¡Ánimo, Pedro!
Parece que lo único que sostiene la actual situación política es una obsesión patológica por la permanencia en el poder
VICENTE LUIS NAVARRO DE LUJÁN, RECTOR HONORARIO DE LA UNIVERSIDAD CEU-CARDENAL HERRERA
Martes, 14 de octubre 2025, 23:39
Los grandes juristas y teólogos de nuestra Escuela de Salamanca ya en el siglo XVI, cuando estudiaban el fenómeno del poder distinguían respecto de quienes ... lo ejercían dos aspectos bien diferentes aunque conexos: la legitimidad de origen de quien ejerce el poder y la legitimidad de ejercicio. La primera hace referencia a que el acceso al poder se produzca por medios legales y la segunda es que el poder se ejerza con sujeción al Derecho, en servicio del bien común y respeto a los derechos fundamentales de los gobernados.
Es obvio que el acceso de Pedro Sánchez al poder que ahora ejerce como Presidente del Gobierno se produjo legítimamente, usando un mecanismo como la moción de censura que está previsto en nuestra Constitución, aunque aquel episodio de la censura estuviera rodeado de elementos truculentos como el apoyo de grupos parlamentarios abiertamente distantes al modelo constitucional vigente, que muchos incluso rechazaban (UP, ECP, ERC, Pde CAT, En Marea, Compromís...), otros eran herederos directos del pasado etarra (EH Bildu), mientras que unos cuantos actuaban según su disposición de convivencia, de acuerdo con su ideología de moral de situación, dispuestos al mejor postor (digo del PNV y Nueva Canarias), de suerte que con 84 escaños de 350 que componen el Congreso de los Diputados, el líder del PSOE se convirtió en Presidente del Gobierno. Como he dicho, desde el punto de vista jurídico formal, el acceso al poder fue legítimo.
Otra cosa es que el funcionamiento del poder fuera factible, con una debilidad parlamentaria flagrante que hacía difícil, si no imposible, la actividad legislativa ordinaria, lo que ha generado una forma de gobierno que desborda los límites establecidos en la propia Constitución, pues Sánchez, ante su debilidad parlamentaria ha recurrido sistemáticamente a usar para gobernar un procedimiento que en la Constitución vigente tiene un carácter extraordinario como es el real decreto Ley, regulado para casos excepcionales en el artículo 86 de nuestra Carta Magna. Nada más y nada menos que ha usado ese medio, si no me dejo ninguno, dictando 155 reales decretos, hurtando la posibilidad legislativa de las Cortes, para lo cual se ha servido de una lista interminable de acontecimientos extraordinarios que le han permitido ejercer un poder extralimitado, como si fuera un Mefistófeles fatídico, pues tuvimos la pandemia en 2020; la borrasca Filomena en 2021; reventó el volcán de La Palma en ese mismo año; al año siguiente España cambió sustancialmente su tradicional postura sobre el Sahara, con rumores de espionaje (Caso Pegasus); en 2022 tuvimos que hacer frente a nuestra postura en la crisis de Ucrania; en 2024, la catástrofe de la dana en Valencia, con un Presidente a la fuga y huyendo de sus responsabilidades; en 2025 una España a oscuras, sin que todavía nadie desde el Gobierno haya dado una explicación creíble, y ahora mismo la crisis de Gaza con posturas bien diferentes entre distintos miembros del Gobierno.
Si la legitimidad de origen del poder que ostenta Pedro Sánchez es legalmente innegable, cuestión distinta es que su ejercicio del mismo no haya vulnerado la práctica de una política honesta y al servicio del bien común. Muy al contrario, parece que lo único que sostiene la actual situación política es una obsesión patológica por la permanencia en el poder, aun a sabiendas de que la ausencia de una mayoría parlamentaria que lo sostenga convierte la acción política cotidiana en una sucesión de cabildeos o chantajes con minorías políticas que someten al Gobierno día a día a presiones variables que hacen de cada sesión parlamentaria una tragicomedia de imprevisible resultado, de modo que si el Gobierno no cae no es por la identificación de los grupos políticos que lo sostienen en su acción gubernamental, sino por la necesidad que tienen de sostenerlo en su debilidad, porque es la mejor situación para ellos frente a cualquier hipótesis de los resultados de unas posibles elecciones generales.
Por no hablar de un entorno de escándalos judiciales que en cualquier otro país de nuestro entorno democrático hubiera hecho saltar por los aires al actual gabinete, que solo puede sostenerse en la reiteración de contradicciones (la consulta a la hemeroteca es el mayor drama de nuestro Presidente), o en la constante repetición de consignas exculpatorias, como el recurso a tópicos tipo «la fachosfera», el fango, la emergencia climática, que recuerdan las constantes referencias caudillistas de Franco a muletillas tipo «la conspiración judeo masónica comunista», bien conectadas con la personalidad caudillista de Sánchez, rodeado de corifeos que no se atreven a contradecir al líder. Hace unos días observé la entrada del Presidente a una reunión con los grupos parlamentarios socialistas, con todos los presentes de pie y aplaudiendo con fervor. Evoqué las llegadas de Franco a la sede del Consejo Nacional de Movimiento. Sólo faltaba que los presentes chillaran: ¡Pedro, Pedro, Pedro! Parafraseando lo que con falta de rigor parlamentario le espetó hace unos días Sánchez a Feijóo en el Congreso, únicamente cabe exhalar un entusiasta ¡ánimo Pedro! Pedro flota, pero España va a la deriva.
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