Frases históricas
Aterrizabas en casa a media tarde cargado con la bolsa de los libros, los zapatos polvorientos, manchas de la tinta del boli Bic tachonando los ... dedos y cierto aire de majadería global. Te abrían la puerta. Entrabas como un demonio de Tasmania, arrojabas la bolsa contra cualquier esquina de la habitación y, entonces, bramabas eso de «la meriendaaa...». Y tu madre te preparaba en un suspiro un bocadillo de chocolate, uno de esos bocatas que hoy ya no se elaboran. Te lo zampabas, en la cocina, mediante dentelladas de caníbal mientras contemplabas los dibujos animados (con suerte algo de Bugs Bunny) que vomitaba el televisor cutrón que yacía sobre la nevera.
La madre te miraba embelesada, aunque en ese momento no lo percibías. No era raro que se sentase cerca de ti, tras recoger alguna miga rebelde, que esas madres no paraban, para susurrar una frase legendaria, mítica, formidable, la de «es la primera vez que me siento en todo el día...». Y eran, más o menos, las cinco de la tarde. Tú, ensimismado en tu egoísmo infantil, que para eso eras la perla del Turia y el rey de la casa, no entendías la extensión de esa frase. «¿Pero qué dice?» y «¿Por qué no se ha sentado antes?», eran las únicas cosas que pensabas porque la merluzada de corto recorrido acompaña la infancia. A lo mejor, Sánchez, sin pretenderlo, ha logrado superar aquella frase-tótem de las madres con su «son las cinco y no he comido». Si no la ha superado, al menos sospecho que la ha igualada. Oye, que son las cinco y tengo la panza vacía. Qué cosas las de este hombre. ¿En serio nadie le acercó un pincho de tortilla mientras andaban de reunión? Si nuestras madres todavía estuviesen entre nosotros se habrían currado un bocata para marchar corriendo a Ferraz y así alimentar al desmayado líder. No soportaban que alguien padeciese hambre. Luego, por fin, se habrían sentado.
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