El funeral de la OTAN
A una década vista, Europa contará con su propia estructura de defensa, y la OTAN será como la bicicleta de Rutte: vieja, sola y estropeada, aunque le sirva para un breve recorrido
Rubén Martínez Dalmau
Sábado, 5 de julio 2025, 23:46
Quizás para algunos la existencia de la OTAN fue en su momento una buena idea, pero ahora coincidiremos en que ya no lo es. Digamos ... que cuando finalizó la II Guerra Mundial todos los aliados vencedores del nazismo, de manera destacada Estados Unidos y la Unión Soviética, pudieron creerse aquello de que se entenderían amistosamente en un contexto mundial traumatizado por las experiencias vividas. Pero cuando se fueron perfilando los bloques ideológicos hegemónicos, liberalismo y comunismo, y se dieron cuenta que el adversario no iba a ceder, la foto de Yalta, con Roosevelt, Churchill y Stalin repartiéndose su influencia en el mundo, acabaría pareciéndose al sueño de una noche de invierno. Hoy, por no saber, no sabemos ni cuál es el estatuto formal de Yalta, en Crimea, que en los mapas y en las resoluciones de Naciones Unidas sigue siendo ucraniana, pero de facto está controlada por los rusos desde su anexión por la fuerza en 2014.
La OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) fue creada el 4 de abril de 1949 en el contexto de creciente tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. El problema de cara a la palestra era ese gran fantasma que recorría Europa desde un siglo antes: el comunismo. Los miembros fundadores de la OTAN, entre ellos Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Francia, se rearmaban después de la catástrofe bélica alegando la necesidad de establecer una alianza militar defensiva frente a la expansión del comunismo y la influencia soviética en Europa del Este. Es cierto que algún argumento les había proporcionado Stalin, entre ellos el golpe de Estado comunista en Checoslovaquia de 1948 y el bloqueo de Berlín. Respecto al primero, aunque la Unión Soviética no ordenó directamente el golpe, su política de expandir el control comunista en Europa del Este, como había ocurrido en Polonia, Hungría y otros países, creó el marco para que los comunistas checoslovacos actuaran. Occidente protestó, pero no intervino, consolidando a Checoslovaquia como un Estado satélite de la URSS hasta la caída del muro. En el bloqueo de Berlín, las órdenes de Stalin fueron expresas. Cuando en 1948 Estados Unidos, Reino Unido y Francia decidieron crear en sus zonas alemanas de influencia un Estado pro-occidental, Stalin ordenó el cierre total de los accesos terrestres y fluviales a Berlín Occidental, cortando alimentos, carbón y suministros a dos millones de personas. Su cálculo era que Occidente cedería y abandonaría Berlín, dando a la URSS el control total de la ciudad, lo que no ocurrió. Los dos bloques ideológicos fueron levantando un muro ideológico y militar entre ellos que perduraría décadas. Fue el inicio de la Guerra Fría, que mantendría durante cuarenta años la tensión entre el liberalismo («Occidente») y el comunismo («el Este»).
Uno de los mayores expertos en la OTAN, Lawrence Kaplan, profesor en las universidades de Kent y de Georgetown, explica cómo esta organización, desde su creación, se convirtió en un pilar de la estrategia anticomunista de Estados Unidos durante la Guerra Fría. Estados Unidos financió operaciones encubiertas, apoyó gobiernos anticomunistas -muchos de ellos dictaduras- y difundió propaganda a través de organizaciones como la CIA o la Agencia de Información (USIA), según documentos desclasificados que ya hace un cuarto de siglo que son públicos. La Doctrina Truman, que prometía el maná liberador de los Estados Unidos a quienes estuvieran bajo regímenes comunistas, y el Plan Marshall, que regó con millones de dólares a la Europa de la postguerra para adquirir productos norteamericanos, sentaron las bases económicas y políticas para consolidar gobiernos prooccidentales en Europa, reforzando la división entre dos grandes bloques. Esta estrategia se justificaba como defensa de la democracia, pero priorizaba los intereses geopolíticos sobre los derechos humanos, como ocurrió con el apoyo a regímenes represivos en América Latina. La OTAN, por lo tanto, era el brazo armado de la alianza en la lucha contra el comunismo, y se estructuró sobre el principio de defensa colectiva (artículo 5 del Tratado), según el cual un ataque a un país miembro sería considerado un ataque a todos.
