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¿Vox es de extrema derecha y Podemos no es de extrema izquierda?

¿Vox es de extrema derecha y Podemos no es de extrema izquierda?

Con su rechazo a la monarquía, el partido morado es tan poco constitucionalista como el de Abascal, que eliminaría las autonomías. Incluso más. Sólo que al primero se le disculpa y al segundo, no | Lo políticamente correcto ha impuesto su lenguaje: los de un lado son ultras, los del otro, antisistema, mucho más amable

Pablo Salazar

Valencia

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Lunes, 2 de diciembre 2019, 00:04

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A diario, en la mayoría de medios de comunicación y en las tribunas de los parlamentos, se repite que Vox es un partido de extrema derecha. Sus ideas sobre las autonomías, el nacionalismo español, la inmigración, la mal llamada memoria histórica o la ideología de género lo sitúan, a ojos de políticos, analistas y periodistas, en un espacio maldito, lo que a su vez sirve para acusar a los que pactan con él de colaboracionistas y blanqueadores de los ultras. Más que tratar de desmentir que Vox sea o no un partido de extrema derecha, lo que ahora nos interesa analizar en este artículo es el fenómeno de por qué no se denomina con la misma contundencia a Unidas Podemos como un partido de extrema izquierda. O dicho de otra forma, por qué unos han sido estigmatizados casi desde el mismo día de su fundación (Vox) mientras los otros gozan de una bula permanente por la que se les disculpa todo lo que hagan y digan (Unidas Podemos).

Para empezar, se señala que Vox es un partido que está fuera de la Constitución, principalmente porque impugna el Estado autonómico. Hay que acabar con las autonomías, dicen sus representantes, porque es un modelo muy caro, desequilibrado, que crea desigualdades y que está rompiendo España, como puede verse en Cataluña. Ciertamente el modelo autonómico está contemplado en la Carta Magna de 1978, por lo que esta enmienda a la totalidad queda fuera del espíritu de los padres de la Constitución. Otra cosa es cómo pretenda Vox acabar con las autonomías porque de momento lo que vemos es que participa y se ha integrado en los parlamentos regionales, e incluso da apoyo a algunos ejecutivos, caso de Andalucía o Madrid. Pero si Vox es un partido de extrema derecha porque no es constitucionalista ¿no cabría calificar por exactamente lo mismo a Unidas Podemos como de extrema izquierda? No olvidemos que la formación morada es abiertamente republicana, antimonárquica, contraria por tanto al actual jefe del Estado, Felipe VI, y al modelo hereditario consagrado por la Constitución. Eso por no hablar de su rechazo a lo que denomina «el régimen del 78», a toda la Transición, a los logros de una etapa de la historia de España irrepetible. Unidas Podemos es tan poco constitucionalista como Vox, incluso más, sólo que a los primeros se les disculpa y a los segundos, no.

Polonia fue invadida en 1939 por la Alemania de Hitler y días después por la URSS de Stalin

Volvamos a Barrio Sésamo

Centrémonos ahora en una cuestión puramente terminológica y que nos hace viajar en el tiempo hasta los legendarios programas de 'Barrio Sésamo' en los que la rana Gustavo y su inseparable Coco nos explicaban la diferencia entre cerca y lejos, delante y detrás, arriba y abajo, etcétera. Se dice que Vox es de extrema derecha porque está a la derecha de un partido de derechas como es el PP. Así planteado parece lógico. Bien, admitamos por ahora el razonamiento. Vamos al otro lado del arco político. Si el PSOE es la izquierda y Unidas Podemos está a la izquierda de la izquierda, ¿no debería entonces por la misma regla de tres ser calificado de extrema izquierda? No. En el mejor de los casos se habla de populistas, que aunque es un término con cierta carga despectiva sigue siendo mucho más amable que cuando se le antepone extrema o ultra. Ni cuando Pedro Sánchez se resistía a pactar con Pablo Iglesias y hasta temía por un posible insomnio recurrió a llamar extremistas a sus ahora socios de un Gobierno que, cómo no, lleva el apelativo de progresista, la poción mágica que todo lo cura.

