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«Mi marido me tenía celos porque yo vendía más que él»

«Mi marido me tenía celos porque yo vendía más que él»

Feminista, independiente e hiperactiva. Así ha sido siempre la farmacéutica Paquita Ors, aunque el tercero de esos rasgos ya se le resiste. Necesita más ayuda de lo que le gustaría. «Siempre me sentí una mujer afortunada hasta que me rompí la cadera, ahora he cogido pánico a volver a caerme», confiesa

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Martes, 25 de abril 2017, 20:15

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Está sentada de espaldas en el cenador de la Casa Roja de Casinos, cuyo umbral parece un túnel del tiempo donde la luz que se atisba al fondo podría iluminar un escenario de principios del siglo XX. Se siente en su hogar Paquita Ors cuando vuelve al pueblo donde nació y donde ha conservado la vivienda familiar, una preciosa casa con tanta historia que todavía mantiene pasadizos que alimentaban a carlistas de la sierra. Farmacéutica de formación, empresaria por instinto, creadora del imperio de productos para el cuidado de la piel, Paquita no se levanta -todavía se recupera de una caída con rotura de cadera incluida-, y a pesar de su situación no para un momento de hacer planes de futuro. Es una mujer decidida, fuerte, con carácter, pero también dotada de un gran sentido del humor y una calidez en el trato fuera de lo común, algo que ha conseguido transmitir a su hijo, Jerónimo, su mano derecha, pero al mismo tiempo el hombro en el que se apoya, ya sea para dirigir la empresa o para acompañarla en un viaje de placer. Un señor con las cinco letras que ha heredado el apellido y el espíritu emprendedor de la madre, además de un profundo amor por el arte y la literatura que quizás le fue transmitido por su tío, Francisco Ors, quien se convirtió en un reconocido escritor y guionista, ferviente defensor de los derechos de los homosexuales cuando todavía nadie se atrevía a alzar la voz en favor de esta causa.

-Me han dicho que no revela usted su edad, ¿es cierto?

Me pide que hable más alto. «Estoy un poco sorda». Junto a la cadera, es el único detalle que puede dar fe de que se ha hecho mayor. Conserva una mente muy lúcida.

Paquita: -Tengo 82 años. Bueno, espera, nací en el 32, así que igual tengo ya más.

Jerónimo: -Si naciste en el 32 tienes 85 años, mamá.

P: -No estarás poniéndome más, ¿verdad?

-¿Le importaría?

P: -Estoy muy contenta de tenerlos.

-¿Los ha vivido intensamente?

P: -De todo ha habido. Algunos han sido muy intensos, otros más pacíficos.

-¿Ha hecho lo que ha querido?

P: -No. He hecho sólo a veces lo que he querido porque las circunstancias no me lo han permitido.

-Pero usted ha sido una mujer muy rompedora, una adelantada a su tiempo.

P: -Sí. Han publicado una enciclopedia en Zaragoza donde dice que soy la primera mujer que tuvo una empresa allí.

J: -Mi madre ha sido muy feminista, muy precursora. Siempre se interesó por la prevención de embarazos, la defensa de la mujer frente al maltrato físico, sus derechos En Zaragoza se presentó en la piscina una señora en bikini y la echaron. Al día siguiente un grupo de mujeres, entre ellas mi madre, se plantaron allí y se cortaron el bañador.

(Interrumpe) P: -Es que no puedo aguantar las injusticias. Sin embargo no era yo, sino mi madre, la más avanzada. Ella quería que las mujeres trabajaran. Estudié Farmacia a pesar de que hubiera preferido hacer Letras, porque a mí me gustaba la historia. Y me dijo: «Me parece muy bien, primero haces Farmacia y luego lo que quieras». Pero cuando acabé la carrera, estúpida de mí, me casé y me fue fatal.

J: -Bueno, ¡estoy yo! (bromea).

P: -Lo único bueno. Lo demás, todo mal.

J: -Si quiere le cuento por qué mi madre estudió Farmacia. Mi abuela era una señora muy de derechas y como estaba en Valencia, que era zona republicana, sufrió todo tipo de peripecias, pero se dio cuenta de que en la cárcel no valía el dinero que tenías sino lo que valías y lo que sabías hacer. Entonces pensó que sus hijos debían hacer una carrera que sirviera para algo.