La confrontación geopolítica de la OTAN con el putinismo es sólo de palabra, no de hechos
La cosa funcionó más o menos durante la Guerra Fría y hasta la caída del Muro de Berlín, porque la función del Tratado era ejercer un papel disuasorio frente al Pacto de Varsovia, la alianza militar encabezada por la URSS. La rivalidad entre bloques había derivado en una tensión armada. La OTAN no participó en operaciones militares directas en ese período; su función consistió en mantener la cohesión del bloque occidental mediante una arquitectura de defensa basada en la disuasión nuclear y la presencia de tropas estadounidenses en Europa. Entre ellas, en las bases españolas de Rota y de Morón de la Frontera, que cedió -con otras dos- el gobierno franquista en 1953, arrodillado ante las que podrían haber sido las migajas del Plan Marshall. Pero el presupuesto norteamericano ya contaba con otro gasto: la guerra de Corea, por lo que por aquí no aterrizó ni un billete verde. En 1989, el mundo se volvió patas arriba: el desmoronamiento de la Unión Soviética y la presencia de nuevas potencias acabaron con la política de bloques y afianzaron el actual multilateralismo en la estrategia mundial de defensa. Ante la falta de un bloque enemigo, la «Pax americana» dejó de tener sentido.
¿Era el momento de disolver la OTAN y fortalecer las dimensiones estratégicas en defensa multilaterales, en particular en el marco de la Unión Europea? Desde luego, pero la apuesta requería de una decisión valiente que los europeos no fueron capaces de asumir. Se buscaron las razones para mantener, incluso ampliar, la aplicación del Tratado. Las nuevas amenazas globales que surgieron en la década de los noventa, como la crisis de los Balcanes y el auge del terrorismo, cambiaron la estrategia de la OTAN sin perder el enfoque de bloque. El telón de acero acabó siendo de terciopelo, y Europa del Este en su conjunto ingresó en la organización entre finales del siglo pasado y principios del actual. En los últimos treinta y cinco años, la OTAN ha duplicado sus miembros, procurando un lavado de cara ante las nuevas amenazas, principalmente la Rusia de Putin.
Cabe decir que la confrontación geopolítica de la OTAN con el putinismo es solo de palabra, no de hechos. La OTAN se quedó con los brazos cruzados cuando el ejército de Putin se anexionó Crimea, en 2014, y hasta ahora no ha hecho nada ante la invasión rusa de Ucrania salvo dar palmaditas a la espalda a Zelenski cada vez que se lo cruzan por la calle. Porque, a decir verdad, todo el mundo sabe que la OTAN languidece por ser una organización descontextualizada, que no responde a ningún criterio político determinado, con una estructura cosificada, y un pozo sin fondo para las finanzas públicas de sus miembros. Solo faltaba darle el golpe de gracia y administrarle la extremaunción, y para eso se han bastado y se han sobrado Trump y Rutte.
Con estos dos personajes, Trump y Rutte, estamos presenciando el funeral de la OTAN. Trump, con su peligrosidad innata y el odio destilado hacia todo lo que no le favorezca, solo acepta adulación en torno a sí y ha demostrado ser alguien del que no te puedes fiar nunca. Como una mezcla entre el matón del barrio y el payaso Pennywise, alimenta a sus fanáticos del caos y del miedo, y su vocabulario está plagado de amenazas hacia el enemigo y recompensas al amigo. Rutte, el servil Iznogud de turno, quiere ser califa en lugar del califa. Llama a Trump «papi», y le envía mensajitos de que ha hecho los deberes: «Europa pagará a lo GRANDE», así, en mayúscula, para que papi lo lea bien, esté contento y se lo enseñe a sus amiguitos. En definitiva, un traidor.
En manos de estos dos personajes, la OTAN ha firmado su sentencia de muerte. Puede que sobreviva sobre los papeles mientras los Estados sean tan estúpidos como para seguir alimentando la amenaza y el servilismo de Trump y Rutte. Pero, a una década vista, Europa contará con su propia estructura de defensa, y la OTAN será como la bicicleta de Rutte: vieja, sola y estropeada, aunque le sirva para un breve recorrido. Tanta paz lleves como descanso dejes.
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