Hoy celebramos la creación de la integración europea. Y lo hacemos rememorando el día en que, hace 75 años, el ministro de Asuntos Exteriores francés, ... Robert Schuman, presentó en la Sala del Reloj de su sede ministerial la propuesta, dirigida a los países democráticos europeos, y especialmente a Alemania, su tradicional enemiga durante el siglo XIX y XX, de crear un mecanismo de producción y comercialización conjunta de carbón y acero.
Pero la idea de unir Europa venía gestándose desde mucho tiempo atrás y había tenido su anclaje en el intento de superar los enfrentamientos bélicos entre países de la vieja Europa.
De hecho la idea de crear estructuras europeas que se superpusieran e impusieran a los Reinos y Estados europeos mecanismos para evitar los conflictos armados aparecen desde los proyectos de paz perpetua del Abate Saint-Pierre (1713) o de Kant en 1795.
75 años después del inicio de la integración, el ideal federalista ha desaparecido del discurso dominanteNo podemos seguir tomando decisiones europeas a través de negociaciones a veintisiete bandas
Estás ideas, en un principio minoritarias y pacifistas, dieron un salto adelante cuando intelectuales europeos, siguiendo la propuesta del escritor francés Víctor Hugo, que en 1849 planteó la necesidad de crear unos Estados Unidos de Europa, imitando la experiencia norteamericana.
Pero quién tuvo la clarividencia de explicar la inexorable necesidad de constituir una federación europea fue el diplomático húngaro Coudenhove-Kalergi que, en 1923, escribió su manifiesto Paneuropa y creó un movimiento con el mismo nombre, aglutinador de élites europeas partidarias de la federación europea.
Su análisis ponía de relieve que el nuevo orden mundial iba a girar alrededor de grandes Estados y que los pequeños Estados europeos no tendrían capacidad alguna de ser relevantes y defender sus intereses si no era de una manera concertada a través de una federación. Coudenhove-Kalergi visibilizaba que la hegemonía mundial se iba a disputar entre el entonces Imperio Británico, los Estados Unidos de América, el Imperio ruso convertido en la soviética URSS y las entonces emergentes China y Japón.
Hoy el panorama se ha clarificado más. La caída de la Unión Soviética ha conducido a la reaparición del Imperio ruso aunque sin usar tal denominación. Tenemos ya definido que las grandes potencias asiáticas serán China e India, desplazando a Japón. Y el Imperio Británico solo queda en la cabeza de los millones de nacionalistas británicos que creyeron que podrían supervivir en este contexto internacional fuera de la Unión Europea, confiando en la Commonwhealth y su alianza con Estados Unidos. El desastre provocado por el Brexit en la economía británica hace innecesario mayores consideraciones sobre el error de cálculo de los británicos. Y algo podríamos aprender en cabeza ajena.
A ese grupo de grandes Estados se han unido las empresas tecnológicas globales, muchas de las cuales superan cuantiosamente el presupuesto e incluso el PIB de muchos de los Estados. Cuando se creó la integración europea, se hizo intentando crear una identidad colectiva, un sentimiento europeo que en aquellos años cincuenta no existía. La idea planteada por el equipo encabezado por Jean Monnet, que asesoró a Schuman para realizar la propuesta de integración europea, era hacer progresivas integraciones que generaran un demos europeo, unos intereses comunes de los europeos, que desplazaran la tradicional visión nacionalista. Y todo ello tenía un claro objetivo: la generación de un Estado federal europeo.
Hoy en día podemos afirmar que, a pesar de la repotenciación de posiciones nacionalistas, una gran parte de los europeos se sienten como tal y entienden que hemos de defender nuestros intereses comunes frente a los de esas grandes potencias y grandes empresas.
Sin embargo, 75 años después del inicio del proceso de integración, el ideal federalista ha desaparecido del discurso dominante, aunque las encuestas a nivel europeo muestran que una amplia mayoría de los europeos se sienten como tales y creen que hay que reforzar la eficacia y agilidad en la toma de decisiones comunes.
Hoy la respuesta frente al retorno del nacionalismo identitario debe ser el europeísmo racional, articulado a través de la defensa de la democracia, los derechos fundamentales y el Estado social.
No podemos perder mucho tiempo si queremos salvar el modelo europeo de sociedad. Urge construir una Federación europea, eficaz para reorganizar la Unión y defendernos en el plano internacional. Y dicha Federación debe estar asentada en la voluntad explícitamente expresada por los ciudadanos europeos de constituirse como pueblo y sujeto político. No se puede seguir imponiendo su pertenencia a la Unión Europea a quienes no quieran estar en este proyecto.
Ya sabemos que los británicos, afortunadamente, no quieren pertenecer a la Unión. Deberemos preguntar a húngaros, polacos, rumanos, franceses o italianos si quieren o no integrarse en un Estado común. Y tomada su decisión que sean coherentes con la misma y, si se integran, que sean leales a la Federación y sus principios rectores. Una integración impuesta por élites políticas y económicas, como ha ocurrido hasta ahora, puede hacer implosionar lo avanzado.
No podemos seguir tomando decisiones europeas a través de negociaciones a veintisiete bandas, intentando poner de acuerdo a veintisiete gobiernos. Hace falta que los intereses de la Unión sean defendidas por un gobierno europeo, elegido democráticamente por los ciudadanos europeos, que pueda tomar decisiones ágiles y eficaces.
Una integración política proclamada y defendida por los europeos que así se sientan, tendrá la fortaleza para acometer las reformas internas para que la Unión Europea sea competitiva y respetada en el orden internacional y para aumentar la cohesión social que la convierta en un ejemplo de progreso, libertad e igualdad ante el concierto de las naciones.
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