Borrar
Publicidad. Mosto de Bodegas Palacio: antigua botella e ilustraciones promocionales. RC

Mosto Palacio, de Laguardia al mundo

Plantó cara a los refrescos con gas durante 60 años y llegó a venderse en Filipinas y Argentina

ANA VEGA PÉREZ DE ARLUCEA

Jueves, 9 de octubre 2025, 23:51

Comenta

Hagamos un ejercicio de memoria: ¿cuándo fue la última vez que se tomaron un mosto? Yo bebí uno hace poco con su aceituna, su rodaja de naranja, sus abundantes hielos, su camisita y su canesú. Me supo buenísimo, a trago fresco sin mistificaciones y a infancia súbitamente recobrada. A muy lejano aperitivo de domingo, cuando los padres bajaban la guardia y nos consentían algún pequeño capricho a cambio de que no diéramos demasiado la turra en el bar. El catálogo de tragos adecuados para menores de edad incluía el clásico mosto blanco, su hermano el mosto rojo (mucho más adulto y emocionante, aunque supiese igual), algún zumo, horchata, gaseosa corriente y moliente, y los anheladísimos refrescos de sabores.

Hace 30 años el mosto ya era percibido como una especie de premio de consolación, una bebida segura y algo aburrida apropiada para niños, abstemios poco dados a la aventura, estómagos flojos o señoras mayores que acababan de salir de misa. Entre los 80 y los 90 su consumo descendió de manera acusada y eso significó tanto la desaparición de numerosas marcas como la concentración del mercado en torno a unas pocas fuertes. Por ejemplo Greip, cuyo curioso nombre es la transcripción fonética de la palabra inglesa «grape» (uva), sobrevive contra viento y marea gracias a que en 1992 fue absorbido por la multinacional PepsiCo. Nacido en Navarra en 1964, es el mosto por antonomasia para las generaciones más recientes, pero aún habrá quien recuerde que antes de Greip hubo dos zumos de uva made in Euskadi que fueron referentes del sector durante muchísimo tiempo.

El primero de ellos fue Zuva: elaborado desde 1927 por las Bodegas Bilbaínas (Haro) del erandiotarra Santiago Ugarte Aurrecoeche (1867-1935), abrió la veda de los mostos de Rioja y siguió refrescando paladares al menos cinco décadas más. Anteriormente, solo había mostos catalanes, andaluces y alguno aragonés, pero la mayoría de ellos eran concentrados que debían mezclarse con agua para poder beberlos y que además eran proclives a la fermentación. Para evitar que se alcoholizasen tenían que almacenarse en un lugar fresco con la botella colocada en posición horizontal y una vez abiertos, las levaduras que contenían comenzaban muy rápidamente a hacer de las suyas, de modo que había que consumirlos en pocas horas.

A pesar de estos problemas los mostos fueron cogiendo auge durante los primeros años del siglo XX debido a su reputación de bebida saludable y al desarrollo de la viticultura. Los jugos de uva sin alcohol fueron objeto de una intensa campaña de propaganda pseudo-terapéutica que puso en un altar sus supuestos beneficios para la salud. La etiqueta de Zuva alardeaba de que tan solo dos cucharaditas de mosto contenían las mismas calorías que un plato de carne y se digería mucho mejor.

Más ambiciosas aún fueron las Bodegas Palacio, fundadas en Laguardia en 1894 por el bilbaino Cosme Palacio Bermejillo (1858-1922). Su hijo y sucesor Ángel María Palacio sacó al mercado en 1930 el mítico Mosto Palacio, mosto de cabecera, no solo de la inmensa mayoría de vascos hasta bien entrados los 90 sino producto predilecto también en toda España, e incluso en países tan lejanos como Filipinas o Argentina. Para resaltar su pureza Bodegas Palacio encargó al cartelista e ilustrador valenciano Arturo Ballester el dibujo que hoy nos acompaña: un anciano rodeado de hojas de vid exprime un racimo de uvas directamente sobre una copa.

La misma imagen se usó en botellas, catálogos, publicidad, folletos promocionales -los mismos que prometían que aquella bebida curaba prácticamente todo- y carteles o espejos de gran formato que, colocados en la vía pública o en la fachada de las mejores tiendas de alimentación, recordaban constantemente a los consumidores que el Mosto Palacio era el mejor. Los lectores vitorianos más veteranos se acordarán de haberlo visto en la puerta de los ultramarinos Esperanza y Abechuco, mientras que los de Bilbao estarán visualizando mentalmente cómo lucía en el escaparate del famoso comercio que Pedro Segovia tuvo en la Gran Vía entre 1927 y 1982.

Según el fabricante aquel mosto hecho con modernos procedimientos mecánicos conservaba todas las vitaminas de las uvas y estaba totalmente libre de impurezas, así que se podía conservar durante largo tiempo sin peligro de que fermentara. Además, era un alimento completo, excepcionalmente digerible y con mayor valor nutritivo que la leche, cualidades que lo convertían en elemento indispensable en la dieta de enfermos, convalecientes, ancianos, niños, embarazadas y madres lactantes. Para obtener todos sus beneficios tan solo -ejem- había que beberse de una a dos botellas diarias y esperar sentado a que mejorara trastornos tan diversos como arterioesclerosis, acidez, falta de apetito, enfermedades hepáticas e infecciones de cualquier tipo, reumatismo, artritis, gota, neurastenia o estreñimiento.

Mosto Palacio lo tenía todo y encima sabía bien, especialmente si como recomendaba su publicidad en los años 60 se tomaba con hielo, un chorrito de agua de Seltz y un poco de limón. Desgraciadamente, su popularidad no fue suficiente para ganar la batalla comercial contra otros refrescos más sofisticados y aunque a mediados de los 90 la marca fue transferida no parece que volviera nunca a comercializarse. Ahora que acaba de nacer el mosto riojano con gas (Mostea), ¿no sería buena idea recuperar el alavés?

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Mosto Palacio, de Laguardia al mundo

Mosto Palacio, de Laguardia al mundo