Eso que dices no podrá ser
VICENTE LLADRÓ
Domingo, 29 de junio 2025, 23:46
Siempre que surge un debate sobre lo mal que van las cosas en el campo, lo baratas que se venden las patatas, o las cebollas, ... o las naranjas, que se comprende que los jóvenes no quieran saber nada de la agricultura y prefieran 'colocarse' en lo que sea, si puede ser en algo oficial mejor, al cabo de un rato, alguien propone la gran idea luminosa que cabía esperar: ¿por qué no forman una cooperativa? La cooperativa es como la piedra filosofal que todo lo ha de arreglar, la gran madre de todas las ideas; como si no se le hubiera ocurrido a nadie.
A continuación, en esas terturlias de sobremesa, salen a la palestra ejemplos de todo tipo, situaciones personales, recuerdos familiares, ejemplos más o menos cercanos, y con todo ello va quedando más claro que todo es bastante más complejo, que no basta con decir allá voy. Como se suele concidir también en que a la hora de la verdad prolifera ese atávico carácter individualista valenciano que determina y explica tantas cosas. Y se apunta igualmente que en nuestros ámbitos abundan otras oportunidades, con lo que la gente va prefiriendo coger lo que ve más fácil y rentable, o más adecuado a sus objetivos. Todo ello, a su vez, acaba complicando más las cosas a quienes perseveran en el campo, porque languidece la masa crítica a su alrededor y porque han de competir con otros usos de la tierra si quieren actualizar y ampliar sus explotaciones.
Un ejemplo entre tantos miles. Años 90. Una pequeña comunidad de regantes en la que la mayoría de los campos, de cítricos, estaban gravemente afectados por la 'tristeza', que hasta entonces respetó la zona. Los dueños se vieron abocados a arrancar y replantar con pies tolerantes. Un comunero joven propuso que habría que aprovechar la ocasión para ponerlo todo en común, convertir las hanegadas en participaciones, dar a la entidad un rango profesionalizado, quitar lindes, reordenar caminos, comprar la maquinaria necesaria, modernizar el riego a goteo... La Conselleria de Agricultura ya daba entonces importantes ayudas para ello. Pero los mayores dijeron que no, que «eso que dices no podrá ser». Y no fue. Hoy no queda casi nadie, cunde el abandono y lo que sigue en pie a trancas y barrancas está en riesgo de derribo por inviabilidad colectiva.
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