Educación. Pero por circunstancias personales sobrevenidas durante la carrera la han perdido. O sencillamente la ayuda no les llega para pagar el alojamiento, la manutención o gastos de material. De ahí, que se hayan agarrado a este programa como a un clavo ardiendo. Nicolás Valiente reconoce que la labor de la Facultad Invisible es un «parche», porque solo pueden ayudar a nueve estudiantes, cuando hay miles pasando apuros, «pero al menos, aportamos nuestro granito de arena».

Nerea tiene claro qué hará con el dinero. Lo necesita para pagar la matrícula del próximo año, porque prevé que ya no va a volver a recibir la beca estatal. La obtuvo el primer año y con la ayuda complementaria que le concedieron pagó el segundo curso. No se presentó a dos asignaturas y la penalizaron. «Los nervios me bloquean; aunque lo haya preparado muy bien, pienso que no me lo sé y al final no me presento al examen». Por eso ha recurrido a la Facultad Invisible, que ha apostado por Nerea a pesar de faltarle unas décimas para cumplir con el requisito académico. «Lo que inclinó la balanza fue su carta de motivación. No podemos pedirle al Ministerio que humanice la concesión de las becas y luego nosotros no tener en cuenta casos personales tan dramáticos como el de ella», explica Valiente.

El caso de Luis González también llegó al corazón del programa 'Apadrina un becario'. Cursa segundo de Informática en la Universidad de Albacete, donde en su primer año de carrera logró un 9,85 de nota media. Pese a haber obtenido beca, tuvo que renunciar a ella por ser incompatible con otra que había solicitado por su discapacidad. Sufre el síndrome de Asperger, un trastorno que se caracteriza por manifestar un interés obsesivo con un tema en particular, lo que afecta a sus relaciones sociales. Eso sí, suelen tener una inteligencia ligeramente por encima de la media. «Nos cuesta relacionarnos con los demás, pero yo lo llevo bien gracias a la ayuda de un profesional».

Su infancia fue bien distinta, porque en 5º y 6º de primaria sufrió las burlas de los compañeros y eso le sumió en una profunda depresión. Fue en secundaria, con el apoyo de nuevos amigos, cuando remontó el vuelo y a la vista de sus excelentes resultados seguro que lo hará bien alto. En su casa solo entra la pensión de su padre, militar prejubilado, insuficiente para costear la universidad.

A Diego Trujillo le salió muy caro regresar a Ecuador en 2013 para cuidar de su padre enfermo. Lo hizo pocos meses después de matricularse del segundo curso de Ingeniería Mecánica en la Universidad de León. Dejaba en España a su hermana y a su madre, que con su sueldo de limpiadora consigue a duras penas mantener una casa, pagar una hipoteca y costear los estudios universitarios de sus dos hijos. Con este panorama y con su 8,93 de media de expediente, Diego no tuvo problemas para obtener una beca del Gobierno en primero y también en segundo, aunque esta última acabaría siendo un caramelo envenenado.

Cuando regresó a España, después de haber tenido que trabajar en su país para poder comprar el billete de vuelta, se encontró con Hacienda nada más bajar del avión. Le esperaba con la peor de las noticias posibles: tenía que devolver el importe íntegro de la beca, unos 3.200 euros, más unos intereses de demora que elevaban la deuda hasta los 4.000 euros. «Entiendo que me reclamasen el dinero de la beca, dado que no me presenté a ninguna asignatura porque estaba cuidando de mi padre en Ecuador, pero los intereses han sido abusivos». El año pasado logró liberarse de la trampa, gracias a que no había gastado el dinero que le dieron y a las muchas horas que ha metido dando clases particulares de matemáticas, física y química. Ahora, además, cuida a una anciana en el hospital. «Para seguir estudiando necesito esos 1.500 euros, porque me temo que el Ministerio rechazará este año mi solicitud de beca».

También los necesita Ilda Mar Martín. Tras la batalla judicial que libró para recuperar un dinero que había invertido en un fallido producto bancario, Ilda Mar todavía tuvo que pasar por otro mal trago. Esta alumna de tercero de Enfermería en la Universidad de León se vio de la noche a la mañana con la beca denegada. Su error: pasar el dinero que había recuperado a otra cuenta, lo que se contabilizó como un incremento en los rendimientos, que superaban con creces el umbral exigido para optar a la ayuda pública. «Nunca entendí la decisión. Se trataba de un dinero que yo ya tenía, pero que al traspasarlo a la nueva cuenta cambió por completo todo y me quedé sin beca», recuerda indignada.

Los ahorros de toda la vida de la familia, con un padre que trabaja a media jornada como panadero y una madre que acompaña a personas mayores de forma esporádica, salvaron una situación límite, porque además de la matrícula, Ilda Mar tiene que pagar cada mes un alquiler si no quiere perder parte del día en el autobús a Astorga, de donde es natural. Ahora sus esperanzas están depositadas en ese 'crowdfunding' que concluye en apenas 48 horas.

Ilda Mar, Diego, Luis y Nerea. Cuatro jóvenes inmersos en un sistema universitario constantemente a examen, del que valoran la calidad educativa, pero del que lamentan su falta de sensibilidad. «No somos números. Detrás de cada alumno hay una historia personal muy dura y otras veces llena de aristas que son complicadas de explicar... y eso no siempre se tiene en cuenta», asegura Diego. Los cuatro han decidido que no quieren seguir siendo invisibles.

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