El bisbiseo repta sobre el asfalto
A lo mejor la identidad valenciana es precisamente eso, caminar en desunión sin remedio
Nervios, tensión, ánimos encrespados y ese bisbiseo, entre cruel y persistente, como de vieja del visillo que repta sobre las calles, ante este 9 de ... Octubre. Y encima con la lluvia... Siempre bajo esa lluvia que nos acompaña y nos inquieta, y que, en esta ocasión, si se cumplen las previsiones, regará los actos de nuestra jornada estrella, acaso obligando a suspender buena parte de los zafarranchos preparados. Y ya es mala suerte que el agua, con mayor o menor intensidad, esté de nuevo presente en nuestra vidas justo hoy, cuando los otros pronósticos, los de la tormenta política y el esperado «guirigay», apuntan hacia el aquelarre de furia y estrépito fruto de las lógicas protestas.
Ignora uno si la casi segura lluvia de hoy sosegará los ánimos porque cancelarán las movidas o fertilizará los arrebatos broncos que amenazan con aguar la fiesta. Veremos. En cualquier caso, que hoy llueva segrega un no sé qué de siniestra casualidad que nos aplasta. ¿En serio tenía que llover hoy? Claro que, con lluvia o con sol, la polémica está servida y este año resulta imposible escapar de semejante trastorno. Y es que no hay manera de lograr, siquiera por unos momentos, una tregua destinada a recuperar la calma, acaso cierta autoestima. Desde que uno se fijaba, a temprana edad, en las fechas clave, el lío apabullaba. Franja azul sí o no. Cuatribarrada sí o no. El idioma es el nuestro o es el del norte. Demasiados cabos (o maromas) sueltos como para aclararnos, como para apaciguarnos, como para encauzar nuestras energías hacia los puertos deseables. Tanto combustible despilfarrado y tanto desgaste erosionando nuestras aspiraciones, nuestras ilusiones, nuestra cordialidad. El feroz individualismo valenciano se exhibe en la grada de Mestalla donde cada hincha porta la bufanda o la camiseta que le da la gana (y bien que hacen); en la forma de elaborar una paella, pues cada pueblo cree que la suya es la auténtica en detrimento del resto; y en las grandes ocasiones donde rara vez vamos todos a «una veu». Lo nuestro es un coro de escasa sincronía e infinidad de voces, y todas ellas creen poseer la razón. A lo mejor la identidad valenciana es precisamente eso, caminar en desunión sin remedio. Quizá esta sea nuestra ventaja y nuestra maldición. Ventaja pues nos buscamos la vida por esos mundos que es primor, sin recurrir a otro tipo de ayudas. Maldición porque esto de circular con la prestancia del llanero solitario, cuando vienen mal dadas, nos hunde. No sabe uno si nos marginan desde el poder central sin excesivos disimulos o si nosotros mismos nos marginamos porque nuestra personalidad mediterránea, fenicia, berlanguiana y sensual nos ancla en el eterno «meninfotisme», repugnante tópico que me irrita y que deberíamos erradicar para siempre. Observa uno los paisanos de otros territorios y admira el modo en el que tapan sus vergüenzas y lucen sus virtudes. No deseo que empleemos tácticas de avestruz y estrategias cobardonas, pero teniendo en cuenta que somos bastante espabilados para exportar, para forjar, para tejer, para inventar, para levantarnos cada vez que la tragedia nos aplasta, no resultaría mal negocio conseguir acuerdos que a todos nos favorecen. «Tots a una veu», ojalá fuese así. Le complacería a uno que esto se cumpliese pero, de momento, me temo que esta vez tampoco será posible. Bueno, pues más vale que nos acostumbremos, qué le vamos a hacer...
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