No hace demasiado tiempo Juan Roig lanzó que las cocinas iban a desaparecer de los hogares. A esta tesis se une ahora el patrón de ... varias marcas de exitosos arroces. Por primera vez me considero un visionario, aunque lo mío no es sino pura chiripa por el repelús que me atrapa hacia las nobles actividades cocinillas que otros gustan de practicar en casa para deleite de sus amistades.
Moro en un amplio loft. Las únicas habitaciones cerradas son un cuarto de baño enano (para las visitas) y otro grande (para mí). Estaba en cierta ocasión Juan Manuel de Prada tomándose un copazo conmigo, aquí en la 'palocueva', y de repente, sobre las dos de la madrugada, dijo: «Oye, veo que no tienes habitaciones, ni siquiera la tuya... ¿Y si algún invitado quiere quedarse a dormir qué hace?». Alzando una ceja, que a esas horas mi vocabulario andaba anquilosado, le señalé un sofá. Lo mejor de mi vivienda es que la cocina, si merece ese nombre, no ocupa ni tres metros cuadrados. Sólo cuento con un par de fuegos de inducción (creo) que no he usado más de media docena de veces. Y la primera vez que lo enchufé, con la intención de convidar a mis sobrinos mientras preparaba unas fajitas que en realidad había comprado en la carnicería de Carla, tuve que llamar al instalador para que me explicase cómo funcionaba ese chisme. Ignoraba qué botones presionar. Los grandes magnates rara vez se equivocan, por eso sospecho que sus predicciones se cumplirán. Las cocinas se volatirizarán, sí. Lo lamento por toda esa gente que levantó islas de cocina del tamaño de Australia en mitad del salón. Unos archipiélagos espectaculares, sin duda. Al verlos siento deseos de pedir una tumbona porque me parece yacer bajo los cocoteros frente al mar. Supongo que se dejaron arrastrar por los programas con famosetes que rivalizan en gastronomías variadas, qué le vamos a hacer.
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