La memoria del agua resulta terrorífica porque revela una insistencia asesina que nos machaca una y otra vez. Frente a su implacable memoria, nuestra absurda ... amnesia, ese suponer que la desgracia nunca volverá a sorprendernos porque por algún extraño misterio tendemos a pensar que el peaje sólo se paga una vez. Olvidamos, sin embargo, que el cartero siempre llama dos veces, como mínimo y cada siglo, y que además suele pillarnos con los calzones a la altura de los tobillos.
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La portada de anteayer resultaba tan espectacular como dramática. Las fotos que la ilustraban saltaban contra tu gaznate y costaba tragar la galleta de nuestro modosito desayuno. A la izquierda, en blanco y negro, esa morada de Chiva mordida por las aguas. A la derecha, a todo color, esa misma casa igualmente erosionada por las aguas. La similitud asustaba. La senda tenebrosa de la reciente dana coincidía con la riada del 49. Han transcurrido 75 años pero la lengua de barro y agua recorrió la villa de idéntica manera. Gracias a esta prueba del algodón comprobamos que la inundación no miente, que tan sólo se repite porque vivimos sometidos a estas catástrofes. El error cae de nuestro lado. Regresan las aguas homicidas para cumplir con su rutina fruto de nuestra climatología, pero somos nosotros los que no aprendemos. Las gotas frías retornarán con mayor o menor fuerza, de nosotros depende actuar con eficacia, con responsabilidad, construyendo por fin infraestructuras dispuestas para encauzar la fiereza de las aguas hasta amansarlas. Si no domamos el agua, con toda nuestra tecnología, con los selectos satélites, con los sistemas de emergencia que luego naufragan porque hay mucho inútil suelto, es que no tenemos remedio. Por cierto, en el año 49 me huele que nadie hablaba de 'cambio climático', ente perfecto sobre el cual arrojar culpas. Ahí lo dejo.
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