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Veintiocho de marzo. Miguel Hernández y el niño Flores

ORIHUELA, LITERATURA Y PATRIMONIO MIGUEL RUIZ MARTÍNEZ

Sábado, 28 de marzo 2015, 01:02

El niño Flores' es una prosa de Miguel Hernández, a manera de cuento, compuesta hacia 1932, quizá a la vuelta del poeta de su primer viaje a Madrid, donde tanto aprendió a leer, a sufrir y a escribir. Texto con un argumento sencillo y trágico en el que se notan variadas influencias, en especial la de su «venerado poeta» Juan Ramón Jiménez, quién no se acuerda de Platero, la de Gabriel Miró, la de Vicente Medina, y quizá ciertos efluvios de Rabindranath Tagore.

El niño Flores es el hijo de un huertano que lo pone a trabajar desde muy niño, algo muy común en los años en que se escribe el relato. El padre, que tiene que regar la tierra, lo ha despertado en la madrugada y lo ha puesto a vigilar a los bueyes que mueven la cenia que eleva el agua de la acequia. Un progenitor que ejerce su poder absoluto sobre el pequeño que se queja amargamente, para sus adentros, mientras trata de cumplir con el trabajo encargado. «Me duermo. Tengo sueño porque mi padre hace que me levante muy temprano para ayudarle en sus trabajos. ¿Por qué he de trabajar? Tengo siete años. El 'Corrigüela' tiene doce y ni trabaja ni se levanta hasta que quiere ¿Por qué yo me levanto sin querer?» El niño, que controla a los animales subido a la gran viga atravesada sobre el ingenio hidráulico, se va durmiendo poco a poco. Los bueyes se paran. El agua no llega al bancal que riega el padre.

De pronto el pequeño se despierta sobresaltado por los gritos amenazadores del padre: que va a ir a ver qué pasa, que no llega el agua, que no oye rodar la cenia, que les zurre a los animales, que les cante, que la regadera está vacía, 'joé'. El zagalico pega un grito, 'ósperas', arrea a la yunta con la llamadera, se pone a cantar de manera desganada. Se mueven las ruedas de nuevo, vuelve a fluir el agua, los cangilones descargan el agua en la canalilla, la corriente parece una «lombriz de plata» hacia la tierra sedienta del bancal de cáñamo. Pero el niño tiene sueño, se le cierran los ojos por mucho que la aurora empiece «a caminar por la real alameda del cielo de Oriente» y aparezca «la incipiente calva del sol». Que las mañanicas de abril son muy dulces de dormir.

Da varias cabezadas el chiquillo, se duerme del todo. Preludio de la tragedia. Desde lo alto de la «sájena», el niño va cayendo sobre los ojos de la aceña. Retumban las «aderas». Grita el pequeñuelo, se espantan los animales y corren, se «oyen los crujidos de tiernos huesos rotos, de cráneo prensado, de brazos partidos». Aumenta la cantidad de agua, ahora ensangrentada, de la regadera. De nuevo llegan los gritos: «¡¡¡Flores!!!» Ante el silencio acude el huertano, los bueyes, todavía asustados, dan las vueltas muy deprisa. Y el hombre ve cómo de un arcaduz cae un pie del hijo que parece «una disparatada lis roja». Así concluye nuestro poeta el tremendo relato en el que lírica y tragedia se dan la mano.

La preocupación de Hernández por los socialmente más débiles arranca pronto en su producción literaria. En esta prosa está presente esa constante del poeta del pueblo, que empieza desde sus primeros balbuceos literarios. El niño Flores es un trasunto huertano, un alter ego del niño Miguel cabrero por voluntad paterna. Un niño que se rebela contra su situación. Un niño que se pregunta cosas sobre los límites de la autoridad de un padre. Más claro, agua. A modo de ejemplo citaremos algunos textos hernandianos de su primera etapa en esta dirección, sin pretender agotar el tema.

En 'Flor de arroyo', de manera tópica, en once quintillas sensibleras, describe la vida en la calle de una niña gitana, lindo retrato, echadora de la buena ventura, que muere en la calle, como una «flor de arroyo». 'Al acabar la tarde', texto lírico de aprendizaje, clamorosos ripios y versos poco conseguidos, describe la vuelta del cabrero hacia el redil a través del paisaje huertano, acequias y cañares, al atardecer. «Una zagalilla que pingajos viste» entona unas dulces canciones medio berberiscas. La niña huertana se entretiene así mientras arrea a la mula que hace rodar una cenia. Otra vez el tema de la arquitectura hidráulica de la Huerta de Orihuela. La boca de la nena parece disparar las coplas a la brisa del atardecer. Pone el poeta el lenguaje popular en la canción de la pobre chiquita: «¡Vení tuicas, aves de mi vega!» Y sigue el pastor hacia el corral, seguido por la melodía doliente, entre «los correntales de la huerta verde». 'Luz en la noche' es un soneto de versos alejandrinos en que describe el incendio, intencionado, de una barraca huertana en las inmediaciones del palmeral que provoca la muerte de seis «rapazuelos» y su madre. Siguiendo el rastro de la vena social y sentimental en los temas infantiles leamos sus prosas tempranas: 'El niño pobre', 'Chiquilla-popular'. Y, por supuesto, 'La tragedia de Calisto'. Y más.

Niños, niñas, que no son meros pretextos literarios del escritor, sino personajes de carne y hueso, a veces de su propia encarnadura. Miguel Hernández denuncia, con el altavoz que tiene en su mano, la escritura, la situación de la infancia adscrita a las clases sociales más desfavorecidas de su tiempo. Un torrente que desemboca, ineluctablemente, en el archiconocido poema 'El niño yuntero', menos localista, más universal, pero que quizá pudo tener como protagonista al niño Flores de no haber muerto el pobre a golpes del absolutismo paterno, de la necesidad, de la miseria, entre la madera y el agua, en el hondo más hondo de una acequia.

28 de marzo. Aniversario de la muerte, consecuencia de su posicionamiento al lado de los más humildes, de nuestro poeta. El niño Flores muere por el principio de la primavera, en que los cáñamos encañan, en un preludio anunciado de la muerte de Miguel Hernández.

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