¿Y ahora qué hago? ¿Cómo la llamo? En efecto, una prima-hermana mía se llama Charo. En ocasiones especiales de máximo cariño, cuando hemos ... zampado paella y las copas inician su viaje, también hemos empleado «Charete». Mi prima Charo, además, no es una prima cualquiera. Fuertes lazos me unen a ella.
Pasó todo un curso en Tánger con nosotros. Mis padres, por riguroso turno, invitaban a un sobrino cada temporada. Por un lado, veían mundo. Por otro, nos cuidaban a mi hermana y a mí cuando salían a cenar. Todos ganábamos, pues. Y fue en Tánger donde inició los cursos de enfermería que finalizaría en Valencia. Charo, claro, nos ha pinchado a todos (vacunado, quiero decir) de esto y aquello. Y cuando te enchufan la aguja, sin dolor, varias veces a lo largo de varias décadas, se crea un inevitable vínculo porque ahí estalla una suerte de transmisión que fortalece tu salud, tu bienestar, tu existencia. Apunta una de las actuales lumbreras que nos gobiernan que lo de «Charo» hay que prohibirlo porque suena fatal y, además, irradia una suerte de violencia contra la mujer o algo así. Ah, siempre el gustirrinín por prohibir... «Fachaleco», «Fachapobre» y «Fachoesfera», sí. «Charo», no. El lado correcto de la Historia, última cursilada que nos venden, siempre es el lado donde yacemos. Y los que mandan sienten que se plantifican en el famoso lado correcto. Seguro que Hitler afirmaba estar en el lado correcto, y menudo asesino de masas. En cualquier caso, por mucho que se empeñen, no podrán erradicar las coñas que emergen desde la calle. El lenguaje del asfalto es rápido, brillante y contundente. Los que se sientan en las poltronas del poder, en cambio, sufren anquilosamiento permanente. Mi prima Charo, por cierto, es de izquierdas. Pero este detalle jamás ha mermado la devoción que nos profesamos. Será que mi parentela es rarita...
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