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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Martes, 14 de junio 2016, 21:54
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Encontramos a Hannibal Laguna sentado en el maravilloso patio de la cafetería de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, donde acaba de dar una conferencia, rodeado de mujeres que querían conocer al diseñador, una realidad que ha marcado su vida. Fuera de grabadora nos confiesa los trucos de belleza que comparte con Isabel Preysler, con quien volaba el otro día, codo con codo, camino de Singapur. Habla de ella o de Rocío Jurado por el nombre de pila, sin apellidos, porque Hannibal Laguna se ha introducido por la puerta grande en los armarios de las más importantes divas del país. Charlamos con una botella de agua sobre la mesa y algún cigarrito robado a las palabras, tranquilamente, sin interrupciones, porque hace ya años que optó por no exhibirse, apenas nadie le reconoce, una decisión que, como en tantas otras, fue a contracorriente.
-No ha tenido mucha exposición mediática usted, a pesar de encontrarse entre los grandes diseñadores de la moda. ¿Ha intentado esconderse?
-Sí, lo de no tener una presencia mediática relevante fue una decisión propia tomada desde muy jovencito, primero porque no me gustaba, pero además es que cuando llegué a España tuve la gran suerte de estar con personajes muy conocidos, amigos de mi familia, de vivir a su lado, de acompañarlos por la calle, y sin ser conocido ni famoso comprobé la incomodidad que vivían ellos. Y dije: «Nunca quiero pasar por esto. Me niego a ser reconocido físicamente y así podré tener una vida al margen de mi profesión». No me oculto, claro, pero no lo provoco.
-Llama la atención en ese sentido que al buscar imágenes suyas en internet sólo aparecen creaciones; apenas hay fotos en las que se le vea a usted.
-Recuerdo que una vez me hicieron una foto estando con Tono Sanmartín, que es un artista valenciano maravilloso, y ésa fue la que utilizamos durante diez años como imagen mía, hasta que una periodista me dijo: «¿Tienes una que no sea de cuando tomaste la comunión?» Entonces nos dimos cuenta de que debíamos hacer una nueva sesión.
-Nació usted en Caracas. Desde luego, el acento no lo conserva.
-Eso también fue una decisión personal. Tenga en cuenta que mi madre es valenciana y mi padre de Almería. Nací en Caracas porque ellos se conocieron y vivían allí. Residíamos en una colonia hispanoitaliana, con una vida muy diferente a la habitual en Venezuela. Como hijos de extranjeros se nos llamaba musiú y cuando en 1982 llegamos a España -yo tenía quince años-, aquí éramos sudacas. De hecho, nadie más en mi clase poseía ese acento.
-Debió de ser una época difícil. Uno no sabe de dónde es.
-Fue una etapa complicada. Pregunté a mi familia: «¿Ya nos vamos a quedar aquí?» Y como me dijeron que sí tomé la decisión de trabajar durante un año con un logopeda, y tengo el acento que debería haber tenido siempre (ríe). Sin embargo, cuando me junto con amigos que también se vinieron, enseguida cambio y vuelvo a hablar como si nunca me hubiera marchado de allá.
-Es que con quince años el arraigo estaría ya establecido en usted. No sé dónde siente realmente que están sus raíces.
-Queda mucho de Venezuela en mí, porque fue una infancia especial. Aunque veníamos con frecuencia a España, aquél es un país maravilloso. Los recuerdos son bonitos y añoro esa Venezuela en que me crié, que no es la de ahora.
-Hoy se habla mucho de su país, lamentablemente. ¿Le da pena lo que ve?
-Desgraciadamente. Más que pena es preocupación, porque te das cuenta de que la gente está sobreviviendo, no viviendo, y es duro haber conocido otro país tan distinto, que era maravilloso, idílico, lleno de recursos. Las personas lo estropean todo.
-¿Se adaptó al frío?
-Sí. Nos establecimos en Alicante un poco a medio camino entre Almería y Valencia, ni con la familia de mi padre ni con la de mi madre para que no hubiera problemas. Fíjese que la ciudad la decidimos los hijos, porque nos hospedamos una noche en el hotel Meliá y al despertarnos y ver aquella playa (se refiere a la del Postiguet) dijimos: «Aquí nos quedamos, papá».
-¿Qué se reconoce de venezolano y de alicantino?