Las palabras tienen una enorme importancia. Fijémonos en los calificativos de los miembros de Vox. Se habla de Abascal como el líder ultra o extremista, un término que jamás se emplea con Iglesias, ni siquiera con Monedero, conocido por sus excesos verbales. En la izquierda siempre se encuentran subterfugios para acabar llamando a las cosas no por su nombre sino por el nombre que más conviene a su causa. Así, los más radicales, los que hacen frente a la policía con la cara tapada y el adoquín en la mano son los 'antisistema', un término que en sí mismo no parece excesivamente negativo, al fin y cabo ser antisistema está en el ADN de los jóvenes, que por edad suelen oponerse a casi todo y desde luego a todo lo que representa la generación de sus padres. En el antiguo Podemos existe una corriente conocida como Anticapitalistas. Más de lo mismo, es fácil llegar a sentir hasta simpatía por aquellos que se enfrentan a un sistema como el capitalismo, aunque sea con todas las contradicciones del que defiende una cosa y vive justamente la contraria. Peor aún es en el País Vasco: los abertzales, los extremistas de izquierdas y separatistas, simpatizantes en muchos casos de ETA. Tampoco aquí se recurre a ultras o extremistas sino a una palabra en euskera, 'abertzales', que viene de patriotas (el Aberri Eguna es el Día de la Patria Vasca), aunque ya nadie lo usa en ese sentido, se lo han apropiado los que igual quemaban autobuses durante una jornada de kale borroka que hacen la vida imposible a los profesores de universidad que no comulgan con el credo separatista.

Veamos un ejemplo de esta misma semana. El martes era condenado a cinco años de prisión Rodrigo Lanza por matar a un hombre en Zaragoza. Conocido por sus ideas radicales, anarquistas, antisistema, Lanza ya tenía antecedentes penales por haber dejado tetrapléjico a un policía. No vamos a entrar en el fondo del asunto, lo dejamos para otro día. Fijémonos simplemente en el titular de un medio de comunicación de la órbita 'progresista', que es tanto como decir pro-PSOE: 'Rodrigo Lanza condenado a cinco años por la muerte del hombre con los tirantes de España'. En ningún momento se dice el activista de extrema izquierda Rodrigo Lanza, o el ultraizquierdista Rodrigo Lanza, sino simplemente Rodrigo Lanza. Supongamos ahora que el crimen lo hubiera cometido un activista de extrema derecha contra un joven que portaba tirantes con la bandera del arcoiris, la del orgullo gay, por poner un ejemplo. ¿No se hubiera titulado 'Condenado a cinco años el ultraderechista fulanito de tal por matar...'? La doble vara de medir. Por cierto, ese mismo día, martes, los diarios informaban a media tarde de que el PP se oponía a establecer un 'cordón sanitario' sobre Vox en la mesa del Congreso, un nuevo eufemismo que viene a significar que la izquierda (PSOE y Unidas Podemos) no quieren que los de Abascal estén en el órgano de dirección de la Cámara baja, una medida que nos da cuenta del dominio que el pensamiento único ejerce en todo momento sobre la agenda política.

Un poco de historia

Pero seguimos sin encontrar razones de fondo para este distinto tratamiento. Es evidente que el comunismo goza de buena prensa en España y tal vez por eso aquellos que se declaran herederos del comunismo cuando no abiertamente comunistas no son desterrados al extremismo al que sin embargo es deportado con oprobio cualquier político de Vox. Vamos a detenernos, no obstante, en algunos momentos históricos que nos pueden ayudar a repensar el actual estado de las cosas. Se cumplen en 2019 ochenta años del inicio de la II guerra mundial, que como es sabido comienza cuando la Alemania de Hitler invade Polonia el 1 de septiembre de 1939 y a los dos días las potencias occidentales (Francia y el Reino Unido) la declaran la guerra. Lo que ya no es tan conocido (quizás porque no interesa a ese pensamiento único omnipresente) es que dieciséis días más tarde, el 17 de septiembre, las URSS de Stalin hizo lo propio, invadir Polonia por el otro lado, por el Este, sólo que en este caso nadie le declaró la guerra. En realidad, Stalin no estaba más que cumpliendo los acuerdos del Pacto Ribbentrop-Mólotov, en el que se fijaba la partición de Polonia entre Alemania y la URSS. Sí, 'el padrecito' Stalin, un héroe durante años para muchos comunistas españoles, europeos y estadounidenses, firmó un pacto con el malvado Hitler (lo era, un psicópata y un genocida), pero esta parte de la Historia se cuenta poco o directamente se pasa por alto.

