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Villalonga. Una imagen del patricio valenciano. lp
Villalonga, el valenciano que gobernó Cataluña durante tres semanas

Villalonga, el valenciano que gobernó Cataluña durante tres semanas

El impulsor del Banco de Valencia fue delegado del Gobierno tras el golpe de Companys | No alcanzó la presidencia de la Generalitat por ganar unas elecciones sino que fue designado por la CEDA en 1935, en un momento muy convulso

F. P. PUCHE

VALENCIA.

Domingo, 22 de octubre 2017, 00:22

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Cuando Caixabank se dispone a reunir su consejo de administración, mañana lunes, en el edificio que fue sede del Banco de Valencia, parece oportuno recordar algunos hechos trágicos de la historia de España: el que fue presidente de la desaparecida entidad, Ignacio Villalonga, fue delegado del Gobierno de la República en Cataluña, de hecho presidente de la Generalitat, durante tres semanas intensas del muy difícil año 1935. Lluis Companys, el presidente que decretó la República Federal de Cataluña en 1934, estaba por esos días en prisión.

«Si don Ignasi Villalonga levantara la cabeza», exclamaba hace varios años un estimado colega, corresponsal de 'La Vanguardia', a la vista del descalabro financiero valenciano producido por la incuria, el descontrol, el mal gobierno e incluso el latrocinio. Sin embargo, como apuntaba Pablo Salazar hace apenas unas fechas, los hechos permiten ventear, en días no demasiado pesimistas, la llegada de un nuevo ciclo: varias entidades financieras valencianas murieron, pero sus despojos han dado vida nueva a otras entidades --Sabadell y Caixabank- que, llevadas por nuevos acontecimientos, ahora políticos, han establecido su sede en Alicante y Valencia, ciudades donde sus consejos -la vida sigue- se disponen a reunirse.

«Si don Ignasi Villalonga levantara la cabeza», me atrevo a escribir años después de que lo hiciera Enguix. Porque mañana se dará la histórica circunstancia de que los directivos de la potente entidad financiera española, la de la estrella azul de Miró, tomarán asiento en el mismo edificio, y en los mismos despachos que Villalonga compartió en su día con los Noguera, Casanova, Girona, Iborra y Reig, impulsores del desaparecido Banco de Valencia. Creado en 1900, esta entidad estuvo unida a la economía valenciana durante todo el siglo XX y fue presidida, desde 1954, por Ignacio Villalonga, que unió su destino al potente núcleo financiero del Banco Central, también desaparecido por absorciones y fusiones.

Ignacio Villalonga Villalba, nacido en 1895, se doctoró en Deusto en 1914 y desplegó una notable carrera en la que aunó su capacidad de gestor financiero a un decidido valencianismo. Mientras dirigía la Compañía de Tranvías, propiedad de su familia, fue fundador de la Unión Valenciana Regional y uno de los impulsores de la 'Declaració Valencianista' de 1918. Se separó de la política activa durante la Dictadura aunque en 1929 creó el Centro de Estudios Económicos Valencianos. En 1932 fue uno de los firmantes de las 'Normes de Castelló', que regularizaron la ortografía del valenciano. Con la República, regresó a la política: en 1934 fue diputado de la Derecha Regional Valenciana por Castellón, representación que en 1936 reiteró, ahora por la CEDA.

Pero hay en la biografía de Villalonga un hecho que trasciende la anécdota: tras la sublevación del presidente Lluis Companys contra la legalidad de la República y la declaración unilateral de independencia de Cataluña, en octubre de 1934, el gobierno de la República presidida por Alcalá Zamora tuvo que intervenir, Constitución en mano, para volver a la legalidad las aguas desbordadas. Es así como el valenciano Ignasi Villalonga fue nombrado por decreto presidente de la Generalidad de Cataluña y gobernador general, en nombre de la República, mientras Companys permanecía en prisión a bordo de un barco.

El valencianismo no siempre ha subrayado estos datos. Nos hablaba, sí, de un Villalonga presidente de la Generalitat; pero se dejaba correr la idea brumosa de que había ganado el honorable título en el curso de unas elecciones. No es habitual mencionar a dos presidentes designados -Pich i Pon y Eduard Alonso- que intentaron llevar adelante los asuntos de Cataluña en tiempos muy revueltos, entre 1934 y 1935; y de un Villalonga que lo procuró sin éxito, durante tres semanas de gran intensidad, entre el 27 de noviembre y el 16 de diciembre de 1935. Maluquer y Escalas le sucedieron en el empeño imposible, mientras la CEDA seguía braceando contra el impulso de la creciente izquierda y el anarquismo. Fue el Frente Popular, tras ganar las elecciones de febrero, el que el 1 de marzo de 1936 repuso a Companys en el Palau de Sant Jordi, libre de cargos.

La toma de posesión de Villalonga como presidente, el 25 de noviembre de 1935, es un momento histórico de gran intensidad. El valenciano llegó a Barcelona en tren, acompañado de sus tres hermanos varones y de un nutrido grupo de empresarios, entre los que destacaba Noguera, presidente del Banco de Valencia, y el presidente de la Compañía de Tranvías, Rafael Cort. La lista de los valencianos que siguieron su toma de posesión va desde Juan Bautista Feliu a Galindo, Domínguez y Aznar, hombres del partido y de la economía valenciana.

Su discurso, su medido paralelismo entre Cataluña y Valencia, su forma de buscar y encontrar en la historia puntos comunes, es una pieza antológica. Tras evocar el parecido del artesonado del salón donde hablaba con el del Palacio de la Generalidad Valenciana, bastará una frase: «Estoy bajo a impresión emocionada de la historia gloriosa de Cataluña y de la historia también gloriosa de Valencia que tantos paralelismos guardan de raza y de lengua en forma que casi siempre vuestras derrotas y vuestras glorias han sido también las nuestras».

También se debe anotar que Villalonga fue gobernador excepcional en virtud de una ley con la que no comulgaba. Él mismo lo dijo en su discurso: «Estoy aquí en virtud de una ley de excepción, de emergencia, con la cual, como diputado, no he estado de acuerdo, y tanto es así que mi jefe político, con su alta comprensión, me autorizó para que, sin merma de la disciplina, me abstuviera de votar. Yo no he votado, pues, la ley del 2 de enero». Que permitió, añadimos, la intervención del autogobierno de Cataluña.

El resto es historia, historia triste de España: en 1936, Villalonga ayudó a Franco en forma de combustible de la empresa CEPSA, de la que era presidente; en 1940 se produjo la ominosa entrega por la Gestapo francesa del exiliado Lluís Companys. De todo ello podemos extraer la moraleja más conveniente. Por ejemplo: a veces se dan curiosas coincidencias históricas, como la que se producirá mañana en el edificio que el Banco de Valencia levantó en la calle del Pintor Sorolla por impulso de Villalonga. Y otra, si me apuran: es más que razonable estar al lado de la Constitución, debajo de su paraguas. Aunque sea para ejercer el legítimo derecho de querer cambiarla.

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