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Ignoro de dónde me viene el acusado sentido de la puntualidad que me esclaviza. No es que sea puntual, es que aparezco con antelación porque ... sufro y, entonces, me veo obligado a zascandilear para no molestar a los que van a recibirme. Prefiero esperar y aburrirme antes que llegar tarde. Cuando me convocan para una cena suelo ser el primero en pisar el restaurante y eso me sume en cierta tristeza. Pero no lo puedo evitar. Necesito ser puntual. Un asco, vaya. Y mira que para el resto de las cosas soy un desastre.
Quizá por esa manía de la puntualidad no entiendo que, primero Sánchez, y luego Mazón, hayan retrasado tanto el encuentro con asociaciones vinculadas, acaso alguna de ellas teledirigida, en fin, pero qué importa, al drama de la Dana. Lo primero, atender a las familias de las víctimas. Y escucharlas. Y pedir perdón. Y brindarles cariño espiritual y económico para que sientan el cálido, si es que alguna vez lo fue, aliento de la administración cuando la catástrofe te arrasa. Lo curioso en esto es que el PP parece no aprender de los errores del pasado. Ya pecaron de frialdad con el accidente del metro, y ahora con la Dana lo mismo. A los damnificados se les recibe puntuales desde el primer minuto, alargar su agonía sólo provoca lógicos resquemores. La cobardía no suele ser buena compañía cuando te dedicas a la política. Si no eres capaz de asumir tus responsabilidades, mejor largate a otra cosa y evaporate de la escena pública. Siete meses después son demasiados. Tanta impuntualidad nos aplasta. No sólo están para acudir a cuchipandas donde los pelotas te aplauden y donde los que colocaste te jalean como si fueses un emperador, o a bonitas inauguraciones donde cortan una cinta como si ellos hubiesen estado descargando sacos de grava de sol a sol. Los marrones están para comérselos. Pero oye, no hay manera, no aprenden.
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