Cuando tres años antes, en 1936, en España estalla una guerra civil, la intelectualidad americana no duda en alinearse en bloque con la causa republicana y contra «los fascistas», aunque a esa causa republicana le acabara ayudando la URSS de Stalin, responsable de matanzas, hambrunas que dejaron millones de muertos, deportaciones en masa, gulags por todo el territorio siberiano, torturas, encarcelamientos, represión de las libertades... La guerra es buena o mala, justificable o no, según quién la dispute. Las recientes memorias del periodista norteamericano Seymour M. Hersh ('Reportero') son muy ilustrativas al respecto. No tiene el menor inconveniente en declararse demócrata (del Partido Demócrata americano) y en manifestar una y otra vez que su principal objetivo al entrar a trabajar como periodista era acabar con la guerra del Vietnam. Por supuesto no hay apenas mención a la brutalidad del régimen comunista de Vietnam del Norte, que acabó ganando la contienda e imponiendo una feroz dictadura en todo el país. Ni siquiera un ápice de arrepentimiento por haber visitado Hanói durante el conflicto y haber blanqueado (y de qué manera) a las autoridades comunistas. Nada diferente, por otra parte, de lo que hicieron algunas afamadas estrellas del cine, como Jane Fonda ('Hanoi Jane').

Si hay riesgo de fascismo, la guerra está justificada, pero si el enemigo a batir es el comunismo entonces es mejor retirarse y que cada país se apañe con sus problemas. Esta es la filosofía de la izquierda exquisita. Nada dijeron cuando los tanques rusos entraron en Praga, para acabar con la primavera checa, ni cuando la policía del régimen comunista aplastó a Solidaridad en Polonia, no se les oyó protestar por cómo China puso fin a las revueltas ciudadanas en Tiananmén, ni ahora en Venezuela o Nicaragua. Países todos bajo la bota de un comunismo que ha ido cambiando de cara pero que mantiene su fondo dictatorial.

30 años del Muro

De la historia volvemos al presente, a un 2019 en que se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín o, lo que es lo mismo, del desmoronamiento del comunismo y del telón de acero en Europa, el final de una utopía que otra vez, como pasa siempre que se aplica, costó millones de vidas y el empobrecimiento y la degradación de países y sociedades. Pese a todo ello, el comunismo continúa gozando de buena prensa en España, algunos políticos pueden seguir saludando con el puño en alto y líderes autocalificados como progresistas pueden citar tranquilamente a intelectuales de su cuerda a pesar de la pesada mochila que arrastran, como el laborista inglés Jeremy Corbyn con Pablo Neruda, poeta chileno fallecido en 1973, miembro del Comité Central del Partido Comunista y autor de varios poemas laudatorios del dictador soviético que le valieron el premio Stalin de la Paz, en 1952. Stalin y paz en la misma frase es claramente un oxímoron. Y un insulto para sus millones de víctimas. Pero Corbyn lo citó hace unos días al lanzar su campaña electoral sin importarle ni su pasado estalinista ni las sospechas de violación a una sirvienta que sobrevuelan la memoria del escritor chileno. Aquí no hay Me too que valga. Todo sea por la causa.

Como conclusión. La superioridad moral que se atribuye la izquierda le lleva a ocultar, disfrazar, comprender y hasta justificar los evidentes excesos que en su nombre se han cometido a lo largo de la reciente historia, un criterio bondadoso que ni de lejos aplica a las ideologías de derechas y mucho menos a sus versiones extremas. Cabría preguntarse (y lo haremos, pero otro día) si realmente Vox es un partido de extrema derecha o de una derecha nacionalista española, pero lo que no admite discusión es que con el mismo baremo con el que se descalifica a Vox como partido de extrema derecha, Unidas Podemos debería ser denominado como extrema izquierda. Lo contrario, sencillamente, es tergiversar. Café para todos o para ninguno.

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