(Interrumpe de nuevo) P: -Oye, que la entrevista es a mí. Yo ya conté aquello cuando me entregó un premio el Consejo General de Farmacia. Dije que yo había estudiado porque mi madre fue enfermera de guerra y entonces no tenía nada, daba aspirina a los heridos y los pobres milicianos tenían que conformarse con eso.

-Tenía una mujer en la que mirarse, ya que por lo que parece su madre era una persona muy fuerte.

P: -Y muy avanzada. No entendía que las mujeres fuéramos señoritas tontas.

J: -La tradición es que en esta familia siempre han mandado las mujeres. Los hombres han sido muy tranquilos, interesados en la cultura, y las mujeres emprendedoras.

P: -Se han casado con hombres muy elegantes, cultos, pero desde luego las que llevaban el dinero y la voz eran ellas.

-¿Así le pasó a usted?

P: -A mí igual. Mi marido era un celoso y me llevó a separarme. Y fui de las pioneras, porque oficialmente no se podía.

-¿No le ha importado lo que pensara la gente?

P: -Nunca. Mira, tenía un marido que era tonto. Sentía celos porque yo vendía más que él. Porque la gente venía a comprarme a mí. Ahora no, mi hijo me ha quitado. Es el primero que lo consigue, pero por poco tiempo, porque voy a volver a mandar yo (ríen).

-¿Cómo ha sido para usted, Jerónimo, esto de crecer en una familia de mujeres tan fuertes?

J: -Siempre me he llevado muy bien con las mujeres. Me gusta, porque los hombres somos más competitivos y el choque es frontal. Vosotras sois perfeccionistas, lleváis un mayor cuidado con los detalles.

El fotógrafo comienza con la sesión de fotos. Paquita Ors le mira, le comenta que es muy guapo, y le pide salir maravillosa. Se pone recta, aunque en ningún momento ha perdido esa maravillosa pose de dignidad.

J: -Mi madre estudió la carrera en Granada, donde mi abuela la mandó con mi tío para que le hiciera compañía. Una chica bien no podía irse sola a la universidad en los años 50, entonces vivir allí era como ir a Tailandia. Su hermano la acompañó como damo de compañía a pesar de que él tampoco quería hacer Farmacia sino Derecho. Y fue allí donde ella conoció a mi padre, que era un señor muy guapo, de Aragón, que dirigía un laboratorio. Era un hombre muy antiguo y no quería que mi madre trabajara. Y después ha hecho muchas cosas; siempre le ha gustado la decoración e incluso asesoró a políticos. Todavía tenemos productos para mítines, para esos momentos en que tienen la cara tan desmejorada por el cansancio.

-¿Cuándo se dio cuenta de que en las plantas encontraría los productos que curarían la piel?

J: -Mi madre pensó que en la maravillosa huerta valenciana se podían cultivar las plantas para extraer los principios activos. Y tenían que ser cremas baratas para las manos y la cara de las personas que trabajan en el campo o en los astilleros. Siempre con la idea de prescindir de lo superfluo y confiar en la efectividad del producto. Porque la naturaleza es una gigantesca fuente de activos, incluso para enfermedades como el cáncer. Y baratos, y eso es maravilloso.

P: -Por cierto, tú no tienes la piel bonita, es por la atmósfera.

-¿La contaminación?

P: -Eso lo has dicho tú (sonríe).

-¿No ha querido engañar a nadie?

P: -Yo siempre he dicho que no miento, me callo. Me prometí el día en que acabé la carrera que no mentiría y no lo hago.

-¿Ha sido importante para su empresa?

P: -Ha sido importante para mí.

J: -Yo digo a quienes trabajan con nosotros que no engañamos a nadie. Que lo que prometes lo vas a cumplir. Eso hace que uno duerma muy tranquilo.

-¿Ha trabajado mucho?

P: -Mucho. Nadie me ha regalado nada, aparte de mis padres, que me pagaron la educación y me ayudaron.

-¿Ha sido ambiciosa?

