En aquellos tiempos la gente guapa, el personal farandulero, la peña alternativa siempre con ganas de jarana, también se buscaba la vida para alargar el ... jolgorio. Y, en este sentido, según contaba el gran e inolvidable Fernando Fernán Gómez en el documental dirigido por David Trueba, hubo una época en la cual, cuando cerraban los garitos que les abrevaban, descubrieron que la cafetería de Barajas seguí abierta porque de madrugada recibía a los pasajeros que aterrizaban desde ultramar. Y así, en feliz pandilla, allá marchaban, en ocasiones con guitarrista flamenco para amenizar la salida del sol.
Aseguraba el actor que la estampa resultaba invencible. Por un lado, los viajeros estragados por el jet lag necesitados de un café con leche para tonificar los huesos; y por otro, los de la parranda venga la risa. Los ecos de aquel desacato llegaron hasta las autoridades del franquismo y optaron por una solución radical: cerrar la cafetería a esas hora para evitar las visitas de los pertinaces juerguistas. Ante el problema de los sin techo que se desparraman en el mismo aeropuerto, de momento han imitado, en cierto modo, aquel remedio; esto es, Barajas chapará las zonas sensibles donde duermen los sin techo entre las nueve de la noche y las cinco de la madrugada. Mucha inteligencia artificial, mucha tecnología y mucha ampliación del aeropuerto pero, al final, se recurre al toque drástico que implica clausurar el lugar para así evitar a los que se cuelan porque no tienen otra solución. Los aeropuertos, las estaciones de trenes o de autobuses, son lugares para las aves de paso, las aves nocturnas, los buscavidas, los oportunistas o los desahuciados que tratan de anclarse en esos templos asépticos. Pero esto, como el frotar, se va a acabar. Pues veremos que sucede con los desamparados sin techo, porque tampoco se van a evaporar.
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