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La casa de Diana Cerdá

La casa de Diana Cerdá

«Esto va a quedar como un piso de locas», les dijo la decoradora, abrumada por la disparidad de gustos entre la escritora y cada una de sus hijas. Y de aquel comentario surgió el apodo de una casa que «al final ha quedado bonita»

ELENA MELÉNDEZ

Miércoles, 3 de mayo 2017, 20:47

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Tres mujeres con personalidades diferentes y acentuadas conviven en la casa que Diana Cerdá adquirió hace dos años en Ruzafa. Su hija pequeña, Altea, que hoy nos acompaña, quería un estilo industrial con ladrillo cara vista en rojo. Su otra hija la prefería con glamour en plata y azul y Diana se decantó por líneas más rústicas con piezas de rastrillo. La vivienda estaba para derruir y al tirarlo todo se llevaron varias sorpresas. «Había techos más altos de lo esperado, paredes de ladrillo que podían dejarse a la vista, algo que a mí me enamora... Todo lo que vi en condiciones lo dejé», explica. Luego empezaron a decorarla entre sus dos hijas y ella, cada una aportando su estilo. Recuerda que llamaba a la persona que le hizo la reforma y le lanzaba ideas. «Le decía: María José, ¿qué te parece una lámpara de lágrimas para el comedor?. Y ella respondía: Esto va a quedar como un piso de locas. Al final la casa se quedó con ese apodo», confiesa con una sonrisa.

Había seis habitaciones muy pequeñas de origen, la cocina estaba cerrada junto a la puerta y se entraba por el dormitorio principal. La distribución la describe como extraña. «Yo quería una casa que me hiciera sentir que estoy en casa, un hogar. Aunque al final ha quedado bonita, yo no he hecho una casa para foto, sino para sentirme cómoda donde esté y disfrutarla». Una de las premisas era que el espacio estuviese abierto, pues las tres adoran los ambientes diáfanos. «Aquí recibo mucho a mis amigos y quiero que, si yo estoy preparando la cena, se encuentren cerca contándome sus cosas».

En el extremo de la vivienda está su zona de trabajo. Sobre la mesa reposa el libro que acaba de presentar, cuyo título es Mírame, una novela negra de argumento adictivo. Diana es psicóloga de formación, trabaja en la empresa familiar y su tiempo libre lo dedica a la literatura, pasión que le ha llevado a escribir tres volúmenes. Posee un sentido del humor notable que queda patente cuando afirma que en el transcurso de la reforma se divirtieron haciendo pequeñas bromas, como el guiño del cuarto de baño de invitados, donde escogieron un papel arbolado para la pared. «Pensamos: Les enviamos a hacer pis al bosque. Y al abrir la puerta te encuentras con un montón de árboles frondosos».

A veces va a mercadillos o tiendas de antigüedades y se lleva cosas que no sabe dónde colocar, como una puerta de la cual utilizó media para cabezal de su cama y la otra media para un espejo. «También compré una mesa de madera en una feria. No podía usarla de comedor porque ya tenía una, así que fui a un restaurador para que me la cortara y saqué la barra de la cocina, una estantería y la repisa del cuarto de baño». En el salón reposa un mascarón de barco, réplica en resina. Junto a él, un ánfora que, aclara Diana, cuando la compras te dan un certificado de falsedad para que no te acusen de expolio. «Los hacen en Carboneras, sumergidos cerca de la central térmica para que estén a mayor temperatura. Tardan cinco años en conseguir este aspecto». La decoración, mezclada, combina muebles reciclados de su abuela con piezas vanguardistas como el sofá de pelo y alguna nota clásica, como la mesa y las sillas del salón, de estilo isabelino. «Hay una constante, los tonos claros, quizá porque mi piso anterior tenía las paredes en rojo o verde. Necesitaba un ambiente más relajado». Ruzafa fue una elección buscada y ya afirma conocer a todo el barrio. «Hay un ambiente muy familiar, en la tienda saben quién soy y lo que compro, la florista me guarda todos los sábados las flores que me gustan y el del restaurante de abajo me invita a una margarita y yo le llevo una bolsa de naranjas».

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