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La casa de Joan Santamaría, la ventana indiscreta

Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Lunes, 11 de marzo 2019, 01:22

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Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
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Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».
Quería una casa muy bruta y minimalista que tuviese aires de monasterio», reconoce Joan Santamaría. A mediados de los noventa el exitoso peluquero dio con el espacio que hoy acoge su hogar, una última planta ubicada en la calle Sueca que había sido reformada por sus antiguos propietarios. «Era gente joven y la verdad es que no estaba mal, tenía un estilo casa de campo y un valor al que yo iba a sacarle partido». Hace unos siete años llevó a cabo una reforma. Como Joan ya vaticinaba el curso que iba a tomar el barrio, cambió la ubicación de la habitación y la situó en la parte de atrás, que es más tranquila. En la zona delantera puso la cocina, la zona de social y una mesa de trabajo. La casa es toda diáfana, aunque por la forma en la que está distribuida, la parte de descanso se resguarda por un halo de intimidad. Allí reposa el dormitorio y una enorme ducha construida en hormigón que se abre frente a la cama bañada por la luz natural que le llega de una pequeña ventana que parte las vigas. El sanitario está situado junto a la entrada, oculto tras una singular puerta de madera grabada. «Las vigas son las originales y estaban a diferentes alturas, el suelo es de cemento pulido y algunas paredes de hormigón. La instalación eléctrica la dibujamos un amigo electricista y yo y la dejamos al aire, jugando con los ángulos para darle una forma más interesante».

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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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Texto: Elena Meléndez | Fotos: Jesús Signes
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