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Cuando Milei consiguió el poder en Argentina, con la motosierra en ristre como mi querido Caracuero de 'La matanza de Texas', husmearon en las covachuelas ... y los refajos de los ministerios y resto de chiringuitos de la administración pública. Descubrieron cosas interesantes, inverosímiles, extravagantes. Por ejemplo, algunas personas moraban en los rincones oscuros de ciertos ministerios, en buhardillas y zonas así. A uno le pillaron con un hornillo de camping-gas mientras, al lado del jergón de fortuna donde dormía, se preparaba un filete de jugosa carne argentina. Iba en albornoz, el tío, y se quedó asombrado cuando le sorprendieron. Puso cara de «si total, yo no molesto a nadie...» También, repasando papeles, encontraron numerosos trabajadores zombis, de los de cobrar sin currar, digo.
Se solía hablar de la deriva española hacia el fracaso venezolano, pero los analistas más astutos apuntaban que España corría el riesgo de mutar en un país como la Argentina de los Kirchner; esto es, un lugar plagado de chanchullos, gurruminadas y enchufes. Y en esas estamos. Parece ser, presuntamente, en fin, oye, qué cosas, que en Adif disponían de un fondo de reptiles de 30 millones de pavos para colocar a 'los nuestros' o, lo que es lo mismo, a los suyos, a los de su militancia. Estos escandalosos abusos de los dineros públicos no cesan, al contrario aumentan y esto me arrastra hacia la ira, lo cual me molesta porque prefiero vivir sin recalentarme los humores. Separar nuestra sociedad entre 'los nuestros' y 'los otros' equivale a fortalecer los eternos bandos que tanto nos perjudican. El enchufismo me produce, además, enorme rabia porque entre mi parentela jamás existió un enchufe, que todos optaron por la empresa privada o por las oposiciones duras. Esto me desanima porque, ay, sospecho que yacemos en lado equivocado de la Historia.
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