-Tengo de venezolano la visión femenina de la mujer, de mis colecciones. Creo que también mi forma de utilizar el color. Y de alicantino, muchísimo. A esta tierra le debo todo, porque mi carrera profesional comenzó aquí. Las valencianas son las primeras a las que pude vestir. Tenía claro que mis trajes eran para momentos muy especiales, y eso aquí es posible porque hay una vida social muy intensa. No existe el miedo a la inversión económica, así que fue como encontrar la horma de mi zapato.
-Había en casa un antecedente relacionado con la moda. ¿Fue así como encontró su camino, viendo a sus padres trabajar?
-Mi madre tenía en Venezuela una fábrica valenciana que montó para Latinoamerica y que se llamaba Doneta. Para mí era absolutamente natural, yo nací entre rollos de tela, pero mi idea pasaba por ser arquitecto, y con los retales hacía los edificios, con cartón los forraba, con los de flores creaba los jardines Consideraba la moda como algo industrial, la economía familiar, y no veía en ella un vehículo para expresar emociones. De todo esto me di cuenta cuando, ya en la adolescencia, aprecié qué conlleva la arquitectura, que es algo completamente estático, sin movilidad, y entonces descubrí que algo que tenía a mi lado era lo que yo quería en realidad. Fue un cambio muy rápido de tres meses entre los 16 y los 17 años. Desde los ocho años había transmitido que quería ser arquitecto, y de repente todo cambió y dije: «Voy a ser diseñador de moda». Mi padre me respondió: «Pues no, hijo, tú primero una carrera». Fue un proceso largo, porque ellos han sufrido las embestidas de la industria, que es muy traicionera y complicada.
-¿Tan claro lo tuvo? ¿Nunca dudó?
-Jamás. Pero cuando veo a amigos que tocan maravillosamente bien el piano pienso que me hubiera gustado saber hacerlo, o al colaborar en rodajes se me pasa por la cabeza: «Algún día haré el guión de una película».
-He leído que es usted muy perfeccionista.
-(Sonríe). Sí, lamentablemente, porque te crea una cierta ansiedad. En el plano profesional me ha ayudado mucho, pero personalmente no me reporta satisfacciones. Siempre queda la sensación de que te ha faltado tiempo para hacerlo mejor. Con treinta años de carrera ya he llegado a la conclusión de que la perfección no existe, que sólo está en mi imaginación. Los primeros veinte fueron muy duros en ese sentido; en los últimos diez he sido más feliz.
-¿La perfección que se exige a sí mismo la pide a los demás?
-Cuando se refiere a temas que tienen que ver con el trabajo que he de presentar al público, por supuesto que sí. Las cosas han de estar bien hechas. Una frase de una modista muy buena se me quedó grabada: «Hannibal, se tarda lo mismo en coser una costura torcida que derecha». Y lo aplico a todo.
-¿La perfección no está reñida con el tiempo? ¿Hubiera destrozado muchos calendarios?
-Todos. Yo en los desfiles, que veo desde dentro, sólo percibo los defectos, que en realidad son cuestiones que me hubiera gustado hacer de otra manera pero no me ha dado tiempo. Esto durante los primeros veinte años de profesión n lo entendía y me generaba una ansiedad terrible.
-¿Afectaba a su vida personal?
-Y a los equipos de trabajo también. Me decían: «¿Te das cuenta de todo lo que ha salido bien?» Entonces comprendes que eso es el motor, el camino, para las próximas colecciones.
-¿Se considera una persona ambiciosa?
-Es cuestión de tener un fin y tratar de llegar a ese sitio y a ese momento. Yo lo que siempre había querido era poder trabajar de la forma en que me gustaba, tener la artesanía como una de las señas de identidad, porque es con lo que yo disfruto, y que el trabajo formara parte de mi vida, sin que las horas y el tiempo intervinieran. Para mí era fundamental. Que no tuviera prisa por terminar. Eso es un regalo y una elección. Lo que no podía hacer era traicionarme a mí mismo.
-¿Sigue la moda?
-Nunca he creído en la moda como la entiende el gran público, donde las tendencias son efímeras y cada seis meses te cuentan algo contradictorio con lo que te decían el año anterior. Entiendo que tiene que ser así, porque hay que crear consumo, pero en mi caso no funciono de la misma forma. Soy totalmente atemporal. Mire, hace un par de meses me escribió Ana (Obregón) un mensaje y me dijo: «Estoy en El hormiguero con un vestido tuyo». Y al verlo no lo reconocía. Al fijarme un poco más me di cuenta de que el vestido tenía catorce años, y parecía como si se hubiera hecho el día anterior. Además, este año hemos tenido que volver a visionar las imágenes de la última gala de Rocío Jurado, en la que le hice todo el vestuario, que yo no había querido volver a ver, y me decían los montadores: «Tal y como está vestida parece que hubiera cantado ayer, mientras que David Bisbal se ve desfasado con esos pantalones y ese traje chaqueta».
