El tono. Si el contenido de los audios protagonizados por la nueva estrella Leire Díez, publicados por El Confidencial, es realmente venenoso, el tono todavía ... es peor. Conviene señalar que la capacidad de nuestra corrala para generar caras frescas que inundan de estupor nuestra osamenta sólo es equiparable a la de, por ejemplo, recurramos a los clásicos de gansters, una metralleta Thompson escupiendo balas. Y es que, en efecto, ha nacido otra rutilante estrella en el infinito, lóbrego y apestoso firmamento de las alcantarillas. Pero si las futuras estrellas del Hollywood de la época dorada recibían clases de dicción y lecciones de urbanidad, nuestra querida Leire parece que no ha gozado de la misma suerte.
Escuchar su voz de lija asusta. Es una voz acostumbrada al mando. Una voz áspera, hostil, mascullada con la firmeza del fanatismo, del cerrilismo, del resentimiento. Pero lo que en verdad resulta insoportable es la muletilla final de «¿vale?» Cada frase suya, cada pedrada suya, la remata con un «¿vale?» que me rompe los nervios. La realidad no sólo supera la ficción, como observamos otra vez, sino que destila una caspa que se suele erradicar de las grandes obras literarias o cinematográficas para realzar las tramas y arrebatarles el toque chapucero que nos traslada al lado cómico de la vida. Si no recuerdo mal Nietzsche aseguraba que la gente siempre agarrada a sus muletillas tipo «¿me entiendes?», «¿es verdad o no?», «¿a que sí?» y resto de pacotilla verbal, suele ser bastante cortita y por eso, para regatear su sesera de zoquete recalcitrante, necesita la aprobación del otro a cualquier precio. Leire practicando supuesta fontanería tan subterránea como grasienta es otro de esos episodios que arrincona al Psoe. Claro que, aquí no pasa nada, lo cual parece extraño. Pese a los latigazos turbios, la vida sigue igual.
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