Cuerpo a tierra
La hija de unos amigos íntimos es una verdadera máquina académica. Tiene una doble licenciatura con notas algo más que brillantes y un montón de ... másteres. Sus padres, gente estupenda que, por alguna extraña razón que supera la bondad confían en mí, me sondearon la otra tarde. Su hija, quizá, vaya usted a saber, querría dedicarse a la política porque le apasiona ese universo y, tierna criatura motivada por el idealismo propio de la edad juvenil, cree en lo del servicio público para mejorar la vida de la gente. ¿Qué pensaba yo?
Casi me pongo a llorar. Desde luego gemí vigoroso como si su hija hubiese salido perroflaútica. Les aconsejé que no, que de ninguna manera podía destrozar un futuro espléndido militando en un partido porque cualquier partido equivale a un nido de víboras preñado de envidia, macerado de resentimientos y cuajado de mediocres que apuñalan a los buenos. Les recordé la frase atribuida Pío Cabanillas, la de «cuerpo a tierra, que vienen los nuestros». Habían olvidado esa sentencia tan real, tan actual, tan inmortal. Aprovechando que el Turia pasa por Valencia, les mencioné el reciente caso de Adriana Lastra, una víctima de Santos Cerdán que, estos pasados días, habló de lo que le sucedió. Cerdán, compañero de partido, la machacó, la humilló, la vapuleó como el matón del patio del cole. Hasta que la quebró y logró que se marchase a su casa. Si entre los de un mismo bando son capaces de putearse de una manera tan cruel, qué no harán con los adversarios. Es una desgracia que la gente de talento no pueda incorporarse a la escena política porque todos perdemos. Pero es una evidencia que buena parte de los elementos chungos acceden hacia las alturas usando métodos retorcidos, mientras que a las mentes preparadas se las desprecia y se las orilla. Creo que convencí a esos padres. Espero que ella lo entienda.
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