Un viejo profesor con el que alternaba, jubilado hace lustros, me narró que él, cuando aterrizaba el primer día en el aula y observaba moroso ... el grupo de alumnos, indicaba de qué iría ese año la materia mientras esperaba, como un león a su presa, la irrupción del inevitable payasete de la clase: «No fallaba, Palomar, el primer día, el payasete, que luego no era mal chico, necesitaba darse a conocer...». Y una vez el graciosito soltaba su parida, de inmediato lo echaba de la clase. «Hala, usted ha acabado por hoy, salga del aula y hasta mañana». De ese modo marcaba terreno y el resto de la temporada las lecciones transcurrían en paz.
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Ignoro si hoy un docente tiene poder para expulsar a un alumno de ese angosto templo de supuesta sabiduria. Como ahora se trata de aprobarles por la cara y de no traumatizarles, no lo sé. Pero, en cualquier caso, escuchando a Trump decir que a lo mejor la OTAN debería de expulsarnos, o sea a España, he recordado aquella anécdota. Cierto es que Trump gasta las maneras de ese enseñante pasado de rosca que tiende hacia la bronca porque, en el fondo, es un infeliz sin vocación. Pero también es verdad que nuestro gobierno segrega una peligrosa querencia hacia el chistorrismo, el triquiñuelismo, el trolismo y otras milongas que no nos dejan en buen lugar en este cruel mundo. Los compromisos, se cumplen, salvo que impere el eterno cambio de opinión y entonces nadie te toma en serio pues yaces en el pozo de la perdición y la expulsión. No me gusta, desde luego, que Trump nos amenace. No nos pueden expulsar porque, aunque a veces carecemos de la aplicación que se le exige a los alumnos cumplidores, las cosas no funcionan tal y como brotan las ideas de Trump. Le agradecemos lo de Gaza, le reconocemos el mérito, pero su incontinencia verbal atufa y si se relajase un poco todavía se lo agradeceríamos más.
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