-¿Vestir a Rocío Jurado en aquella gala es una de las cosas que mayor satisfacción le han dado?
-A lo largo de todos estos años han sido tantas las mujeres arrolladoras y maravillosas que he tenido la oportunidad de vestir que serían incontables las anécdotas, pero bueno, ésta fue una experiencia maravillosa y dolorosa a la vez. No se me pasaba por la imaginación que podía ser su última actuación.
-¿Cómo la conoció?
-Yo conocía a su hija de muchos años antes, teníamos amistad y ella lo sabía. Un día coincidimos en un avión, creo que París-Alicante, e iba sentada a mi lado. Durante el vuelo se puso a ver la revista Ronda Iberia, donde salía una foto mía de pasarela. Y dijo: «Qué vestido más bonito». Le pregunté si le gustaba la moda y me contestó: «Pues mira, me gusta mucho un diseñador que mi hija siempre me dice que tengo que vestir de él para que me vea moderna. Tiene un nombre muy raro». «¿Será Hannibal Laguna?», le pregunté. Y respondió: «¡Ese!» Le aseguré que era yo y no se puede imaginar el cachondeo en el vuelo. Fue algo maravilloso. Y para la actuación me dijo: «Estamos preparando la gala de mi vuelta a los escenarios y todo el mundo me dice que para la más grande quiere a los más grandes». Fue muy bonito que alguien a quien admiras te diga eso. Le pregunté qué quería y me contestó: «Será la primera vez en mi vida que no lo haga, pero no lo voy a hacer; haz lo que tú quieras». Una mujer con esa trayectoria, que sabe lo que le gusta, lo que le queda bien Piense que son muy especiales las artistas.
-También ha tenido muchas alfombras rojas
-Las ha habido en Cannes, Venecia, los Goya, de todo. Es bonito, aunque lo llevo de forma natural porque desde muy joven, por el producto que yo hago, visto a mujeres que tienen una vida social muy activa y un perfil público. Yo diseño vestidos largos. ¿Quién se los va a poner si no? (ríe).
-¿Qué es lo que más le gusta de las mujeres?
-La mujer nunca ha gozado de libertad estética. En la época en que yo empecé a trabajar tenía que disfrazarse de hombre para demostrar que profesionalmente era válida. Entre todas las cosas a las que debía renunciar en aquella época, que eran muchas, destacaba que no podía marcar cintura, llevar una falda por encima de la rodilla o enseñar un escote absolutamente normal. Luché para que no fuera así y el tiempo me ha dado la razón. Por suerte el color del pelo ya no tiene nada que ver con la inteligencia.
-¿Cómo ha conjugado con una vida personal todo este tiempo que ha dedicado casi en exclusiva al trabajo?
-Muy fácil. Yo en su momento ya sabía que no iba a tener hijos, que iba a tener una pareja de mi mismo sexo, porque entonces los hijos no cabían. Ahora es otra lucha más, pero a mí no me ha llamado, ni siquiera me lo he replanteado, de hecho disfruto de mis sobrinas. Hay una frase que dice: «A quien Dios no le ha dado hijos el diablo le ha dado sobrinos». Así soy mucho más libre con mi tiempo. No tiene nada que ver formar familia o no formarla con la organización del día a día.
-¿La pareja que ha tenido lo ha entendido?
-Totalmente. No le ha quedado otro remedio, también lo digo. He tenido mucha suerte en ese aspecto, llevamos catorce años juntos. Mi pareja ha entendido perfectamente mi profesión, mis tiempos y mis horarios, que son distintos a los del resto del mundo, ya que empiezo a la una del mediodía y termino de trabajar a las siete de la mañana.
-¿Ah sí? Estas horas deben de ser para usted de madrugada (la entrevista se realiza antes del mediodía).
-¡Esto es un horror, yo esta mañana tenía jet lag! Sufre más la gente que tengo alrededor porque empiezo a trabajar con ellos a las cuatro de la tarde hasta las ocho u ocho y media y luego se van a su casa. Concretan mucho en esas cuatro horas porque si no resuelven saben que tienen que quedarse conmigo hasta las tres de la madrugada.
-¿Por qué eligió ese horario?
-Desde niño he tenido un horario muy nocturno, me ha costado mucho dormir por la noche. Estar solo me ayuda a crear, leer, crecer, que es muy importante. Por ejemplo, estudiando las técnicas de los grandes diseñadores, como Balenciaga, Dior... Mi trabajo es componer, en definitiva, y para esto no tienen que sonar los teléfonos.
