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Una instantánea del viaje de Vicen Fernández. LP
El viaje inolvidable de... Vicen Fernández

El viaje inolvidable de... Vicen Fernández

Desconectaron del mundo en Khai Nok, isla virgen de impresionantes playas y puestas de sol, aunque su gran objetivo era Phuket

Elena Meléndez

Valencia

Domingo, 9 de septiembre 2018, 19:27

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Hacía tiempo que Vicen Fernández tenía Tailandia en el punto de mira. El gusto por la cocina asiática, la curiosidad ante la cultura oriental, las ganas de sumergirse en costumbres que le son ajenas... Todo ello influía y Manel, su pareja, la sorprendió en abril con una semana en Phuket. «También teníamos la opción de ir a Bali, pero nos pareció más turístico. Buscábamos algo auténtico. Me regaló el viaje por sorpresa, yo sabía el destino, pero nada más», explica la empresaria, propietaria de un centro de estética. Tras diecisiete horas de vuelo con escala en Dubái llegaron a Tailandia y lo primero que les sorprendió fue el golpe brutal de humedad al bajar del avión: «Notas la misma sensación que al entrar en una sauna, cuesta hasta respirar. Tardamos un día en aclimatarnos».

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Imagen principal - El viaje inolvidable de... Vicen Fernández
Imagen secundaria 1 - El viaje inolvidable de... Vicen Fernández
Imagen secundaria 2 - El viaje inolvidable de... Vicen Fernández

El primer lugar donde se hospedaron fue un resort en una isla virgen llamada Khai Nok. Allí desconectaron del mundo, disfrutando de las playas y de unas puestas de sol impresionantes. Con las pilas ya recargadas se alojaron en un pequeño hotel en la ciudad de Phuket y se lanzaron a conocer la isla. Una de sus primeras excursiones los llevó a Chalong, y en la cima de una montaña visitaron el Big Buddha, escultura de mármol de unos 35 metros ubicada dentro de un templo austero. «Los monjes bendecían a todos los que queríamos hacer una ofrenda.

Quemador de incienso

El elefante es el animal característico de Tailandia y Vicen decidió llevárselo a casa en forma de quemador de incienso.

Cogimos un cuenco de agua, el monje nos dijo unas palabras en su idioma y nos puso una pulsera de protección con los colores de allí, a mí en la mano izquierda y a Manel en la derecha». También fueron a la colina de los monos, donde los animales están sueltos, y subieron en elefante. «Era enorme, fue una experiencia muy bonita pese a que daba un poco de miedo». Ambos disfrutaron de la cocina local, en especial de un plato llamado Pad See Ew que Manel conocía y ya es una de las recetas favoritas de Vicen. «Es una pasta ancha que hacen con soja y acompañan con verduras, una acelga autóctona, huevo y carne. También tomamos muchísima fruta. Los mangos de allí son increíbles».

Así es Phuket

Una noche cogieron un tuk tuk y fueron a Patong, la localidad más turística, que concentra la vida nocturna. Se perdieron por las calles entre el bullicio de un enclave singular donde en la misma acera conviven una clínica dental, un bar destartalado, una peluquería o un restaurante donde degustar langostas. Una persona insistió en llevarles a uno de los típicos shows eróticos donde trabajan las lanzadoras de bolas. «Por una parte tienes curiosidad y por otra te genera rechazo. Estábamos sentados muy lejos pero queríamos saber de qué iban esos locales. Luego nos hicimos un masaje tailandés en un local de la calle regentado por un lady boy».

A Vicen le fascinó el carácter desprendido de la gente, la felicidad que leía en los rostros pese a las condiciones de vida austeras. «Es un país muy pobre económicamente pero con gran riqueza espiritual. Son sabios en valores y humanidad. Ha habido un antes y un después en mi vida tras ese viaje».

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