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Como mensaje propagandístico la frase «saldremos más fuertes» logró su minuto de gloria. Se trataba de una sentencia sencilla, eficaz, lucidora, recia. Sonaba, pero en ... más actual, a los dos mayores reclamos de la historia de la publicidad: el primero, lo de «los diamantes son para siempre»; y el segundo, el del famoso refresco, lo de «la chispa de la vida». El creativo que acuñó lo de «saldremos más fuertes» se ganó de sobras su sueldo, y espero que le adjuntasen jugosa bonificación. La merecía.
Pero no es verdad. Nunca salimos más fuertes cuando nos atropella una apisonadora. Salimos reconvertidos en temerosos gusarapos, en insectos acobardados, en bichos chepudos que no desean repetir la atroz experiencia de muerte, derrota y ruina. La zona cero de la dana es el epicentro del dolor. Negocios que no resucitan y demasiados malos recuerdos como para volver a empezar con la sonrisa dibujada sobre
la faz. Muchos de los locales afectados por la devastación se venden, se malvenden, se traspasan, lo que sea. Por un lado, los que prefieren optar por la prejubilación, por otro, los que arrojan la toalla y se buscarán la vida en otros ámbitos y, finalmente, los que escogen largarse a otro lugar con su negocio a cuestas. Continuar en el epicentro del dolor, en efecto, resulta demasiado terrible. La condición humana necesita olvidar para
emprender nuevas aventuras cuando el palo sacudió lo más hondo de tus entrañas, y para conseguir esa bendita
amnesia se impone un cambio de paisaje, de decorado. Y mientras cientos de paisanos damnificados sufren ante el incierto, lóbrego futuro, nuestros jefes
prosiguen con su baile de garrotazos. Acaso son los únicos en creer que las víctimas salen más fuertes, de ahí el desprecio ante sus lágrimas. Igual, profesionales de lo suyo, son los únicos en tragarse el anzuelo de la suave propaganda.
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