-A esas horas es difícil que suenen, claro.
-No, aunque alguna que otra vez lo hacen porque tengo amigos que están en otros países y como saben que estoy despierto, me llaman. Cuando llega el equipo de mantenimiento me voy, aunque en ocasiones si doy señales de vida a las diez de la mañana me dicen: «¿Qué, todavía no te has ido, verdad?» La fluidez, la inspiración, me llega siempre de cinco a seis y media de la mañana.
-¿En qué momentos olvida qué es lo que es?
-No me lo he planteado. Eso sería como decirle a una madre cuando se olvida de que es madre. Nunca.
-¿En cualquier lugar encuentra inspiración?
-Si te desligas del día a día sí, pero es muy difícil. Esta señora me ha hecho una foto donde aparecían tres maceteros verdes y unas pequeñas florecitas rojas. He visto la combinación de esos dos colores con el azul de mi chaqueta y me ha gustado. Esas cosas las vas archivando.
-¿Se acercan muchas personas que le dicen que quieren ser diseñadoras? ¿Se ha convertido en referente?
-Yo entiendo que mi trabajo, por la connotación esttica que tiene, hace soñar. De hecho, busco hacer soñar a las mujeres. Es importante que las personas puedan llegar a disfrutar con su profesión tanto como yo con la mía. Me hacen especial ilusión aquellos en los que verdaderamente veo vocación y me duele cuando a pesar de la ilusión no lo logran, porque se necesita una capacidad brutal.
-¿Capacidad de qué? ¿De sacrificio?
-Sí. Y de trabajo.
-Nadie regala nada.
-En ninguna profesión, pero es muy duro cada seis meses hacer colecciones distintas, contra reloj Se hace complicado y hay que tener muchísima tenacidad, gran fuerza de voluntad. A los problemas no les veo la parte negativa, siempre percibo lo positivo para solucionarlos.
-Ha atravesado muchas situaciones duras.
-Sin duda. Pero no vinculadas a la profesión, que siempre me ha dado momentos felices. He vivido experiencias adversas donde el problema ha sido económico, porque la creación no va unida a vender, aunque a veces te ves obligado a hacerlo así. Te adaptas a los tiempos. Los momentos difíciles han sido más a nivel personal.
-¿Para usted es importante la familia?
-Sí, lo es. Nosotros tenemos ese apego, que nos viene de Venezuela, de estar siempre llamándonos, preguntando; somos como muy pesados, permanentemente reunidos, con la cena de primos, la comida de hermanos Ahora vivimos separados, estoy en Madrid y mi familia en Alicante, pero puedo hablar con mi hermana cinco veces al día y a veces incluso le digo: «Esta vez te he llamado para nada». Estamos tan enganchados al teléfono que una vez que vino a Madrid quería decirle un montón de cosas y no me salían. Cogí y le dije: «Hazme el favor, vete al otro despacho que te voy a llamar. Porque te tengo delante y no sé qué decirte». Se reía. Para que vea que tenemos mucha conexión. Ella lleva toda la producción de la firma.
-¿Es difícil trabajar con su hermana?
-Para nosotros no, porque lo hemos heredado de nuestros padres. Sabemos separar las dos cosas, nos han enseñado con su ejemplo a cambiar de registro. Nos podemos enfadar sobre un tema laboral, tener la mundial, y a los cinco minutos preguntarle: «Oye, no me has dicho que has hecho una coca que te ha quedado muy buena. ¿Qué la has hecho en la Thermomix?»
-¿Le gusta cocinar?
-Sí, y cocino muy bien, aunque hace ya dos o tres años que no tengo suficiente tiempo para hacer lo que quiero y lo he apartado.
-¿Cómo se ha adaptado a Madrid?
-Muy bien. Pero si yo les digo a mis amigos que Madrid es más pequeño que Alicante. Para mí después de El Corte Inglés de Goya hay un precipicio, mi vida transcurre entre Atocha y allí, en 500 metros. Vivo enfrente de la Cibeles, trabajo dos calles más allá. Además voy en taxi, porque yo no conduzco. Cuando elegí casa cogí un compás con el de la inmobiliaria, lo pinché en la tienda de Jorge Juan e hice un círculo. «Donde tú quieras pero ahí dentro». Mi vida transcurre en el barrio de Salamanca, donde descubro rejerías, aldabas, balcones
-Y va registrando
-Totalmente. Voy llenando el disco duro.
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