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Las redes sociales sirven para que miles de tarados, de personas resentidas dispuestas a escupir bilis, descarguen sus frustraciones insultando al personal. Caminan amparados por ... la niebla del anonimato y canalizan sus pasos sobre el cable electrificado que sujeta las redes. Antes muchos acudían al fútbol para insultar al árbitro y a los jugadores, los propios o los contrarios. Aquello suponía el desahogo semanal. Luego llegaban a casa, cenaban, miraban un rato la tele desde sus ojos vacíos y sus gargantas rotas y, a la cama, a esperar el inicio de la semana. Nada nuevo bajo el sol en esta pasión insultadora. Es la de siempre, sólo que ahora se aprovecha la tecnología.
Le ha tocado, esta vez, soportar los dardos emponzoñados a la ministra Alegría. Los que opinamos en libertad con nuestros articulillos, o en otros medios, hemos recibido alguna que otra masacre y nuestras espaldas, a estas alturas, muestran más conchas que las de un galápago. Al principio, duele; más tarde descubres que, si no te dedican sobredosis de cuchilladas, no eres nadie, y hasta te alegra. Además, siempre queda el recurso del victimismo algo llorica, y eso hoy funciona. En cualquier caso, los que conocemos el paño sentimos solidaridad con todo aquel que sufre las cornadas de las huestes rabiosas. Por eso defiendo a la ministra Alegría de los cobardes, de los cafres, de los energúmenos. Ignoro si la cuchipanda de Teruel es verdadera o falsa. Acaso responda a una exageración. Ni idea. No tengo ni idea. Pero no concibo que se insulte al prójimo con tanta saña. De todas formas, esto no me impide reconocer un pequeño detalle: cuando es una mujer socialista la vapuleada con salvajismo, existe unanimidad rotunda para repudiar la canallada, y me alegro. Pero por alguna extraña razón, no parece que suceda lo mismo cuando eres mujer derechista. Ahí lo dejo.
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