Pues sí, es verdad que se habla mucho de las gafas que estrenó Sánchez cuando su comparecencia en el senado. Pero apetece, al menos a ... mí, y en vista de tanto «no me consta» y ya que se faltó bastante con lo de tildar el interrogatorio de «circo», escribir acerca de esas gafas, o de las gafas en general. Total, con lo de nuestro presidente trolero apenas podemos rascar algo de utilidad, así pues, tras la dura semana que nos hemos comido aquí en Valencia, con el corazón nublado, encogido por este aniversario maldito, necesitamos relajar la sesera y fijarnos en los detalles corrientes que jalonan nuestras existencias...
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Porque hay algo curioso... Feijóo sin gafas se nos ha quedado en medio Feijóo, en una especie de Feijóo extraño al que le hemos descubierto una nariz como muy descendente y caída, apuntando sus fosas y la punta hacia el suelo. Se diría que su napia pretende huir de su semblante y escapar para vivir su vida. En definitiva, está peor sin gafas. A Sánchez le sucede lo mismo pero al contrario; esto es, las lentes no le conceden un plus de inteligencia o un tono de hombre sabio, le otorgan un rostro extraño como de galán venido a menos, como de profesor de pilates del gimnasio que ha perdido autoridad, como de señor que ha ganado de golpe un montón de años. Quizá las ha usado para parapetarse ante la catarata de preguntas. Uno mismo suele portar gafas de sol incluso los días lóbregos porque es una manera de marcar distancias con el mundo y el prójimo. Ahora bien, no se me antojan caras, si les digo la verdad. Un presidente con un modelo (Dior) de 300 pavos es una cosa normalita, caray. Me parece peor criticar las universidades públicas y luego apuntar a tu hija a una de ellas. La incoherencia habitual, por mucho que intenten acostumbrarnos, irrita porque vigilamos con lupa. Mismo morro, pues, con o sin gafotas.
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