La fiesta y lo demás
Siempre lo habíamos sospechado, pero ahora lo confirmamos con el dato exacto: nuestra Comunitat es el territorio español con más fiestas por metro cuadrado, por ... decirlo de alguna manera. No perdonamos. Fallas, moros y cristianos, carnavales, fiestas patronales, bous al carrer, bous a la mar, bous en la montaña, en fin... Y la ruta del bakalao no entra en esta estadística porque corresponde al capítulo «viejas glorias que murieron de éxito», porque si llegase a computar, ahí ya éramos invencibles por completo.
Es nuestro carácter, nuestro modo de vida, nuestra querencia disfrutona, nuestro gusto por la vida sensual de lirili y lolailo bajo el rumor de las olas. Nada que objetar. Pero está pasión nuestra hacia la fiesta callejera nos enchufa un tópico exagerado allende nuestras fronteras autonómicas. Y tampoco es eso. Que los festivales lúdicos no empañen otros rasgos de nuestra personalidad; esto es, aquí equilibrarnos el jolgorio con el trabajo. Aquí salimos de farra porque así nos lo reclama el cuerpo, pero luego madrugamos y levantamos puntuales la persiana del chiringuito que nos alimenta. Somos un pueblo laborioso y muy comercial, por eso abrimos mercados y nos movemos sinuosos por esos mundos. Aquí disfrutamos del sol y de la paella pero nunca nos escaqueamos de las responsabilidades (bueno, alguno habrá y allá él) que nos acompañan. Y aquí, el talento circula a raudales, véase la brillante mocedad de la Politécnica con sus investigadores, el genial Berlanga o los autores de rompe y rasga como Posteguillo. Padecimos un demoledor incendio en la ciudad y luego un tsunami traidor gestionado de una forma infame por las autoridades. Y peleamos para enderezar nuestras existencias y haciendas sin contar con excesivas ayudas, a base de coraje y solidaridad. No sólo vivimos de las fiestas. Aunque nos encantan, faltaría más.
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