Me gusta que los negocios funcionen y consigan beneficios porque eso nos beneficia a todos. Que fluya la pasta, ya lo creo. Así pues, nada ... tengo en contra de la floreciente industria que recolecta ganancias gracias a los cursillos de supervivencia o a la fabricación de refugios, búnkeres, que servirían para encerrarnos y mantenernos con vida cuando la gran calamidad, la formidable catástrofe, devaste el planeta. Pero no piensa uno recurrir a estas tablas salvadoras. ¿Para qué? La industria del miedo se basa, precisamente, en el hondo pavor que nos atrapa ante el futuro incierto.
Mi amigo Mon se muestra muy sensato cuando apunta: «Si llega el apocalipsis, a mí que me coman el primero, que no quiero ir por ahí danzando atemorizado para llevarme unas migajas a la boca. Que me maten el primero». Es verdad. Las series y las películas destilan una épica de supervivencia que no creo que funcionen en la vida real. Además, por mucho cursillo que me brinden, por mucho que intenten enseñarme, no me veo atravesando el bosque con una brújula. Para eso vale un señor con aspiraciones de Rambo, no un urbanita recalcitrante. ¿Y total, dónde voy, si posiblemente está todo hecho una calcinada birria? Tampoco me siento preparado para beber de un charco tras utilizar una pastilla potabilizadora. Y luego, lo de zambullirte en un búnker bajo tierra, pues no sé yo. Una vez agotados los libros que lees, ¿qué haces? Y, peor todavía, ¿con quién compartes ese zulo que te preservó de la hecatombe? Tarde o temprano sentirás el lógico deseo de salir al exterior, aunque sólo sea por cotillear, o sea por simple curiosidad. Y entonces, ¿qué? ¿Vas a enfrentarte a hordas de mutantes caníbales? Pues qué pereza. Sí, yo estoy con mi amigo Mon. A él que le maten el primero. A mí, el segundo. Bueno, o el tercero. O mejor, el cuarto. Tampoco vamos a exagerar...
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.