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ELENA MELÉNDEZ
Lunes, 29 de mayo 2017, 20:39
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Cuando uno entra a casa de Laura Lleó, pronto percibe que se encuentra en territorio de diseñadora. El espacio es equilibrado, el ambiente despejado y los tonos que imperan son los neutros. «Soy anti estampados, pero sí que me gustan las superficies rayadas, las líneas rectas y la simetría. En mis trabajos soy igual», reconoce la diseñadora gráfica, que también estudió decoración y a quien, pese a que su carrera profesional se ha centrado en el mundo del diseño, a raíz de hacer logos para los clientes le han ido surgiendo otro tipo de trabajos más amplios. El espacio que hoy acoge el hogar familiar fue en su día la casa de sus padres y antes de entrar a vivir tuvo que hacer una reforma integral. «Estaba muy antigua, había un pasillo enorme que acorté y aquí en la entrada estaba la librería de madera grande. Quise el comedor tan espacioso porque es el sitio donde hacemos más vida y recibo a los amigos». Cuenta que toda la obra se realizó en dos meses porque es muy rápida y sabe lo que quiere, y que le encantan las puertas correderas debido a que cuando las cierras parecen una continuación de la pared. El suelo de toda la casa es de madera. Estuvo a punto de ponerla blanca decapada, pero se decantó por un tono oscuro para que fueran las paredes y los armarios los que aportaran luminosidad. A la zona del salón le dio muchos metros porque recibe allí a sus clientes.
De origen la vivienda tenía cinco habitaciones y Laura la dejó en tres. «En un primer momento me puse la mesa de trabajo en mi cuarto. Era donde yo estudiaba cuando era pequeña y me daba ilusión tener las mismas vistas. Pero luego cambié porque no podía recibir a los clientes allí». Le gusta que todo sea muy blanco, contar con pocas cosas, y aquellos elementos que tienen importancia para ella colocarlos en la gran librería que atraviesa una de las paredes del salón; mueble que acoge, entre otros elementos, libros que se ha traído de sitios como Argentina, China, Estambul o Italia. «Hay esculturas orientales de viajes que hizo mi padre, fotos familiares, pequeñas obras de arte, recuerdos... También guardo cosas de mis padres, como esos abanicos enmarcados. Son de un tamaño más grande de lo normal. Ese que no estaba enmarcado lo puse dentro de una caja de metacrilato».
Que el arte es una de sus pasiones queda claro de un vistazo. Muchas de las obras que tiene las compró durante unos años en los que fue mucho a Arco y adquirió obras de artistas emergentes, como dos cuadros de Gonzalo Sicre que penden de una de las paredes. «La pieza rojo intenso que tengo junto a la entrada la compré en la Galería Punto tras verla en una clase de yoga entre esculturas en la que participé. Me enamoré de ella, me gustaba la idea de un toque de color que contrastase con el blanco. Para algunos es un avión, para otros un sillín de bici».
La cocina no es demasiado grande. La quería muy blanca y que estuviera cerca del salón. Le gusta mucho poner vinilos con mensaje que se fundan con el fondo y no sean muy evidentes. «Mis hijos cada año se intercambian la habitación. Una es más grande que la otra y la más pequeña tiene mejor wifi y dos ventanas, así que las dos cuentan con su atractivo. La mía es muy amplia y comprende la zona de descanso, zona de estudio, la parte de armario y un cuarto de baño amplio». Cuando se sienta a la mesa de trabajo de su cuarto se recrea con las vistas al patio de manzanas. En la repisa exterior de todas las ventanas puso césped artificial y plantitas. «Es una tontería pero me parece muy refrescante tener un trocito de verde al asomarse. Quizá es un recuerdo de los años que viví en Rocafort. Echaba mucho de menos la ciudad, yo soy de asfalto».
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