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Circula por ahí una porción de personas que, siendo harto pacíficas, siente una extraordinaria querencia hacia los ensayos que desmenuzan los conflictos armados, con preferencia ... hacia todo el horror que rodea lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial. Milito en ese grupo de entrañables majaderos. Pero además tengo en mi biblioteca no sólo libracos sobre esa guerra, con las obras completas de Beevor y, por supuesto, las memorias de Churchill, De Gaulle, Leclerc, Von Manstein, Otto Skorzeny, Eisenhower y tal y tal, sino que me nutro de batallas como la de Dien Bien Phu, el desastre de Annual, la guerra de los 6 días y, también, mucho, pero mucho Vietnam infernal para los yanquis, sin que falte el documentadísimo volumen de Max Hastings al respecto. Disfruto, qué quieren. A otros les da por los sellos, a mí por estos y otros asuntos.
Por eso, las imágenes que hemos visto sobre los disturbios de París a raíz del triunfo del PSG entrenado por Luis Enrique, me resultan más violentas que la liberación de París, con ese grupo de soldados de la República que fueron los primeros en pisar el suelo de la ciudad de la luz. En aquella liberación hubo escaramuzas y muertos, pues esas desgracias suceden cuando el fragor guerrero. Pero tal cantidad de incendios y tanto saqueo, no recuerdo, y mira que me he tragado documentales. Resulta evidente que Francia anda de capa caída y su 'grandeur' yace amustiada. Los miles de vándalos que destrozaron escaparates y quemaron coches son los hijastros perdidos de un bienestar que no les convence. Son los descarriados de la tierra de nadie, los marginados del extrarradio, los furiosos que aprovechan la ocasión para repartir leña y gritar alto y claro que las normas de la convivencia no van con ellos. Si la Resistencia tuvo mucho de mito, lo de los trituradores de hoy supone peligrosa realidad.
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