Pisar la calle
Cuando nombran eso de «la calle» como si fuese un entre que respira y palpita no sé bien a qué se refieren. «La calle dice», « ... hay que escuchar la voz de la calle», «la calle ruge ante los desacatos». Todo suena vago y difuso como el tenue pedo de un periquito. Intenta uno escuchar a la famosa calle, pero cuando la piso observo que todos van a su bola, en silencio o como orates parlanchines gracias a los cacharritos esos que se encajan contra los tímpanos para cotorrear vía móvil. Pero no percibo un aullido ronco y callejero brotando desde el asfalto. La calle, en esto, es como la «sociedad civil». También ignoro quién milita en esa sociedad. ¿Soy sociedad civil? ¿Es usted sociedad civil? Pues ni idea.
Pronunció Pilar Bernabé aquí mismo que ella puede pisar la calle y, en cambio, el president de la Generalitat Mazón, no. Bueno, si nos ponemos así de finos y nos dejamos atravesar por la delicadeza, si repasamos un poquito, detectamos que el presidente de España, Sánchez, tampoco puede pisarla calle porque él también recibe los abucheos y los insultos que emergen desde las gargantas de la calle. Para muchos, pues, la calle, las vías, las arterías, resultan zonas ingratas porque les atosigan con las pedradas verbales que no son sino el fruto de la insatisfacción del mosqueo, de la ira. Preferiría uno morar en un país donde las calles respirasen cierta paz, cierto sosiego, cierta tranquilidad. Es verdad que nuestra sangre meridional favorece el arrebato y penaliza la reflexión. Acaso nuestra sangre va hidratada por coñac peleón en vez de por Chanel 5 y eso nos altera, y desde luego es verdad que algunos mandamases, con sus actos, con sus trolas, con sus desparrames, no ayudan a suavizar el ambiente. Se blindan tras los cristales y el aire acondicionado del coche oficial mientras la calle se achicharra. Y achicharrados estamos.
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