A veces me pregunto qué clase de crimen abominable hemos cometido los autónomos españoles para sufrir tanto latigazo lacerando nuestra paciente chepa. No matamos a ... Manolete, que de eso se encargó el toro Islero. Tampoco a JFK, pues se supone que los plomazos los disparó Lee Harvey Oswald. Ni siquiera nos pronunciamos acerca de la tonta polémica de «¿La tortilla de patatas, con o sin cebolla?», más que nada porque no deseamos ofender a nuestros clientes consolidados o a los que puedan necesitar en el futuro nuestros múltiples servicios. No entiendo, por lo tanto, tanta falta de respeto hacia un colectivo que paga recio sus impuestos y contribuye sobremanera y mansurrón al bienestar del país.
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Y lo del respeto es importante, de verdad. Bien lo sabía Don Corleone, o Tony Soprano. Como los autónomos no empleamos sus expeditivos métodos cuando se burlan de nuestro semblante de pringados profesionales, supongo que eso favorece las tandas de cuchilladas que se repiten. La última, la del sindicalista Pepe Álvarez, un liberado pata negra, un liberado fetén. Según este cráneo deslumbrante, los autónomos somos unos privilegiados. Sí, sobre todo cuando recibimos la pensión basurera que nos queda tras cotizar décadas. Gran privilegio, sin duda. No contento con esta notable aportación a la cultura universal, añade que ganamos mucho dinero. Y ahí le duele... En efecto, si un autónomo gana crujiente pasta, esto obedece a que se esfuerza como un titán, pero conseguir suculentos billetes por lo legal se diría que le fastidia porque un tipo como él, acostumbrado a la vagancia y la cháchara, esto no lo soporta, no lo tolera, no lo comprende. Por eso nos irrespeta de un modo tan grosero. Autónomo es, en España, el que no puede ser otra cosa y necesita buscarse el pan. Para la dulce vida de molicie de Pepe, esto no es sino ciencia-ficción.
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