La saña
De vez en cuando, por aquello de cumplir con las tradiciones que de tan cafres nos sorprenden a los que pertenecemos a otra cultura, el ... mandamás de una multinacional nipona, ante un desliz garrafal que les arrastra hacia el abismo de la quiebra, opta por el harakiri y se lo monta como aquel Mishima. La vergüenza les dirige hacia ese suicidio que consiste en eviscerarse. Y tan poco es raro que, sin alcanzar esos extremos irreversibles, los grandes jefes de la política o de la empresa, pidan perdón en público mientras doblan la espalda convertidos en un manojo de lloros.
Mazón-dimisión. Mazón-pide-perdón. Pero la saña que muestran algunos adversarios nos indica que, a lo mejor, preferirían que se ahorcase de una viga, método más nuestro cuando decides largarte porque lo ves todo muy oscuro. La política no perdona, y menos en estos tiempos de polarización. Vale, ya ha dimitido. De acuerdo, abandona la butaca de primer espada autonómico. No sé ustedes, pero en estos casos uno se torna piadoso y por eso quizá deberíamos olvidarnos de él unas jornadas. ¿Qué mantiene el acta de diputado? Sí, pero es que tampoco le vamos a pedir que practique una salida radical a la japonesa. La generosidad abandonó hace tiempo nuestra corrala. La venganza domina el escenario porque nuestros instintos más básicos necesitan nutrirse a base de crueldad. Al enemigo, ni agua. Y por desgracia ahora ya no hay adversarios, sólo enemigos irreconciliables. Maribel Vilaplana confiesa ante la juez que le pidió que su nombre no apareciese. Lógico, sabía que la acuchillarían. Era normal que intentase protegerse. Pero a final todo se sabe, y ese fue su fallo. En este mundo tan chalado la han intentado extorsionar. Mazón reconoció sus enormes errores y esto le acompañará toda la vida, sí. No imagino peor castigo que el de tu propia conciencia fustigándote.
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