Reconocerse
No me reconozco» parece ser el grito de guerra de los presuntos corruptos que buscan una trinchera para establecer su defensa. Salvo que tu voz ... suene tan molona o rotunda como la de un Ramón Langa o un Barry White, a nadie le gusta su voz cuando la escucha por primera vez, incluso cuando la escucha habitualmente. De hecho, si graban nuestra voz y luego nos la enchufan, nuestra reacción es de puro pavor: «¿Esa es mi voz? Pues qué horror...». Los demás aseguran que sí, que esa es nuestra mera voz, pero nosotros jamás la reconocemos. Este es un fenómeno tan real como curioso, pero ahí está.
No sabe uno bien si Santos y Ábalos, refugiados bajo ese «no me reconozco», no reconocen su voz o no se reconocen hablando desde esa soltura medio encriptada acerca de asuntos tenebrosos. En efecto, es fácil transitar en momentos resbaladizos, pecar de bocazas y, más tarde, arrepentirse de las palabras que mascullamos. Al soltar barbaridades, si luego nos las recuerdan, pues hombre, cuesta reconocernos porque percibimos que fuimos unos verdaderos idiotas, unos desahogados de lengua bifurcada. Ábalos y Santos no se reconocen. Como que les cuesta. Como que les suena a chino o a IA o a mandanga manipulada. No importa. Pero por desgracia los de su bando, los que ahora repudian de ellos y se sienten engañados como damiselas virtuosas, sí que les reconocen, de ahí que les hayan expulsado en un singular intento por zanjar un asunto que sin duda se alargará porque hay mucha miga en las presuntas comisiones y todavía faltan audios que iluminarán al público. No se reconocen, estos amigachos. Nadie se reconoce cuando participa en actos bellacos, desde luego. Pero podemos ir más allá... Algunas mañanas, por ejemplo, cuando nos dirigimos hacia la ducha y nos reflejamos frente al espejo, cuesta reconocernos con tanta legaña velando nuestro semblante.
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