El desparpajo
Cuando los jueces no actúan como ellas quieren hablan de «golpistas». Sin ruborizarse. Sin abochornarse. A esto hemos llegado. Olvidan que los jueces entrullaron a ... unos cuantos peperos, y que gracias a los jueces se devolvieron dineros del timo de las «preferentes». No sólo lo olvidan, sino que muestran una ignorancia formidable acorde a su enorme desfachatez, a su desparpajo, a su estulticia. La Belarra y la Montero, tanto monta monta tanto, rebajan el ya de por sí menguado nivelete hasta extremos subterráneos que rozan el núcleo terrestre.
Pero lo peor, en esta tierra de amnesias interesadas y memorias oportunistas, es que tendemos a evaporar de nuestra memoria detalles grotescos que resultan inolvidables de todo punto. A estas dos criaturas nacidas en el légamo del barullo de las acampadas del 15 M y de las asambleas universitarias de cháchara tan fértil como espesa, de parloteo mareante que homenajea la empanada mental, les debemos el gran éxito de la ley del «sí es sí», también denominada ley «sueltavioladores». Incluso los de la primera manada han logrado su rebajita. Y otros violadores y pederastas, la libertad. Y mira que los juristas advirtieron del estropicio que se cernía, mira que las avisaron. Incluso Manuela Carmena anunció el desaguisado. Pero ellas, ensoberbecidas, arrogantes, disparatadas, continuaron con la catástrofe. Por sus ovarios. Por su cara. Por sus bemoles. Porque ellas lo valían. Semejante pifia (iba a escribir «cagada», pero he preferido ponerme fino), en un país no ya normal sino bananero o tercermundista, las exiliaría de la vida pública y las condenaría al ostracismo. Aquí no. Aquí siguen sermoneando. Y encima se permiten basurear acerca de la presunta maldad de los jueces. Me pinchan y no sangro. El último dique contra los atropellos son los jueces independientes, a ver si nos enteramos.
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