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Urgente Mueren una mujer y un hombre en Asturias arrastrados por el oleaje
Juanjo Vila, rodeado por algunas de las guitarras eléctricas de la colección familiar. Juan J. Monzó
El hombre que está en todas partes

El hombre que está en todas partes

En la pomada | Juanjo Vila ·

No lo veremos quieto. A este empresario de éxito podemos encontrarlo en Pelayo, nadando al alba en la playa de la Patacona o ejerciendo de embajador en cualquier lugar del mundo. Su conversación deambula entre los excesos de Las Vegas, los contrastes de Hong-Kong o el fetichismo de Los Ángeles

Ramón Palomar

Valencia

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Miércoles, 10 de enero 2018, 00:59

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El bautizo de Juan José Vila apareció en las páginas del papel cuché de la revista ‘Lecturas’ en el año 1975. Juan José llegó a este mundo, pues, con una revista del corazón bajo el brazo como si fuese un Paquirrín cualquiera. Pero esta divertida anécdota tiene una explicación, como no podía ser de otra manera. Al bautizo de aquel blondo querubín acudió Juan Bau, por aquel entonces verdadera estrella de la canción ligera de la modalidad ‘chorro de voz’, y el cantante, por cierto igual de famoso hoy en Latinoamérica aunque aquí no nos enteremos, honró con su presencia aquella cuchipanda porque su querido amigo y roadmanager era José Luis Vila, el padre de Juan José. Juntos giraron durante una década por aquel continente y por otros lugares, y tanto hotel compartido fortaleció su amistad. Vale la pena detenerse un instante en el señor Vila: fue uno de los pioneros del rock en Valencia al tocar el bajo en el grupo ‘Los genios’ y, de hecho, de vez en cuando todavía se reúnen para grabar algún disco y para soltarse las canas en algún bolo. Mucha vida acumula, Vila senior, y menuda colección de guitarras posee.

Más tarde, acaso agotado por los inevitables estragos de esa vida de trotamundos, montó una empresa relacionada con el equipamiento para la industria del entretenimiento; esto es, todo lo relacionado con altavoces, torres elevadoras, sonido e iluminación. La idea prosperó y en la actualidad es un empresón de tecnología puntera que vende sus productos en cualquier país. Una oficina en Miami se encarga de canalizar la clientela de aquellas zonas y, en cualquier caso, Juan José, ingeniero de telecomunicaciones, viaja de manera constante hacia Asia, Europa y las dos Américas siempre atento a las evoluciones del mercado y a las demandas de su parroquia. Hace unos días recién aterrizó de Las Vegas. Conoce Juan José muy bien Las Vegas, viva Las Vegas, sólo que en esta ocasión se ha encontrado un Las Vegas más engolfado que de costumbre porque desde hace cuatro meses han legalizado la marihuana para uso recreativo. «El pasillo del hotel atufaba a hierba, Ramón, y el negocio de la maría no para de crecer. La importan de California pero necesitan más. Increíble», me cuenta. De Hong-Kong le encantan los contrastes y el lado cosmopolita de esa megalópolis. «Son muy suyos, digamos que son como los parisinos de París; el resto de China no les interesa», apunta. Y ya que estamos en China, de aquel inmenso territorio escoge la ciudad de Shenzhen: «Es una ciudad nueva volcada en la tecnología. Allí fabrican, por ejemplo, los iPad. Es curioso, pero es una ciudad sin pasado, sólo tienen presente y futuro, y esa impresión la detectas».

Su esposa, Blanca, y sus gemelos le ayudan a desconectar junto al mar

Con Juan José, cuando demarras una conversación acerca de países y ciudades nunca sabes dónde finalizarás el trayecto. Sin embargo, y sin extendernos, vale la pena mencionar sus estancias en Los Ángeles, en la feria del ramo de allí, porque en esa urbe y en ese certamen ha compartido calles, pasillos o restaurantes con deportistas como Shaqui-lle O’Neal, con actores como Leo DiCaprio, Rob Lowe o Bruce Willis, o con músicos como Slash, Steve Morse (el guitarrista de ‘Deep Purple’), Joe Satriani, George Benson o su favorito en el campo del metal, John Petrucci. No olvida cuando Stevie Wonder, visitando la feria, se instaló a su vera y ofreció un pequeño concierto. De inmediato se formó un corro y Juan José Vila, como se dice en estos casos, estuvo allí, justo allí.

¿Y qué hace este hombre cuando regresa de uno de sus largos viajes? Pues encerrarse en su casa con su esposa Blanca (también teleco, se conocieron en la facultad) y sus gemelos. Una vez ha superado el jet lag, se los lleva todos a comer a la playa, frente al mar, y mayormente frente al mar porque a nuestro mar Mediterráneo lo llama «mi mar». No cambia Valencia por ninguna otra urbe y asegura que nuestra calidad de vida es, sencillamente, insuperable. Esta relación con el mar la reafirma en su condición de experto nadador. Forma parte de una asociación formada por más de dos mil personas que responde al nombre de Nadópatas Patacona. Se citan a través de las redes y se largan a nadar a la playa de la Patacona, protegida por unos espigones que suelen garantizar la calma chicha de las aguas. Quedan al alba para coincidir con la salida del sol, o por la noche para ver las estrellas, o por la tarde, o cuando les apetece, pero no fallan a esa cita porque el agua salada les mantiene frescos y les engancha.

Juan José, tan curtido en los viajes, sigue ejerciendo de valencianía porque le encanta la pilota y siempre que el tiempo y su trabajo lo permiten no se pierde las partidas del trinquet de Pelayo. Le inició en este deporte su preparador físico Domingo Palacios, entrenador del campeón Puchol II, y disfruta con la emoción de las partidas pues entiende las esencias de la pilota.

Juan José Vila luce cabello rubio, chasis atlético y ojos azules. Mientras pasea su cuerpo por los rincones de la tierra le suelen confundir con alemán, italiano, inglés, yanqui o sueco. Nunca sospechan que es español y valenciano. Cuando descubren su verdadera raíz y su conocimiento tecnológico, flipan. En este sentido ejerce de formidable embajador. En efecto, algunos averiguan gracias a su estampa que no todos los españoles son de corta estatura, cejijuntos y de frondosa pelambrera en la espalda. Y por mucho que lo suyo consista en un eterno movimiento, jamás olvida Valencia. «Cómo se vive aquí, Ramón, la peña no se da cuenta, te lo aseguro...»

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