P: -No, me he conformado con lo que tenía, e incluso he pensado que era demasiado. Siempre me sentí una mujer afortunada hasta que me rompí la cadera. Es que yo soy muy activa, me lo hago todo, pero ahora necesito mucha ayuda.

-¿Le causa eso frustración?

P: -No sé si es la palabra correcta. Me da tristeza. He cogido pánico a volver a caerme. Llevo un año y dos meses.

J: -Mi madre siempre ha creído que la felicidad se encuentra en la incesante actividad, como decía Stendhal. Necesita hacer cosas.

-¿Ha sido siempre así, incluso de pequeña?

P: -La verdad es que no lo sé, y como soy la última que queda de la familia tampoco tengo a quién preguntar. Creo que me rompí la pierna por la muerte de mi hermano. Nos llevábamos un año y hemos estado siempre juntos. Incluso me divorcié y él también lo hizo. Se murió en mi casa. Lo quería con locura. Para mí ha sido lo más duro que me ha ocurrido. Siempre he creído que dominaba mis sentimientos, pero no. ¿Sabes qué es? (Señala un pequeño vaso que ha estado sobre la mesa todo el tiempo) Whisky.

J: -Se toma dosis homeopáticas de whisky.

P: -Fui al cardiólogo y le dije que necesitaba pastillas porque me encuentro muy sola. Me contestó: «Usted no tiene ninguna depresión sino un dolor que le quitará el tiempo, si se lo quita». Hablemos de otra cosa. No puedo recordarlo sin emocionarme. ¿Sabes qué? No me gusta el whisky.

-De acuerdo, hablemos de otras cosas. Me han dicho que usted ha vivido mucho tiempo en el Hotel Ritz de Madrid. ¿Por qué?

P: -He vivido allí casi treinta años. Me gusta más que una casa, porque es cómodo, no me he de preocupar de nada, tocas un timbre y te lo dan, y así tienes el tiempo para lo que tú quieras. No somos conscientes de que es un bien muy escaso. Aún me guardan la ropa, esperándome, porque soy su clienta más fiel.

-¿Es usted presumida?

P: -Soy muy coqueta. Ahora me tengo que ir a Italia a comprarme ropa. Voy cada año dos veces, aunque el pasado no me dejó ir mi hijo, que es un mandante. De momento camino agarrada de dos personas, pero ahora empezaré con una y un bastón.

Entran los nietos, dos mellizos de catorce años, Angélica y Jerónimo, que han heredado el saber estar de la familia, mezclado con esa timidez ante los extraños tan propia de la adolescencia.

P: -Yo le digo a ella que estudie Farmacia.

-¿Y quiere?

Angélica: -Sí, desde pequeña lo tengo claro. Quiero seguir con la empresa familiar.

-¿Tú también?

Jerónimo hijo: -Bueno, yo también, aunque soy más indeciso.

P: -¿Vas a estudiar Farmacia? Qué bien, me alegro. Cuando mi hijo era joven me decía que estudiaría lo que yo le dijera, y yo le contestaba que debía ser él quien eligiera. Pero él me replicaba que yo tampoco había decidido, que fue mi madre quien lo hizo por mí.

-Jerónimo, ¿estaría orgulloso de que sus hijos estudiaran Farmacia?

J: -Por supuesto. Nos gusta combinar el arte y la literatura con la ciencia, que es la que hace progresar a la humanidad y permite una sociedad más justa. Eso se nota en las casas que tenemos, sólidas con fantasía, que hablan de otros mundos. Son un poco escenográficas, recuerdan un tiempo pasado, mezclado con el progreso y la técnica.

P: -La próxima vez os invito a mi casa de Madrid, ya veréis qué preciosidad. La he decorado yo misma. Tengo además la farmacia más bonita de España.

-¿Nunca ha pensado en retirarse?

P: -No. Cuando me muera. Ese día me retiraré. Todavía voy a las tiendas y a la farmacia, viajando a Madrid y Zaragoza todas las semanas. Ahora empezaré a venir más a Valencia. No es posible que, siendo yo de aquí, venga tan poco.

J: -Mamá, no estás perdiendo facultades para nada.

P: -Gracias, hijo.

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