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Gregorio Salvador en el salón de su casa de Malasaña, Madrid.
El viejo maestro de la RAE

El viejo maestro de la RAE

Gregorio Salvador es el académico en activo más veterano y de niño devoraba a Galdós y Baroja mientras cuidaba vacas

francisco apaolaza

Jueves, 16 de abril 2015, 12:06

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Hay novelas como muñecas rusas en las que unas historias se guardan dentro de otras. La última de Arturo Pérez-Reverte, Hombres buenos, lleva prendida en el arranque la de un personaje casi oculto y fenomenal. El escritor recrea la aventura de los dos académicos que viajaron a Francia a hacerse con LEncyclipedie de Rousseau, DAlemebert, Voltaire y Diderot, la obra más avanzada del XVIII, prohibida en Francia y España, y mecha ideológica de la Revolución Francesa. Casi nada. Cuenta también cómo un recién estrenado académico Pérez-Reverte descubre en la Biblioteca de la Real Academia Española (RAE) los 28 tomos de la primera edición de la enciclopedia -un tesoro- y el director le indica que pregunte por ellos a Gregorio Salvador, que es el que sabe del asunto. A él le dedica el libro, junto a Mingote, Antonio Colino y el almirante Álvarez Arenas. "Se lo agradezco. Soy el único que está vivo", replica Salvador. El detalle esconde la amistad entre dos hombres distintos que se respetan y una vida asombrosa que da lugar a uno de los personajes fundamentales de la lengua española. Comienza con un chaval leyendo a Galdós y Pío Baroja mientras pastorea vacas en Galicia. La muñeca rusa está abierta.

Gregorio Salvador (Cúllar, Granada, 1927) asiste a la caída de la tarde y a su propia vejez casi sorprendido, sentado en una casa moderna de hormigón con vistas a Malasaña. Tiene 88 años en un búnker de libros en el que no se ve la pared. En ese mismo salón setentero lo describe Pérez-Reverte, entre muros preñados de millones de palabras. Salvador, académico de la lengua desde 1987, y un lingüista de enorme envergadura, mira la imagen de su vida y entorna hacia arriba los ojos estrábicos de todo lo que se le ha estrechado y ensanchado el mundo. Habla y levanta las manos con las palmas hacia la cara y los dedos en movimiento, como si le toqueteara las tuercas al mecanismo de su existencia, larga, fecunda y algo extraña.

- ¿Qué palabra elegiría de todas?

- A mí no me gustan mucho estas cosas de elegir. Cuando uno ha vivido tanto, las palabras tienen resonancias complejas. Me ha ocurrido mucho azarosamente. El azar me ha favorecido.

- Entonces quizás esa palabra sea azar.

- Sí, puede ser azar por lo que ha tenido de inesperado y sorprendente. Por todos los lugares y situaciones a los que acudes de mala gana y al final te favorecen.

Quizás sea tarea del hombre el convertir el azar en buena suerte. A Gregorio Salvador le ha ocurrido casi de todo y mucho de ello es andanza. Esa imagen del académico en activo más longevo de la RAE y de señor catedrático es esquiva, pues ha vivido mucha aventura y bien administrada. La primera fue nacer. Ese hecho extraordinario sucede en 1927, hijo de un granadino colono en Argentina (fundó la ciudad General Alvear, hoy de 29.000 habitantes en el estado de Mendoza) al que las cosas se le torcieron durante la Gran Guerra y que terminó sin blanca en Uruguay. Ya de vuelta en España a su pueblo natal, fue secretario del Ayuntamiento de Cúllar hasta que los falangistas se lo llevaron preso una noche de julio de 1936. Con el padre en la cárcel y huérfano de madre (había muerto unos años antes), Gregorio se marcha a vivir con su hermano mayor a Pontevedra, hasta que éste es apresado por los nacionales y sentenciado a muerte. El pequeño Gregorio se queda a vivir con su cuñada, en Lalín (Pontevedra). Hay entonces un niño de Granada que lee los Episodios Nacionales de Galdós o los cuentos de Vidas sombrías de Pío Baroja mientras cuida el ganado. Tenía nueve años. "Como las vacas son pacíficas y solo hay que estar pendiente de si se meten en el otro prado, tuve mucho tiempo para leer. La biblioteca de la casa era amplia y necesitaba ese vivir otras vidas, ampliar mi horizonte". Ese gusto se convirtió en necesidad.

