Más tarde, acaso agotado por los inevitables estragos de esa vida de trotamundos, montó una empresa relacionada con el equipamiento para la industria del entretenimiento; esto es, todo lo relacionado con altavoces, torres elevadoras, sonido e iluminación. La idea prosperó y en la actualidad es un empresón de tecnología puntera que vende sus productos en cualquier país. Una oficina en Miami se encarga de canalizar la clientela de aquellas zonas y, en cualquier caso, Juan José, ingeniero de telecomunicaciones, viaja de manera constante hacia Asia, Europa y las dos Américas siempre atento a las evoluciones del mercado y a las demandas de su parroquia. Hace unos días recién aterrizó de Las Vegas. Conoce Juan José muy bien Las Vegas, viva Las Vegas, sólo que en esta ocasión se ha encontrado un Las Vegas más engolfado que de costumbre porque desde hace cuatro meses han legalizado la marihuana para uso recreativo. «El pasillo del hotel atufaba a hierba, Ramón, y el negocio de la maría no para de crecer. La importan de California pero necesitan más. Increíble», me cuenta. De Hong-Kong le encantan los contrastes y el lado cosmopolita de esa megalópolis. «Son muy suyos, digamos que son como los parisinos de París; el resto de China no les interesa», apunta. Y ya que estamos en China, de aquel inmenso territorio escoge la ciudad de Shenzhen: «Es una ciudad nueva volcada en la tecnología. Allí fabrican, por ejemplo, los iPad. Es curioso, pero es una ciudad sin pasado, sólo tienen presente y futuro, y esa impresión la detectas».
Su esposa, Blanca, y sus gemelos le ayudan a desconectar junto al mar
Con Juan José, cuando demarras una conversación acerca de países y ciudades nunca sabes dónde finalizarás el trayecto. Sin embargo, y sin extendernos, vale la pena mencionar sus estancias en Los Ángeles, en la feria del ramo de allí, porque en esa urbe y en ese certamen ha compartido calles, pasillos o restaurantes con deportistas como Shaqui-lle O’Neal, con actores como Leo DiCaprio, Rob Lowe o Bruce Willis, o con músicos como Slash, Steve Morse (el guitarrista de ‘Deep Purple’), Joe Satriani, George Benson o su favorito en el campo del metal, John Petrucci. No olvida cuando Stevie Wonder, visitando la feria, se instaló a su vera y ofreció un pequeño concierto. De inmediato se formó un corro y Juan José Vila, como se dice en estos casos, estuvo allí, justo allí.
¿Y qué hace este hombre cuando regresa de uno de sus largos viajes? Pues encerrarse en su casa con su esposa Blanca (también teleco, se conocieron en la facultad) y sus gemelos. Una vez ha superado el jet lag, se los lleva todos a comer a la playa, frente al mar, y mayormente frente al mar porque a nuestro mar Mediterráneo lo llama «mi mar». No cambia Valencia por ninguna otra urbe y asegura que nuestra calidad de vida es, sencillamente, insuperable. Esta relación con el mar la reafirma en su condición de experto nadador. Forma parte de una asociación formada por más de dos mil personas que responde al nombre de Nadópatas Patacona. Se citan a través de las redes y se largan a nadar a la playa de la Patacona, protegida por unos espigones que suelen garantizar la calma chicha de las aguas. Quedan al alba para coincidir con la salida del sol, o por la noche para ver las estrellas, o por la tarde, o cuando les apetece, pero no fallan a esa cita porque el agua salada les mantiene frescos y les engancha.
Juan José, tan curtido en los viajes, sigue ejerciendo de valencianía porque le encanta la pilota y siempre que el tiempo y su trabajo lo permiten no se pierde las partidas del trinquet de Pelayo. Le inició en este deporte su preparador físico Domingo Palacios, entrenador del campeón Puchol II, y disfruta con la emoción de las partidas pues entiende las esencias de la pilota.
Juan José Vila luce cabello rubio, chasis atlético y ojos azules. Mientras pasea su cuerpo por los rincones de la tierra le suelen confundir con alemán, italiano, inglés, yanqui o sueco. Nunca sospechan que es español y valenciano. Cuando descubren su verdadera raíz y su conocimiento tecnológico, flipan. En este sentido ejerce de formidable embajador. En efecto, algunos averiguan gracias a su estampa que no todos los españoles son de corta estatura, cejijuntos y de frondosa pelambrera en la espalda. Y por mucho que lo suyo consista en un eterno movimiento, jamás olvida Valencia. «Cómo se vive aquí, Ramón, la peña no se da cuenta, te lo aseguro...»
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