Intuyo que el cerebro no es capaz de absorber las múltiples raciones de rabiosa actualidad que recibe y por eso sabe cribar, triar y discriminar, ... de lo contrario nos tornaríamos locos. Más aún, digo. Por eso, ante la avalancha de porquería cloaquil que nos anega, me temo que muchos de nosotros sufrimos un proceso de inmunización total. Sin duda escucharemos más mensajes de voz repugnantes, desde luego brincarán nuevas liebres luciendo apestosas telarañas entre las orejas, por supuesto asistiremos a otra tanda de capítulos que nutrirán los culebrones que reptan entre nosotros, pero quizá andamos saturados y esto no es bueno porque nos resbalan las trapacerías, con lo cual nos encapsulamos en los singulares mundos de nuestros ombligos. Padecemos una fuerte indigestión y necesitamos algo de reposo para encajar las nuevas trapisondas.
Además, hemos alcanzado el momento de la caricatura. Óscar López y los disparates que masculla no son sino parodia de imitador verbenero. Imposible tenerle en cuenta, ni siquiera
el más irreductible sanchista puede creerle, en todo caso disimulará. Ahora que, para parodias, no se pierdan la de Carlos Latre imitando a Leire Díez (en lo de Ana Rosa). El tipo lo clava. Espectacular. Tanto, que si yo fuese Leire le contrataba para que sirviese de cebo con los periodistas, y así, cuando siguiesen a Carlos travestido de Leire, la susodicha podría actuar por su cuenta sin micrófonos indiscretos. El cine de terror clásico murió cuando Abbot y Costello fabricaron sus parodias burlándose de Drácula y compañía. Nuestra política palmó cuando una
pandilla de casposos se adueñó del cotarro. Menuda tropa. Pese a sus desacatos, hay algo en ellos que nos impide tomárnoslos en serio. Sus pintas, probablemente. Usted ve a Koldo, o a la tal Leire, y se dice eso de «no es posible», pero lo es. Vaya sí lo es.
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