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Orihuela: levántate y anda

TRIBUNA VICENTE MESEGUER JORDÁN

Domingo, 13 de diciembre 2015, 10:21

Orihuela se ha mirado al fin en el espejo, ha removido decididamente el polvo del cristal, y se ha visto a sí misma colmada de legítimo orgullo: solo las ciudades nobles soportan los siglos con tanta abnegación. El pueblo de Orihuela debe celebrar con sinceridad la unanimidad alcanzada en el Ayuntamiento en las cuestiones relativas al centro histórico de nuestra ciudad, y prueba de gratitud, son estas palabras.

Mucho se ha escrito sobre la larga siesta que Orihuela ha padecido desde finales del siglo XIX, cuando su prestigio histórico se ha ido, paulatinamente, deshaciendo. Decenas de teorías han intentado explicar el porqué: la arrinconada situación geográfica de la ciudad, la falta de industria, la ausencia de innovación, el desarrollo de otras ciudades cercanas... Sin embargo, permítanme decirles, que ninguna de ellas, ni siquiera todas ellas, han sido, finalmente, las causantes. ¿Dónde encontrar, pues, el origen de todos los males? ¿Dónde y cómo fijar el perímetro de esta decadencia? En muchas ocasiones se ha despojado a Orihuela de sus legítimas atribuciones, y la ciudad, ha permanecido cruelmente callada. De ese silencio se han engrandecido otros pueblos, no de industrias ni capitales, sino del silencio incómodo de la gente humilde de Orihuela. La abnegación... trágica abnegación...

No viví yo aquellos dolorosos años cuando la ciudad empezó a tambalearse en su particular calvario. Tampoco pude, consecuentemente, levantar mi voz contra los encarnizados golpes que destruyeron la silueta de una de las ciudades más bellas de España. ¿Cómo no lamentarme también yo, ahora, de aquellos padecimientos si no pudimos, entonces, decir nada? Los nuevos oriolanos heredamos, pues, la nostalgia, el recuerdo de una ciudad, contundentemente, excepcional, no para exigir cuentas de los desaciertos históricos, ni tampoco para traer a la realidad aquello que solo a la Historia pertenece; sin embargo, de este siglo XXI, de nosotros, espera Orihuela, impaciente, su salvación.

La ciudad, generosa de rincones y plazas, de edificios ilustres y estéticamente dispuestos, de jardines apretados en los patios de las casas solariegas. La muralla, desafiando el río; los campanarios, el cielo; la palmera, la tierra árida. De todo ello, estaba hecha nuestra ciudad. Comprenderán ustedes que fuera este lugar regocijo de poetas.

De aquella composición, nos quedan todavía testimonios y testigos; nos quedan elementos suficientes para devolver a Orihuela su nombre. Por ello, y conocedores ya de que esa es la voluntad de quienes nos representan, y con la solemnidad que conlleva un acuerdo unánime, resta ahora suplicar, una vez más, al atento pueblo de Orihuela, su máxima colaboración. Del pueblo de Orihuela ha dependido siempre sus éxitos, sus más celebres conquistas; por esa razón, y porque los años venideros son extraordinariamente cruciales para restañar las heridas de nuestra ciudad, al pueblo de Orihuela se le ha de pedir, nuevamente, su plena disposición.

Yo sé que los oriolanos que todavía habitan la zona histórica de la ciudad tienen contraído un compromiso sincero con su entorno, procurando que sus edificios estén en las mejores condiciones de ornato posibles. Sé también de las dificultades con las que muchos ciudadanos se encuentran para sobrevivir en esta zona de la ciudad, pero todos ellos deben, primeramente, sentirse privilegiados del lugar donde residen, pues antes o después, Orihuela pondrá, de nuevo, sus ojos en el centro histórico. No les quepa la menor duda de que así debe ser.

Mientras tanto, sepan ustedes, que ningún legado volverá a Orihuela, que ninguna capitalidad real ostentará la ciudad, si no abandonamos el traje típico de condescendencia que tantas décadas nos ha vestido. ¿Con qué derecho reclamaría el propietario aquello de lo que no se siente dueño?...

A nosotros mismos nos debemos, a nadie más. De todos nosotros depende la recuperación integral del centro histórico, de todos nosotros depende desterrar la imagen de ciudad en permanente agonía, de todos nosotros depende leer con sinceridad y emoción los versos de Miguel Hernández. Yo siempre he sabido, que Orihuela estará, en estas, y en otras muchas cuestiones, a la altura de las circunstancias.

No les habrá hecho falta, queridos oriolanos, llegar hasta el final de estas palabras, para reparar en lo grande de la letra con la que he escrito el orgullo que siento por mi pueblo.

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