Ignoro cuando adoptaron la malsana costumbre de impedir las preguntas de los periodistas. Se limitan a ofrecer una declaración pero cercenan el derecho a preguntar ... porque eso molesta, incomoda, perturba, atosiga, yo qué sé. Lo malo de esta repugnante moda es que la han abrazado desde los mandamases de la grifería dorada hasta los mindundis de las grasientas alcantarillas. Vomitan su sermón, venden su burra, escupen su rollo, propinan su severa tabarra y, luego, se largan satisfechos de su hazaña. Pero sin el derecho a preguntar y repreguntar nuestra democracia sufre una merma indecente, y tal atropello representa el verdadero, formidable escándalo.
Lo otro son homenajes al cine cómico, al sainete, al esperpento, al frikismo, a la mamarrachada. Insultan nuestra inteligencia y lo toleramos desde una mansedumbre digna de estudio. Callan cuando les conviene porque si se mantienen con los labios sellados creen que el estropicio queda controlado y se diluye. Pero esto es imparable. Y si hablan, no aceptan las preguntas. Sí, eso supone un escalofriante escándalo al cual nos han acostumbrado, insisto. La fogosa irrupción de Aldama cuando Leire Díez, alias 'lady cloacas', finalizaba su chocarrera declaración, al menos nos ha permitido echar unas risas porque nos ha recordado que, en efecto, somos hijos de Berlanga, sólo que en vez de ir de cacería para vender porteros automáticos vamos aferrados a un IPhone. Esa mañana me levanté moroso y espeso por aquello del sopapo que te arrea el primer calor, pero cuando observé el barullo forjado entre Aldama, Pérez-Dolset, nuestra corajuda Leire y los cámaras, el buen ánimo me atrapó porque era imposible no disfrutar con el aquelarre. Fue maravilloso. En realidad la trifulca debería provocar nuestra llantina, pero hemos alcanzado ese punto sagrado en el que reímos por no llorar.
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