Todo partió de Curro el Pilaro

Y del norte al sur. Salvador se hizo catedrático de instituto en Algeciras y ahí conoció a uno de sus personajes clave. Participó en el Atlas Etnográfico y Lingüístico de Andalucía de Manuel Alvar, del que fue su mejor discípulo, y partió por los pueblos de Andalucía como dialectólogo de campo, como un Stephen Maturin en busca de especies nuevas, palabras desconocidas que enjaular como extraños y ocultos insectos palo.

En Facinas, una pedanía de Tarifa, se encontró con un hombre. «Le llamaban Curro el Pilaro, tendría 60 años y me hizo ser quien soy». Lo entrevistó durante tres días enteros y le regaló una palabra: verija, por ingle. Pero le aportó algo más relacionado con Ferdinand de Saussure, padre de la lingüística moderna. "Mirando mis papeles, lo que había escrito en el cuestionario, me dijo esto: No se desinquiete, maestro, que todas esas cosas que tiene apuntás las tengo yo en mi cabeza y cada una jalará de la que tenga que jalar. Me estaba descubriendo el principio saussiriano de la lingüística, la red de relaciones que sostiene lo que llamamos idioma". El Pilaro lo hizo lingüista y no uno cualquiera. De Algeciras, el obispo Añoveros lo largó a Astorga -"Y si no aténgase a las consecuencias"- como un castigo por su carácter díscolo, pero le estaba haciendo un favor, pues allí le dieron la excedencia para ir a dar clase dos semestres a la Universidad de Maryland, en Estados Unidos. Con su primer viaje pagó las deudas de estudios, con el segundo se compró un piso y se preparó la oposición a catedrático en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Cuando llegó, era imparable. Primero impartió en La Laguna, después en la Complutense y en 1987 vino la Academia de la que fue vicedirector. Sigue acudiendo a los plenos.

- ¿Un consejo?

- Que lean. A mí me fue bien.

- ¿Me dice alguna palabra del diccionario que le suene bien?

- Hay palabras eufónicas, que están maravillosamente hechas y que me gustan, que tienen significados asquerosos. Mierda está muy bien hecha.

- ¿Populismo es una palabra vapuleada?

- Sí. Se habla de todo con demasiada rotundidad, demasiado extremismo. Ni todo lo malo ha sido absolutamente malo; ni todo lo bueno, absolutamente bueno. Las cosas son complejas.

- ¿Qué le sugiere el asunto de los huesos de Cervantes?

- Mejor sería que leyeran El Quijote.

- ¿Y Podemos?

- Las cuestiones políticas ya no me preocupan, porque con la vida que me queda ya no me van a afectar. En todo caso, este tipo de apariciones me puede dar sensación de poca seriedad.

Es el primer y único q minúscula de los asientos de la RAE. Él firmó la candidatura de Pérez-Reverte, trabaron amistad. "Me acogió como un padre, me guió, me enseñó cuanto sé de la Academia. Si todavía hay un hombre bueno allí, ese es Gregorio Salvador -dice el autor de Alatriste-. Si respeto la Academia es en parte por gente como él". En un descanso de un pleno de los jueves de hace cuatro años, le costó levantarse y pensó en alto si necesitaría un bastón. Arturo salió a comprarle uno a la Plaza Mayor, con la madera oscura y puño de plata floreada, que aparece en la novela y que solo usa desde hace un par de meses. "He tomado una consciencia muy reciente de mi edad". Por la ventana, el cielo de Madrid se deshace en grises apagados y los tejados pierden los colores como una metáfora del ocaso. "Habrá que encender una luz". Con la puerta del ascensor abierta, responde una última pregunta.

- ¿Se ve como su paisano Ayala de académico con cien años?

- Ahora he entrado en una etapa en la que me doy cuenta de que esto va a peor, de que las cosas se descomponen. e dan miedo ya los 90 que están a las puertas, no sé si quiero llegar a los cien. No creo que llegue.

- Nunca se sabe, don Gregorio.

- Nunca.

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