Pesimismo y papilla
Me desconcertaron sus palabras. A mitad de relajante aperitivo, entre un trago de vermú y una aceituna, soltó sin venir a cuento: «Mira, yo es ... que cada vez que veo a la Ayuso sé que voy a votar a la izquierda... No la soporto». Varios pensamientos atravesaron mi sesera... Podría haber dicho lo mismo sobre Mazón, al fin y al cabo estamos en Valencia y nos mostramos críticos con su papel cuando la tragedia de la Dana. Además, la Ayuso nos cae lejos. Lo hubiese comprendido mejor porque no entendía el odio que le despertaba la madrileña. Percibí que mi amigo, un tipo formado, con estudios superiores, se tragaba la papilla que ofrecen desde distintas fuentes. Y, cómo no, comprobé un fenómeno que nos afecta; esto es, se vota a la contra, no a favor, y se deposita la papeleta, en la mayor parte de los casos, bajo el arrebato de las emociones, no de las reflexiones.
Procuré no llevarle la contraria porque no me apetecía discutir, ¿para qué? Me atrapó un importante pesimismo, eso sí. Mediante susurros cariñosos le desgrané algunos feos asuntillos, como por ejemplo lo de los indultos, la sedición, la malversación, la amnistía, lo de Koldo/Ábalos/Jessi, lo de Leire, en fin, esas fruslerías que en absoluto le incomodaban. Rematé la faena con lo del Fiscal General del Estado, y con los delirantes ataques que sufren los jueces bajo las dentelladas de los ministros. Traté de explicarle que, si nos arrebataban la independencia judicial, nuestra democracia sufriría un revés demoledor, y que esta canallada, más temprano que tarde, nos afectaría a todos. Puso cara de «no entiendo nada». Puso cara de «¿pero qué mierdas me cuentas?». Puso cara de «me importa un huevo lo del fiscal». Puso cara de «la culpa de todo es de Ayuso, de la derecha y de la ultraderecha». Nos despedimos con un abrazo. El pesimismo me acompañó el resto del día. Ay ay ay.
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